La mutación del PSOE
La mutación tuvo lugar bajo el mandato de Pedro Sánchez como secretario general, cuya impronta personal viene teniendo una influencia determinante en el modo de ejercitar la acción política del partido
Según el diccionario de la RAE, por «mutación» se entiende «acción y efecto de mudar o mudarse». Y «mudar», en lo que ahora interesa, significa «tomar otro ser o naturaleza, otro estado, forma, etc.» Pues bien, en las líneas que siguen me propongo llamar la atención sobre el hecho de que el PSOE, sin cambiar de nombre, ha mutado: ha tomado otra naturaleza que difiere nítidamente de la anterior. Ha dejado de ser el partido socialdemócrata que intervino activamente en la elaboración de la Constitución de 1978, que tuvo un peso determinante en la transición del franquismo a la democracia, y que gobernó España durante muchos años sobre todo con Felipe González y, también, con José Luis Rodríguez Zapatero, como secretarios generales.
Se puede afirmar sin temor a equivocarse que la mutación tuvo lugar bajo el mandato de Pedro Sánchez como secretario general, cuya impronta personal viene teniendo una influencia determinante en el modo de ejercitar la acción política del partido. En general, ha consistido en que tanto las bases del partido como sus dirigentes se han radicalizado. Y han sustituido los rasgos inequívocamente constitucionales, como su idea de transformar la sociedad desde la democracia parlamentaria, impregnada de valores como la libertad, la justicia, la igualdad, el pluralismo político y la independencia del poder judicial, por una extraordinaria concentración del poder con la única justificación de que el hecho de alcanzar el poder por el poder es más beneficioso para la sociedad.
Antes de la mutación para el PSOE el finde conseguir del poder era importante, pero también los medios empleados para alcanzarlo. Desde la mutación, en cambio, los medios se han vuelto irrelevantes y lo único que importa es hacerse con el poder, al precio que sea.
Pero la mutación del PSOE no ha consistido en un cambio puramente interno del partido y sin la intervención de terceros. Por el contrario, es fruto de una especie de trasvase recíproco de rasgos identificadores entre las formaciones políticas implicadas, el PSOE, de una parte y Podemos-Sumar, de otra: se cedieron mutuamente cosas, pero sin desprenderse definitivamente de ellas.
En efecto, el partido socialista compartió, primero con Podemos y ahora lo hará con Sumar, el poder de la mayoría aritmética del Congreso de los Diputados con todo lo que ello conlleva. Y las dos formaciones radical-comunistas han permitido, sin discusión alguna, que el actual PSOE se pavonee de su radicalidad, sin que nadie ponga en duda los residuos «conservadores» de su etapa social demócrata. En la nueva etapa, y tras la mutación, «todos» los del bloque Frankenstein son progresistas, feministas, europeístas y ecologistas, siendo «fascistas» todos los demás.
Que esto es así, y que no se trata de una simple elucubración lo demuestra lo que acaba de suceder con la propuesta que le hizo Núñez Feijóo a Pedro Sánchez en su reunión del pasado miércoles 30 de agosto.
En efecto, el PSOE anterior a la mutación habría sido sensible a la propuesta de «Acuerdo por la Igualdad y Bienestar de todos los españoles» que le trasladó el líder del PP al líder del partido que quedó segundo en las recientes elecciones generales. Y es que no tengo dudas de que el partido socialista anterior al dominio de Sánchez habría tomado al menos en consideración la necesidad de coincidir en «una visión de Estado en la que los intereses generales no queden supeditados de forma inexcusable y permanente a otros minoritarios o incluso personales que socavan la unidad de la Nación, la neutralidad y prestigio de sus instituciones democráticas y, sobre todo, el bienestar y futuro común de los españoles». Y más aún cuando la propuesta de acuerdo incluía, además, seis pactos de Estado sobre los aspectos fundamentales de la actual situación de España.
En cambio, el presidente del PSOE mutado apenas prestó atención a esa propuesta del líder del PP, que despachó sin dedicarle apenas tiempo y de un modo displicente, suponiendo una verdadera falta de respeto democrático al partido que más votaron los españoles. Además, la respuesta del PSOE mutado no consistió en rebatir los principios inspiradores o las propuestas de acuerdos de Estado, sino que convirtió todo en un mero asunto personal del señor Feijóo que lo habría presentado «para salvar su pellejo».
Por eso, acierta la presidenta del gobierno de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuando dice que la «base social del Partido Socialista ya no es la igualdad» y cuando apunta que «no nos damos cuenta de ese cambio y estamos apelando de una manera bisoña a un partido cuyos principios se esfumaron y a unos supuestos valores socialistas que ya no existen». Eso sería lo que explica, añade Ayuso, que la «llamada vieja guardia del PSOE sea maltratada», concluyendo que los socialistas han «fabricado un monstruo que ya no responde a su dueño, a su creador».
Estoy básicamente de acuerdo con la presidenta Ayuso. Solo no coincido en dos afirmaciones. La primera es calificar como «bisoña» la apelación de Feijóo al PSOE mutado. A mi modo de ver, la propuesta ha tenido, cuando menos, el efecto positivo de retratar públicamente al actual PSOE, demostrando palmariamente que ha experimentado la indicada mutación, por lo que ya no es un partido socialdemócrata, sino de izquierda radical. El segundo punto con el que no estoy de acuerdo es que no fueron los socialistas los que han «fabricado» un monstruo. El monstruo lo dejaron crecer y que ocupara todos los resortes de poder del partido.