El Gran Capitán, Fernando González de Córdoba, es una figura capital en la historia de España. A él se le debe la victoria frente a los nazaríes en la guerra de Granada, y frente a los franceses en las guerras de Italia. Su genio militar modernizó el arte de la guerra y puso las bases del Ejército Español. Los futuros Tercios se organizarían poco después a partir de las reformas introducidas por él. Este cuadro de Federico de Madrazo de 1835 lo representa durante la batalla de Ceriñola del 28 de abril de 1503 donde los españoles derrotaron a los franceses.

Este cuadro de Federico de Madrazo de 1835 representa al Gran Capitán durante la batalla de CeriñolaMuseo del Prado

Granada

La tumba del Gran Capitán de los Reyes Católicos que fue saqueada por los soldados franceses

Gonzalo Fernández de Córdoba fue el más importante militar de los Reyes Católicos, ya que se le considera el verdadero creador del primer ejército profesional de España

Fue uno de los más grandes militares de la Historia, un héroe español y un mito viviente ya a comienzos del siglo XVI. Tras dirigir la conquista del último reino musulmán de la Península, derrotó a los franceses en Italia, logrando así que Fernando el Católico se convirtiera en rey de Nápoles, un territorio que España conservó durante doscientos años.

Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como el Gran Capitán, fue, junto a Cristóbal Colón y el cardenal Cisneros, una de las figuras clave del magnífico reinado de los Reyes Católicos.

Sin embargo, como suele ocurrir en España con casi todos nuestros héroes, la figura del Gran Capitán cayó poco a poco en el olvido, hasta que Federico Madrazo lo hiciera protagonista de uno de sus cuadros y, ya en pleno XX, el concejo de Córdoba se acordara de él para erigirle una estatua con la que celebrar el cuarto centenario de su muerte, que se conmemoraba en 1915.

Como ocurrió con su amiga la reina Isabel, don Gonzalo no fue enterrado en su emplazamiento definitivo hasta varios años después de su muerte, cuando sus restos fueron trasladados desde el mismo enterramiento provisional en que estuvo la reina, el monasterio de San Francisco, en la Alhambra; hasta un panteón en la iglesia del bellísimo Monasterio de San Jerónimo, en Granada. Allí, flanqueando ambos lados del retablo mayor de la iglesia, se encuentran los sepulcros del Gran Capitán y de su esposa, doña María de Manrique.

Gonzalo Fernández de Córdoba fue el más importante militar de los Reyes Católicos, ya que se le considera el verdadero creador del primer ejército profesional de España. Supo conjugar de modo magistral la infantería, la caballería y la artillería. Se le describe no sólo como un gran soldado, sino como un hombre compasivo y bondadoso, ante quien se rindió el último sultán nazarí de Granada, que acabó siendo su amigo. De hecho, fue don Gonzalo la persona a quien el rey Fernando encargó establecer con Boabdil los términos del tratado de rendición de la ciudad, en 1492.

El Gran Capitán falleció a los 62 años en Granada, a causa de un brote de fiebres cuartanas que había contraído en Italia durante las guerras contra los franceses. En los últimos años, había caído en el ostracismo tras su enfrentamiento con el rey Fernando a raíz de las famosas «cuentas del Gran Capitán».

En 1810, durante la ocupación francesa, las tropas del general Sebastiani profanaron su tumba, mutilando su cadáver y quemando las 700 banderas que, a modo de trofeo, yacían en el interior. Dos años después, en su huida, el jefe de las tropas francesas volvió a cometer otro abyecto acto, al llevarse a su país la calavera y la espada de gala del Gran Capitán.

Durante las desamortizaciones liberales, en 1835, el monasterio volvió a ser saqueado, esta vez por los propios granadinos, y tuvo que ser un monje quien evitara una nueva profanación de los huesos del ilustre militar. De hecho, tan nefasto trasiego con sus restos mortales ha llevado a negar, en una reciente investigación en 2006, que los huesos que se conservan en su tumba sean ya realmente los del brillante y cortés militar a quien el derrotado rey francés Luis XII, durante un banquete en el que ejercía como anfitrión, le mostró su profunda admiración al invitarle a sentarse a su propia mesa, aduciendo que «quien a reyes vence, con reyes merece sentarse y él es tan honrado como cualquier Rey».

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