Puigdemont en Barcelona el 8 de agosto

Puigdemont en Barcelona el 8 de agostoGTRES

Crónica

Puigdemont culmina su 'performance' estéril sin arañar a Illa pero arrasando con la credibilidad de los Mossos

La policía catalana acabó siendo la única víctima de un sainete que no consiguió reventar la investidura del candidato socialista

Durante semanas, la amenaza del retorno de Carles Puigdemont ha traído de cabeza a los analistas políticos catalanes. ¿Cuáles serían las consecuencias del retorno del expresidente «exiliado», líder moral de un amplio sector del independentismo durante el procés y bestia negra del constitucionalismo? Apenas 24 horas después de que la amenaza se hiciera realidad, se descubrió que el rey hacía tiempo que estaba desnudo.

El temido regreso a España del líder de Junts fueron cinco minutos de gloria: los que duró el encendido discurso con el que arengó a los cerca de 4.500 independentistas que, estelada y careta en mano, le esperaban a las 9 de la mañana de este jueves en el Arco de Triunfo de Barcelona, a pocos metros del Parlament. Allí se iba a celebrar la sesión de investidura de Salvador Illa, a quien los posconvergentes tildaban de anatema: el «candidato del 155».

Al acabar su discurso, en el que insistió en su condición de víctima de la represión política, espetó a los reunidos un «no sé cuándo nos volveremos a ver». Y tenía razón: aunque la megafonía instalada por Junts ordenó a los manifestantes que abrieran un pasillo para que pasara el president con su comitiva. Y la comitiva pasó, pero no el president: cuando toda la atención estaba puesta en la multitud, él se escabulló por detrás del escenario, se subió a un Honda blanco y desapareció.

El gato y el ratón

Comenzó otro juego: el del gato y el ratón entre unos Mossos d’Esquadra que quedaron a cuadros y un Puigdemont que había roto el acuerdo no escrito que, según revelaban ayer fuentes cercanas, se había logrado entre la policía y Junts. A saber, los agentes dejarían hablar al expresidente y lo detendrían con honores después, pero Puigdemont no estaba dispuesto a dejarse detener.

Mientras, en el Parlament comenzaba puntualmente la sesión de investidura que Puigdemont había amenazado con reventar. Las intervenciones y réplicas se fueron sucediendo durante el día, siguiendo el guion previsto, mientras fuera de los muros de la cámara los Mossos paralizaban Cataluña con una «operación jaula» infructuosa de la que hoy está previsto que el conseller de Interior dé explicaciones.

No se encontró a Puigdemont pese a que se bloquearon las salidas de Barcelona y de Cataluña, abriendo maleteros de particulares e incluso una ambulancia. La «operación jaula», repetían los comentaristas a lo largo del día, es una medida excepcional de los Mossos que suele reservarse para terroristas o delincuentes peligrosos: en este caso, no obstante, no sirvió de nada. En el momento de escribir estas líneas, Puigdemont sigue en paradero desconocido.

La votación de investidura

A los simpatizantes del expresidente les quedaba una última esperanza: la votación de investidura. El momento en el que la Mesa presidida por Josep Rull llamaría uno a uno a los parlamentarios y Puigdemont podía culminar su golpe de efecto, apareciendo por sorpresa. La votación comenzó pasadas las siete de la tarde, pero cuando llegó el momento de Puigdemont, ocurrió lo inesperado: nada.

El expresidente no apareció de repente en el hemiciclo, ni sus parlamentarios realizaron ningún gesto de protesta que justificase tener a toda la comunidad autónoma en vilo. Se limitaron a aplaudir unos segundos con cara de circunstancias y a dejar que el voto de Puigdemont se desvaneciese: Illa fue investido pocos minutos después, con 68 votos a favor y 66 en contra.

Así terminaba la performance de Carles Puigdemont, sin arañar a su rival socialista, que fue elegido presidente de la Generalitat sin más obstáculos que un retraso de cerca de hora y media por un par de exabruptos del portavoz juntaire Albert Batet después de comer. La única víctima que sí se cobró Puigdemont fue la credibilidad de la policía catalana, que quedaron retratados como unos agentes incapaces de detener al político más famoso de Cataluña después de que este hubiese anunciado con fecha y hora dónde estaría.

En un comunicado hecho público en mitad de este sainete, los Mossos reconocían que habían «intentado parar» a Puigdemont, pero que no lo habían conseguido. «Hemos hecho el ridículo», reconocía el principal sindicato del cuerpo policial, SAP-Mossos, a través de un texto en el que pedían explicaciones al departamento de Interior.

A la espera de ver si durante la jornada de hoy, viernes, Puigdemont reaparece –y a qué lado de la frontera–, este es el balance de una jornada agotadora y estéril en la que Puigdemont acaparó los focos pero un discreto Salvador Illa se llevó el premio.

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