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Paula Andrade

El Perfil

Teresa Ribera, el «regalito» de Pedro para Úrsula

Ha sido una ministra muy desleal con los intereses de España; dio pábulo a una delegación de diputados alemanes para hacer daño a nuestros productores de fresas en Huelva, con la sequía de Doñana de fondo

Teresa Ribera Rodríguez (Madrid, 55 años) es la nueva comisaria europea de Competencia y vicepresidenta de Transición Limpia, Justa y Competitiva. Cambia de jefe: de Pedro Sánchez a Úrsula von der Leyen. De un autotitulado líder progresista a una dirigente conservadora, eso sí, rendida a los pies de dear Peter, que le ha convencido de que se lleve al Gobierno europeo este «regalito» que fue su vicepresidenta, que a su vez él recibió de Rodríguez Zapatero, de quien fue secretaria de Estado de Cambio Climático. Pero donde ha echado sus colmillos políticos ha sido en el Gabinete de Pedro. Lo primero que aprendió es a ser sectaria con todos cuantos no comulgan con su religión ecologista y, después, a mentir; perdón, a cambiar de opinión. De cargar sin piedad contra la energía nuclear ha pasado a defender que no se pongan obstáculos a las centrales, en línea con lo que está haciendo, por ejemplo, Francia.

Que Europa siga en pie con una vicepresidenta así será todo un milagro. Porque el reguero de damnificados que ha dejado en nuestro país durante los seis años que ha formado parte del Gobierno socialista es interminable. Se ha intentado cargar los toros, la caza y el diésel, actividades a las que ha hecho un daño letal. Cómo olvidar cuando, en plena ofensiva para el ahorro energético, elaboró precipitadamente una chapuza de decreto que igualaba a los hosteleros de Fuenterrabía con los camareros de un chiringuito de Zahara de los Atunes o cuando sentenció que «el diésel tiene los días contados», lo que hundió las ventas del sector automovilístico, que representa el 12 % del PIB. Atacó el campo, a sectores como el del vino, el arroz, la carne, por no hablar de la atroz Agenda 2030 que ha impuesto a agricultores, ganaderos y pescadores a los que ha llevado a la ruina. Ha sido sin duda una ministra muy desleal con los intereses de España; dio pábulo a una delegación de diputados alemanes para hacer daño a nuestros productores de fresas en Huelva, con la sequía de Doñana de trasfondo.

Tiene el deshonor de ser la primera socialista que habló de lawfare en España

Moncloa pensó que con ese bagaje era imbatible en las urnas y la presentó como cabeza de lista a las elecciones europeas del pasado 9 de junio. Resultado: se dio un piñazo sideral, perdiéndolas por más de cuatro puntos. Pero el jefe tenía que recompensarla por poner su cara, para que se la partieran, en defensa de quien la había nombrado: tiene el deshonor de ser la primera socialista que habló de lawfare en España. Quizá por eso es una de las pocas ministras que ha sobrevivido desde el primer Gobierno de la moción de censura. Su carácter hosco y sus políticas intolerantes la han llevado a ser una de las preferidas de Sánchez. Y es que se ha esmerado mucho: no es casual que fuera ella la que atacara al juez García Castellón por investigar a Puigdemont en el caso Tsunami, antes a los empresarios, hace meses a los presidentes autonómicos de Murcia y Galicia, y siempre a Feijóo y a Ayuso. La sacerdotisa del dogma climático quiso colarnos, a las puertas de las urnas gallegas, a los pellets como problema de Estado. Anteriormente, se había dedicado a insultar al CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, al que llamó populista y demagogo por no compartir el sesgo ideológico de las políticas medioambientales de la UE, del que ella es una auténtica activista.

Deja ahora la vicepresidencia tercera y una cartera cuyo segundo apellido –Reto Demográfico– nunca ha recibido la más mínima atención por parte de esta socialista solo dedicada a la agenda verde y ecologista mientras ha ninguneado el invierno demográfico que sufrimos en España y en Europa. Por eso Ribera se ha prestado incluso a la pantomima de ir en bicicleta a un encuentro climático en Valladolid para hacerse una foto. No hay un cliché trasnochado de la izquierda que no haya abrazado. Y siempre con la cantinela del terrorismo medioambiental y el negacionismo, el pensamiento único del que es firme defensora: una «ecolojeta» de libro que cultiva la cultura de insultar a todo el que cuestione el autoritarismo ideológico de la izquierda y sus tópicos del animalismo, el ecologismo y el feminismo.

Como todo se pega, es otra política encantada de haberse conocido y con un ego kilométrico. Lo demostró cuando el Gabinete de propaganda de Moncloa nos obsequió con una imagen suya rodeada de ministros en una cumbre europea para fijar el tope energético; querían que nos creyéramos que estábamos ante un remedo de Angela Merkel a la española. La instantánea bebía en la fuente inagotable que abrió Sánchez en el Falcon con las gafas de Top Gun.

Esta graduada en Derecho, y con plaza en el Cuerpo Superior de Administradores del Estado, tiene un muerto en el armario de casa que no huele precisamente bien. Su marido, Mariano Bacigalupo, es uno de los consejeros con más poder dentro de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. El excompañero socialista de Teresa, Jordi Sevilla, la acusó cuando salió de Red Eléctrica Española de injerencias en favor de su pareja. Para acceder al Gobierno de Úrsula, la Comisión de Turín tendrá que sopesar este tufillo a nepotismo. También el suegro de la comisaria tiene música: es el abogado de Leo Messi y fue magistrado de la sala segunda del TS, con casos inolvidables en sus manos como Filesa y los GAL. Mientras tanto, la izquierda se entretiene aquí diciendo que su nombramiento ahonda en la división del PP, porque Tellado dice que Génova no la debe apoyar y Juanma Moreno, con el que llegó a acuerdos por Doñana, se inclina porque los populares sí lo hagan.

Es curioso que, tan verde y ecologista, Ribera haya terminado de comisaria de Competencia, una cartera que luchará contra las posiciones de dominio de los grandes gigantes tecnológicos. Google es ahora su enemigo. Bueno, y los intereses de España, ante los que siempre ha antepuesto su agenda woke.