Periodismo papagayo
Aquello de la información, de contrastarla, de replicar afirmaciones con hechos, datos y pruebas no solo está muy en desuso, sino que, hay valientes que aún lo hacen, puede resultar muy peligroso para quien ose practicarlo
Había noticias, ahora declaraciones. Había informadores, ahora papagayos. Las noticias son hechos. Del palpitante presente, pero también latentes, pasados y ocultos, que se ponían al descubierto o incluso, futuribles, del futuro, que estaban cocinándose y eran destapados. Había que documentarlos, contrastarlos y ponerlos en contexto. Era cuando, se practicara poco, mucho o nada, se declamaba aquello de «Información veraz, opinión, libre». No es que se cumpliera, pero al menos se enunciaba como propósito. Hoy la noticia, el hecho, no es lo relevante y la opinión es una trinchera.
La información ha sido anegada por una declaración continua, una riada que verborrea y pose, que lo inunda todo y que no solo se consume en sesiones de mañana, tarde y noche y por tierra, mar y aire, sino que es casi el exclusivo alimento que se sirve, se consume y se persigue con ansia por todos los altavoces. Ahora todo es el «dicho» y como se adereza, se emperifolla y se sirve emplatado. Los papagayos multicolores acuden arremolinados en grandes bandadas ante quienes los reparten y se llevan el alpiste en sus buches, grabadoras, cámaras y toda suerte de capazos, para repartirlo presurosos. Del «dicho» al «hecho» ya no hay trecho, porque ahora el hecho importa una mierda.
El periodismo papagayo es el presente hegemónico y con trazas de cuasi exclusividad para el futuro. Es la gran aportación comunicacional de estos tiempos de hormigas y mostrencos en los que vivimos y el cencerro guía con el que nos conducen a los establos.
Es lo que se demanda y lo que se consume. No necesita ni labor, ni cultivo, ni selección alguna. Todo vale, todo se mete en la tolva y todo sirve para ser desparramado por todas la espitas, cañerías, canales y acueductos. Tiene además muchas ventajas, es muy barato y no tiene que pasar por control de calidad alguno. Y, oye, triunfa. Como la comida basura.
Aquello de la información, de contrastarla, de replicar afirmaciones con hechos, datos y pruebas no solo está muy en desuso, sino que, hay valientes que aún lo hacen, puede resultar muy peligroso para quien ose practicarlo.
Porque, además, el otro gran mandamiento antes considerado obligado, el de la verdad, no solo ya ha perdido su valor sino que empieza a ser sinónimo de fracaso. Mentir, si consigue rédito, es gran y aclamada virtud. La verdad está en trance, hay ya leyes que la prohíben casi expresamente, de ser declarada delito. La mentira está tan en boga, y se siente tan impune y triunfadora, que hay que tener extremo cuidado de no ser, por decirla, acusado de ser el más atroz mentiroso. Y es lo menos de lo que puede pasarte.
Porque este país nuestro, al que según quienes y cuando, ni le podemos llamar España, es el lugar, y no es eufemismo sino una sangrante herida, donde los verdugos llaman asesinos a los asesinados y los delincuentes y ladrones dictan las leyes para condenar a sus víctimas, perseguir a los jueces y declararse ellos no solo inocentes perseguidos, sino santos con peana. Así que por decir una verdad, aunque sea muy corriente y sencilla, te pueden declararte leproso social que ha de ser privado de todo derecho humano, pues has pasado a categoría de sabandija.
Y si la crema de la intelectualidad, que se suponía era cosa de filósofos, literatos, historiadores y eminencias varias en las artes y las letras, es ahora Jorge Javier Vázquez, el Napoleón orwelliano expulsado temporalmente del poder en la granja de la Telebasura y el escritor que lo elige para que prestigie su figura, es un presidente del Gobierno al que le escriben los libros y las tesis doctorales, ¿qué va a hacer un humilde periodista a quien le manden a hacer el papagayo a eso, al Congreso o a hacer guardia en la casa del primo de la expareja del hijo de Bárbara Rey, que se llama ella María Antonia y se apellida Martínez?
Pues qué va a hacer el pobre si es por lo que le pagan: pues ponerle la alcachofa, igual que se la pone a Bolaños cuando llama a que se la pongan. Hasta es posible que le mienta menos. Pero de todas la formas, da lo mismo, él solo ha de repicar lo que le digan. Para qué andarse con melancolías.
Aunque tal vez por graciosa magnanimidad, ese día se permitan preguntas y haya sido seleccionado, si ha sido bueno y temeroso del supremo líder, para ser uno de los elegidos. Que esa es otra y su última aportación a la libertad de prensa, junto al nombramiento del hasta anteayer escribano en su antedespacho de Moncloa, como presidente de EFE, las ruedas de prensa, sin preguntas. O sea, la nueva tortilla de patatas... sin patatas. Y sin huevos.