Aldama, todos los caminos de Moncloa conducen a él
A Aldama siempre le gustó el dinero público y el acceso a los políticos. Fue en 2019 cuando conoció a Ábalos en un viaje oficial de la mano derecha de Sánchez a Oaxaca, México. Entonces, se hizo inseparable del ministro y de Koldo
Toda red corrupta que se precie tiene su propia jerga. Como el hampa. En el informe que la OCU ha entregado al juez Ismael Moreno, que investiga la trama criminal que nació en el corazón mismo del PSOE de la mano de su secretario de Organización, José Luis Ábalos, cada uno era llamado por su mote. A Pedro Sánchez se referían como «el 1»; a Ábalos como «goblins»; a Koldo, como «chiquitín» o «grandullón»; a Jessica, la novia del ministro, como «Jessica 20 minutos»; y, finalmente, a Víctor de Aldama sus compinches le apelaban «el gomina», pero sus socios empresariales siempre le conocieron como «el perro».
«El perro» es «el nexo corruptor», según la Guardia Civil, de todo el entramado criminal que se ha dado en llamar «caso Koldo», pero que ya es el «caso Ábalos» y quizá a no tardar termine siendo el «caso Sánchez». Por él, con tan solo 40 años, circuló todo: las adjudicaciones millonarias de las mascarillas, la ilegal visita de Delcy Rodríguez a España en enero de 2020, las componendas para que un 16 de julio de 2020 el Gobierno socialista rescatara a la aerolínea Air Europa con 435 millones de euros, el mismo día que su consejero delegado se veía en secreto con Begoña Gómez, y el propio Aldama y Koldo visitaron con nocturnidad el Ministerio de Transportes. Pero es que Aldama también se encargó de pagar el alquiler —con testaferros de por medio— de un ático de la pareja de Ábalos en la Plaza de España por valor de 2.900 euros mensuales y costeó el chalé de veraneo de la familia del ministro en Sotogrande en 2021. Así que con ese historial es entendible que estuviera obsesionado con las comunicaciones, por lo que pedía «móviles seguros» a un comandante de la guardia civil —al que abonó 88.000 euros— para que los compinches de las golfadas pudieran hablar sin ser intervenidos. Cuando lo hacían, sabedores de que podían ser escuchados, siempre hablaban de «tomar un café» cuando querían decir que iban a dar un pelotazo.
Este perejil de todas las pringosas salsas, propietario del Zamora Club de Fútbol, acaba de ingresar en prisión sin fianza por otro escándalo por blanqueo e impagos a la hacienda pública por hidrocarburos —compraba sin pagar el IVA y lo vendía con el gravamen— con epicentro en Venezuela (cómo no), en comandita con su socio y dueño de una empresa de combustibles, Claudio Rivas, que también está ya entre rejas. Pero lo más grave está por llegar: de los 53 millones de euros que la empresa Soluciones de Gestión se embolsó de nuestro erario en adjudicaciones por material sanitario, el sumario cree que Aldama se quedó en comisiones al menos 5,5 millones, con los que se compró un Ferrari Portofino negro y varias viviendas en Madrid. Alguien con un pase especial para moverse por el Ministerio de Transportes como si fuera su casa, le tenían que ir bien las cosas a la fuerza. Por eso ha sido vecino de Benzema en una urbanización de lujo, y por eso cobraba 10.000 euros al mes en Globalia, de Javier Hidalgo, empresa por la que «se interesó» para que le inyectaran dinero público en pandemia. Y cantó bingo.
A Aldama, licenciado en Derecho, siempre le gustó el dinero público y el acceso a los políticos; llegó a ser cónsul de Georgia. Fue en 2019 cuando conoció a Ábalos en un viaje oficial de la mano derecha de Sánchez a Oaxaca, México, que costó al Ministerio 44.000 euros. Entonces, se hizo inseparable del ministro y de Koldo. De ahí pasó a acumular contratos en pandemia con Fomento, Puertos del Estado, con el Ministerio del Interior de Marlaska, con los Gobiernos autonómicos de Canarias, en manos entonces del hoy ministro Ángel Víctor Torres, y de Baleares, cuya titular era la actual presidenta de las Cortes, Francina Armengol, más conocida como «cariño» por Koldo. Un chollo que se tradujo en 53 millones para la buchaca, según la fiscalía. No había ventanilla pública socialista que se le resistiera a Víctor. Hasta Correos, dirigido por el amigo del presidente, Juan Manuel Serrano, le compró 2 millones de tapabocas.
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El año 2020 fue el de la buena suerte para Aldama. Atrás quedaba el negocio de restauración «La vieja taberna», cuya franquicia gestionó en Madrid, y sus consiguientes problemas con Hacienda y con la Seguridad Social o sus intentos por comprar el Córdoba y el Cádiz, entre otros equipos. Esa turbia hoja de servicios que en cualquier país serio le hubiera cerrado todas las puertas para contratar con administraciones públicas, en el sanchismo le sirvió de salvoconducto. Tanto que hace cuatro años coincidió «fortuitamente» con Begoña Gómez en San Petersburgo, y la puerta definitiva se abrió de par en par. Ella viajó con Hidalgo, que se encargó de que su empleado en Globalia conociera a la esposa presidencial para que los negocios fluyeran. De hecho, Aldama renunció a su puesto en la compañía cuando Moncloa liberó el rescate a la aerolínea de los Hidalgo. Misión cumplida, se debió decir.
Pero antes, ya había logrado patrocinios para el África Center, el chiringuito hecho a medida que Gómez dirigió en el Instituto de Empresa nada más ser investido su marido. En la ciudad rusa del Hermitage, donde tuvo lugar el encuentro planetario entre Víctor y Begoña, había trabajado otro miembro de la familia Sánchez, el hermano músico del presidente, también imputado como su cuñada. Y las casualidades no acaban aquí: el comisionista del caso Koldo ha tenido varias sociedades para desviar mordidas en Elvas, la localidad portuguesa donde David Azagra evade impuestos y tiene una mansión. Reconozcámoslo: el mundo es un pañuelo.
Ese mismo 2020 Aldama, con negocios en Venezuela, organiza el viaje de la vicepresidenta de Maduro a España, territorio Schengen —como bien sabía el Gobierno— que tenía prohibido pisar. El conseguidor, intentando cobrar de la dictadura bolivariana una deuda de 200 millones para, de nuevo, Globalia, se hizo con la confianza de Delcy, con la que trataba de la compraventa de 104 barras de oro venezolano —al que se referían como «el amarillo»— por 62,6 millones. En ese enero de 2020 incluso organizó un viaje de cinco días para la mano derecha de Maduro, que incluía hasta visitas médicas, pero todo quedó en una reunión clandestina, autorizada por Sánchez, en Barajas con Ábalos —que se conoció gracias a la prensa—, con un sospechoso trasiego de decenas de maletas, y la presencia, cómo no, de él: Aldama. Ábalos, después de mentir en varias ocasiones, confesó haberle visto «en el párking de la terminal». Y Sánchez dio el viernes en Roma la enésima versión sobre ello. La enésima mentira.
Todos los caminos de Moncloa pasaban, pues, por Aldama, al que no le ha faltado ni un tiroteo reciente a su coche —versión moderna de la cabeza de caballo en la cama—. Por eso, «el perro» le dijo a Koldo, en relación con el rescate a la empresa del amigo de Begoña, aquello de «mañana está el 1 y está tomada la decisión». Amén.