El Rey abdica, viva el Rey
Una larga cadena de abdicaciones con las que los reyes buscaban lo mejor para el país, olvidando toda ventaja personal. El abandono del poder es un acto que sólo se produce en las monarquías, posiblemente porque al dejarlo a un hijo -de nuevo la familia- no resulta tan doloroso
El tiempo es otra limitación que impuso el Creador a los humanos, además de las tres medidas clásicas, el tiempo completa el marco en el que nos movemos y vivimos. Es tan consustancial que no concebimos nada fuera de ese ámbito y cada vez que reflexionamos sobre ello, nos asombra su transcurso.
Ahora, por ejemplo, cuando se cumple el décimo aniversario del reinado de Felipe VI por la abdicación de su padre Juan Carlos I.
La monarquía es el régimen político de gobierno más natural porque tiene su fundamento en la familia, núcleo de la sociedad, y sus sucesos, aunque sean extraordinarios, están siempre vestidos de la familiaridad de su origen, nunca hay sobresaltos.
La abdicación, es decir el cambio de titularidad en la más alta autoridad, que es traumático en todo otro sistema, resulta sencillo en una monarquía. El nuevo gobernante es un heredero conocido, se le ha visto nacer y crecer, se conocen sus estudios y educación y la sociedad ya lo ha hecho propio, no hay sorpresas.
La abdicación es el cuándo, no el quién, y con eso se evita todo trauma.
En España hay abdicaciones famosas como la de Carlos, el Emperador, que abandona voluntariamente el poder estando en el cénit para recluirse en un lugar desconocido de sus vastos dominios, al pie de las montañas y alejado de todo y de todos. Un acto de generosidad como toda abdicación, y también de humildad al reconocer que hay quién puede actuar mejor que uno. Ejemplar e inhabitual
Pero no es la única, al contrario se convirtió en un hábito: Felipe V abdicó en su primogénito Luis I, cuya pronta muerte le devolvió de nuevo la Corona.
Carlos III también, esta vez en Nápoles, para ocupar el trono español.
Carlos IV en Fernando VII envuelto en los altercados de Aranjuez contra Godoy, libre decisión de la que después se contradijo y facilitó los designios de Napoleón -urdidos después de su victoria en Jena- y que llevó a las tristes renuncias de Bayona.
Isabel II en su hijo Alfonso XII (1870) para vitalizar el regreso de la monarquía que tuvo lugar gracias a la acción conjunta de Cánovas del Castillo y Martínez Campos. Esta abdicación, tan generosa y ejemplar como todas, supuso para la reina ampliar su exilio, que había comenzado en 1868, hasta 1904 en que muere en París.
Alfonso XIII, ya en el destierro de Roma y poco antes de su fallecimiento, en el tercer varón Juan, luego Conde de Barcelona, para afirmar el futuro de la dinastía.
Juan, Conde de Barcelona, en tiempos recientes (1977) cedió los derechos hereditarios al Rey Juan Carlos I.
Una larga cadena de abdicaciones con las que los reyes buscaban lo mejor para el país, olvidando toda ventaja personal. El abandono del poder es un acto que sólo se produce en las monarquías, posiblemente porque al dejarlo a un hijo -de nuevo la familia- no resulta tan doloroso.
Juan Carlos I, el Rey de España que ha tenido más poder que ninguno de sus antepasados, ya había demostrado que su interés era el de la nación y protagonizó, a su costa, un cambio completo en que el poder pasaba al Gobierno y él quedaba como vigilante de los principios de la sociedad y, con la bandera, también como emblema de la patria.
En 2014, entendiendo que era mejor para España, libre y voluntariamente, abdica en su heredero el Príncipe de Asturias en un acto tan sencillo como solemne en el Real Palacio de Madrid para que la Historia sepa que se puede abandonar el poder.
Felipe, Infante de España y Príncipe de Asturias asume la Corona con la naturalidad que implica recibirla de un padre y con la sencillez obligada de un Príncipe ante su Rey. Durante estos diez años ha demostrado la importancia de haber recibido la educación precisa completada con academias militares y universidad, que el servicio es la primera norma de un monarca y que la salvaguarda de España no es un deber olvidado.
Por todo ello ¡Viva el Rey!
- El marqués de Laserna es Académico de Honor de la Real Academia de la Historia