¿Para cuándo un biopic sobre Ignacio, el 'héroe del monopatín'?
En el aniversario del día en que entregó su vida...
Tal día como un 3 de junio de hace 7 años murió un héroe, y probablemente mucho más que un héroe. Nos referimos a Ignacio Echeverría, más conocido por la prensa internacional como el «héroe del monopatín».
Se trataba de alguien humilde, un chico aparentemente normal que era tímido hasta casi lo patológico, por lo que le costaba encontrar novia, e incluso había perdido algún trabajo, pese a su gran cualificación jurídico empresarial y su buen dominio de idiomas. Era un joven ya maduro a sus treinta y nueve años, que sin embargo seguía practicando el skate con otros chicos más jóvenes como uno más, pero al que también le gustaba hablar, como uno más, con niños o con ancianos.
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Su historia merece ser narrada porque es la de un héroe auténtico y de carne y hueso, de esos que pasan de anti-héroe a héroe en unos segundos, pero no porque se quite las gafas y la americana y se ponga un traje de Superman para salvar a una damisela en apuros con sus superpoderes. Él era un tímido anti-héroe que trabajaba en una oficina, como Clark Kent pero, a diferencia de Superman, no tenía un cuerpo duro como el acero, ni volaba, ni sus ojos despedían rayos láser. Cuando dejó a un lado su timidez, como en otras diversas ocasiones «preparatorias», y se lanzó a proteger a una mujer a la que estaban apuñalado -a la que consiguió salvar la vida-, él tan sólo tenía un monopatín y su propio cuerpo, que ni siquiera había trabajado en ningún gimnasio.
Un héroe de los de verdad
Pero por eso mismo fue un héroe, uno de los de verdad, que se había ido creando a fuego lento en su heroicidad cotidiana que le llevó a salvar a una pareja en riesgo de ahogarse mientras hacía surf, a perder su trabajo por negarse a aceptar corruptelas, o a perseguir el blanqueo de capitales desde su trabajo en un banco de Londres.
Pero con su gesto extraordinario final -o más bien gesta- se integró en una lista auténticamente selecta de personas que han dado su vida heroicamente por otras: como Maximiliano Kolbe, o salvando las distancias, Jesús de Nazaret, a quien él tanto admiraba. Gracias, Ignacio, por hacernos mejores, gracias por encarnar lo mejor de la Humanidad y por elevarla en unos tiempos en los que nos entran ganas de apearnos del mundo y de renegar de una buena parte de nuestros congéneres.
Gracias, Ignacio, por hacernos mejores, gracias por encarnar lo mejor de la Humanidad
Pero, contemplando tanto la heroicidad humilde de su vida cotidiana, como el heroísmo extraordinario de los momentos previos a su muerte, cabe preguntar: ¿para cuándo una serie, o una película sobre su vida y su sobre su heroico capítulo final? Ahora están muy de moda las series o películas biográficas, que se denominan «biopic» (acortamiento del inglés: «biographical picture»). Sin embargo, desde la gran pantalla, o desde las famosas plataformas televisivas que todos conocemos, vemos cómo se dedican estos «biopics» a un actor porno, a un asesino narcotraficante, o al vil asesinato de una persona por la pareja de su adúltera esposa.
El lanzamiento de estas series dice mucho de nuestra industria cinematográfica, pero también dice mucho de la talla moral de nuestra morbosa sociedad. De hecho, hasta el propio hijo de Pablo Escobar ha advertido del daño social que estaba provocando la idealización y «romantización» de la figura de su padre a través del cine y la televisión. Dime a quién admiras y te diré quién eres.
Por el contrario, los griegos educaban a través de sus héroes, cuyas gestas cantaban e inmortalizaban en las grandes obras que hoy nos siguen edificando. La Cristiandad hizo lo propio con sus grandes santos, como San Francisco de Asís, o Santa Teresa. Pero nuestra sociedad postmoderna y aburguesada ha matado a sus héroes y a sus santos, pues olvidarlos es como matarlos nuevamente. O peor aún: ha cambiado a los héroes por villanos, o por falsos héroes, que nos harán recoger lo que sembramos. Por ello, puede que el hecho de que Ignacio no sea llevado al cine o a las televisiones sea un signo de su grandeza y de encontrarse en esa estela de los grandes héroes y santos de verdad, no de los de celuloide -como antes se decía-, o de los digitales, o de esos falsos héroes que nos hacen admirar o deleitarnos con la maldad y el morbo.
No obstante, y en honor a la verdad, es cierto que hay excepciones, y también hay que decir que una parte de nuestra sociedad sigue recordando a Ignacio, como pudo verse en el magnífico musical dedicado a su vida y que recorrió España con notable éxito. También se le siguen dedicando «skate-park» en distintos lugares de España, y me consta que siguen llamando constantemente a su padre Joaquín desde medios de comunicación y colegios o universidades. Mientras que su reciente biografía sigue levantando interés allí por donde se presenta. Aún hay esperanza…