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Ilustración: José Luis Escrivá, ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública de España

Ilustración de José Luis EscriváPaula Andrade

El Perfil

Escrivá, el gobernador gobernado

Desde que puso un pie en la Moncloa en 2020 como ministro de Seguridad Social y Migraciones, decidió quemar su reputación en el altar profano del sanchismo

El nuevo gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá Belmonte (Albacete, 63 años), está hoy más cerca de poder comprarse un Lamborghini –ese nuevo vade retro del sanchismo– que lo estaba ayer. Como ministro de Transformación Digital y Función Pública cobraba 79.415,16 euros al año y como titular de la Autoridad Monetaria tendrá una retribución de 206.603,58 euros de soldada anual, a la que podrá sumar un complemento personal de 30.554,70 euritos más –caviar para hoy y desprestigio para mañana. Teniendo en cuenta que es propietario de dos viviendas y un ático, inmuebles que, como ha desvelado El Debate, oculta en su declaración de bienes, es evidente que su patrimonio lo acerca más a los coches de lujo que a los autobuses públicos. Él, un reputado especialista en Econometría, seguro que tiene bien echadas esas cuentas.

Cuenta con seis años por delante para disfrutar de su gran sueño: ser responsable del regulador español donde trabajó casi de becario cuando acabó la carrera de Ciencias Económicas en la Complutense. Le dijo a Pedro Sánchez que quería ser gobernador y el Sumo Líder le respondió: tuyo es porque quien lo decide es el presidente, y el presidente soy yo. Podía haber sido peor: Calígula nombró cónsul de Roma a su caballo. El premio del ministro no necesitó ni ser aprobado en el Consejo de Ministros. ¿Para qué iba a dejar Sánchez el Banco de España sin colonizar pudiendo hacerlo? Y, además, así mataba dos pájaros de un tiro. Recompensaba a José Luis, rompiendo por enésima vez la institucionalidad obligada, y colocaba a su jefe de Gabinete, Óscar López, como ministro sustituto de Escrivá. A partir de ahora habrá dos Óscar (el otro es Puente) sentados en el banco azul para insultar y esparcir odio. Al tiempo.

Escrivá ya le había pedido a su líder carismático en noviembre pasado que le nombrara vicepresidente y ministro de Economía, aprovechando la salida de Nadia Calviño, pero el rey de la Moncloa le dio calabazas y le mandó a la reserva como titular de Transformación Digital y Función Pública. Quedaba así a la espera de un carguito de campanillas que le compensara por los servicios prestados, servicios que en caso del ya gobernador consistieron en, a mayor gloria del Sumo Líder, tirar por la borda durante cuatro años un currículum profesional casi apabullante. Hoja de servicios labrada primero en el Departamento de Estudios del mismo Banco de España, después en el proceso de integración monetaria en Europa, posteriormente como jefe de la División de Política Monetaria del Banco Central Europeo y finalmente como director del Servicio de Estudios del BBVA, para terminar como presidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, designado por el PP.

Pero desde que puso un pie en la Moncloa en 2020 como ministro de Seguridad Social y Migraciones, decidió quemar su reputación en el altar profano del sanchismo. En teoría, su incorporación aportaba cierta solvencia a un Gobierno caótico trufado de las ocurrencias económicas de Yolanda Díaz, Pablo Iglesias, Alberto Garzón e Irene Montero. Sin embargo, aunque las tuvo tiesas con sus compañeros de Podemos, sus más gordos enfrentamientos los libró con la mayor parte de los economistas que criticaron su reforma de las pensiones, con la CEOE y por supuesto con la oposición del PP. Lo más llamativo es que zurraba al Banco de España cada vez que elaboraba un estudio que censurara las políticas del Gobierno. Ahora es la máxima autoridad de esa institución, incluido su Departamento de economía y estadística, cuyos trabajos tanto le irritaban. Huelga suponer que esos informes serán tan independientes desde hoy como el CIS de Tezanos o la Fiscalía de Álvaro García Ortiz. Es seguro que en el futuro los socialistas aplaudirán con las orejas sus dosieres, esos mismos a los que Escrivá tachaba de carecer «de sofisticación». ¿La razón? Cuestionaban la sostenibilidad de su proyecto de pensiones. También lo hacía la Comisión Europea. Pero ahí no ha podido llegar don José Luis para silenciar las críticas.

Afincado en un chalé ultramoderno en Torrelodones que comparte con su mujer, la administrativa Carmen García de la Osa, con la que tiene dos hijos, Nuria y Andrés, realizó hace unos años un préstamo a una empresa contratista con el Ayuntamiento de ese municipio de la sierra madrileña, compañía que estaba ahogada por las deudas; nunca dio una explicación convincente sobre la misteriosa concesión. Su padre y tío fueron falangistas que formaron parte de la División Azul, materia de la que no le gusta hablar. Escrivá es más de dejarse hacer «entrevistas» por Sánchez en las campañas electorales y de pasar de una a otra poltrona pública sin cuarentena alguna.

El rey de las puertas giratorias soportará como un baldón el prestigio de su antecesor, Pablo Hernández de Cos, que le perseguirá por los pasillos del palacete que inaugurara en 1891 Alfonso XIII. Lo que parece estar claro es que cuando Escrivá analice las políticas de Escrivá siempre ganará Escrivá.

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