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El presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, y el presidente Pedro Sánchez

El presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, y el presidente Pedro SánchezFoto: AFP / Mejorada con IA

El perfil

Mazón, el hombro sobre el que cargar el caos

Acabar con Mazón es, para el presidente del Gobierno, la primera estación para neutralizar definitivamente a Feijóo

El presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón Guixot (Alicante, 50 años) es un superviviente de la política. No en vano, logró retener la presidencia de la Diputación de su provincia natal mientras el llamado pacto del Botánico, que encaramó al tripartito de Ximo Puig a la presidencia, arrasó con cualquier atisbo de poder popular, hegemónico a orillas del Turia durante veinte años. Ahora se enfrenta a la peor experiencia de su vida: gestionar la catástrofe humana que ha dejado a su paso la DANA por el Levante español, arrasando centenares de vidas, acumulando miles de desaparecidos y quién sabe si, de paso, sirviendo de tumba para la carrera de algún político. A él, la riada le ha situado en una vorágine de imprevisibles consecuencias. Posee hoy, para Moncloa, el hombro sobre el que cargar toda la responsabilidad por haber minimizado la amenaza y ralentizado las alertas. Es un objetivo a eliminar: lo que no han podido las urnas lo logrará la catástrofe, se malician en el PSOE.

Cuando el 28 de mayo de 2023 las elecciones autonómicas devolvieron la comunidad valenciana al PP, tras ocho años en la oposición, Mazón sabía que tendría que gestionar los desmanes del Gobierno socialista, empeñado en sucumbir al filonacionalismo catalán y convertir al Turia en una franquicia del pancatalanismo. Pero nunca pensó que, a la vuelta de año y medio, un martes negro de finales de octubre su región sufriría un zarpazo terrible que pondría a prueba la cogobernanza entre el Estado y una autonomía. Como ocurrió con la pandemia, el engranaje no ha funcionado y a Mazón se le reprocha no haber pedido antes la ayuda del Ejército. Otros, señalan al Gobierno por haberse mostrado indolente en los momentos más delicados de la tragedia. Sánchez, de hecho, deambula desde hace días por Valencia sin asumir la responsabilidad que le compete sobre el desastre.

En un país donde el sanchismo no hubiera volado todos los puentes entre partidos de Estado, el que un barón autonómico hubiera recibido al jefe del Gobierno en la zona cero de la tragedia con palabras como «querido presidente, gracias por venir tan pronto y por el contacto que hemos tenido desde el principio, contigo a través de wahtsapp, con la vicepresidenta…» hubieran sonado a cortesía política y a leal gesto entre instituciones. Aquí no. Porque Pedro Sánchez siempre hace que te arrepientas de cualquier comportamiento leal que hayas tenido con su Gobierno. No obstante, Mazón estaba ya en el punto de mira de muchos votantes de su partido, que no entendieron que acudiera a Moncloa para hablar de financiación autonómica cuando el presidente busca romper la caja única para favorecer a Cataluña y hundir todavía más a su Comunidad, la más infrafinanciada. Pero el líder valenciano, según los que le conocen, siempre prioriza la conciliación a la confrontación. Y eso tiene un coste en la España de la polarización.

Mazón accedió a su primer cargo con apenas veinticinco años. Tras pasar por la administración de Eduardo Zaplana –la oposición siempre le ha reprochado su afiliación al hoy condenado expresidente– asumió en 2009 la más alta responsabilidad en la Cámara de Comercio de Alicante. Tendrían que pasar diez años para que volviera a la primera línea política como presidente de la Diputación alicantina, gracias a un pacto con Ciudadanos. Un puesto en el que consiguió hasta la abstención de los nacionalistas de Compromís a sus presupuestos para exhibir perfil centrista. Allí esperó a que pasara la resaca de los casos de corrupción del PP en Valencia y, gracias a su amistad con Teodoro García Egea, Pablo Casado apostó por él para revertir la suerte de Génova en el otrora feudo popular.

Una máxima en la cúpula popular era y es que sin la llave del Palau de la Generalitat nunca será posible conseguir la de Moncloa. Lo sabía Casado y lo sabe Feijóo, que renovó su confianza en un Mazón conocido por su talante liberal y moderado. Y pragmático: de hecho, fue uno de los primeros ganadores del 28 de mayo que llegaron –sin los complejos que demostró, por ejemplo, su compañera la extremeña María Guardiola– a un acuerdo con Vox para conformar Gobierno. Como también fue el primero en destituir a los tres consejeros de Abascal, cuando Vox anunció que rompía los acuerdos por la política migratoria del PP.

Ahora, este licenciado en Derecho que es un auténtico influencer en las redes, con 33.000 seguidores, no está para grabar TikTok. Padre de dos mellizos de 15 años y con un pasado en la música que le llevó a competir con Sonia y Selena para ir a Eurovisión, tiene por delante un desafío casi imposible: gestionar la muerte de centenares de compatriotas y alumbrar soluciones para los supervivientes. De su capacidad para hacerlo con solvencia dependen sobre todo la vida de miles de personas, la reconstrucción de Valencia y la reparación de los estragos que la gota fría ha causado. Pero también su futuro político, que se balancea entre la necesidad de coordinarse y no romper con el Gobierno de Sánchez, presto a tenderle trampas, y, a la vez, secundar la estrategia de Feijóo que, con razón, cuestiona la falta de compromiso de Moncloa con los valencianos y, en la primera hora, su desidia en la prevención y en las alertas de emergencias cuando la devastación se acercaba al Mediterráneo.

Acabar con Mazón es, para el presidente del Gobierno, la primera estación para neutralizar definitivamente a Feijóo. A ello se dispone entre el caos, la impotencia y el desconsuelo de todos.

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