Sevilla
La dureza de ganarse la vida como 'gorrilla' en pleno verano sevillano: «Los vecinos me dan comida o ropa»
Jaimie es nigeriano y avisa a los conductores de las escasas plazas disponibles en una céntrica calle en un momento en el que las altas temperaturas empiezan a cobrar protagonismo
Sevilla. Calle cercana –y muy transitada–a la estación de Santa Justa. Son las 4 de la tarde y aunque el verano está siendo hasta el momento muy benévolo en la capital hispalense, el sol cae a plomo a esta hora sobre el asfalto.
En plena calzada, Jaimie se protege de los rayos con un paraguas blanco de una marca publicitaria. Es nigeriano, dice que tiene 65 años y actualmente, se gana la vida como 'gorrilla', avisando de la existencia de alguna de las escasas plazas libres en esta zona –donde es habitual estacionar en doble fila–a los conductores a cambio de alguna propina.
Hasta el momento ha habido suerte. Un vecino, que va con sus dos hijos pequeños y ya le conoce, le da algo al bajar de su vehículo. «Gracias, amigo», sonríe.
Nuestro protagonista entiende el español, pero le cuesta hablarlo. «En Nigeria el idioma dominante es el inglés, explica, pero hay colegios que enseñan también el castellano», revela.
Hace un sol de justicia y Jaimie acude a su 'puesto' de descanso, que está a la sombra de un árbol. Allí dispone de una silla para sentarse, que le presta para su jornada un bar cercano. «Yo les ayudo cuando abren a montar la terraza, sobre las 7:30 de la mañana».
Y es que madruga, ya que asegura llegar a esta zona una hora antes, para aprovechar el movimiento de coches que hay a esa hora. Una vecina que espera con maletas a que la recoja su marido para irse de vacaciones a la playa le regala una manzana, que recibe de buen gusto. «Los vecinos son muy amables, y me ayudan con ropa o comida», añade.
Jaimie lleva 16 años en la ciudad. «Antes he hecho otros trabajos, ahora toca esto», dice, sin dar muchos más detalles. Tiene 4 hijos en Nigeria, «dos chicos y dos chicas». Pero aquí en España, aunque no tiene familia, sí hay amigos. «Comparto piso con alguno de ellos».
Por hoy, decide que es suficiente. Envuelve en bolsas todo lo que ha recibido y acude al interior del bar cercano para devolver la silla prestada. Tras cargarlo todo en su bicicleta, con la que se desplaza, y ponerse un chaleco reflectante, se despide. «Mañana será otro día», antes de alejarse pedaleando.