El candidato del PP a la Generalitat de Cataluña, Alejandro Fernández, en la redacción de El Debate

Entrevista

Alejandro Fernández: «La alternativa en Cataluña se ha de construir contra los nacionalistas, no con ellos»

El presidente del PP catalán lamenta que los socialistas hayan ofrecido al expresidente «la posibilidad de humillar a la democracia española»

El presidente del PP en Cataluña, Alejandro Fernández, atiende a El Debate a las puertas de que el socialista Salvador Illa tome posesión del cargo de presidente de la Generalitat. Fernández hace balance del arranque de la legislatura, marcada por las idas y fugas del doblemente huido líder de Junts, Carles Puigdemont, y por un pacto entre el PSC y ERC que a juicio del político popular da inicio a un nuevo proceso de descomposición de España.

—El viernes por la noche Puigdemont anunciaba que estaba de vuelta en Waterloo, ¿ha ganado algo el expresidente con su performance?

—Mi intuición, que no está basada en pruebas, es que esto es un amaño, un biscotto, como dicen en el fútbol. Mi sensación es que Pedro Sánchez ha conseguido la investidura con Esquerra en Cataluña y a cambio, para no perder el apoyo de Puigdemont, le ha permitido hacer un mitin en Cataluña. Le ha permitido recordar que está políticamente vivo y sigue teniendo la llave de la política española. Y le ha ofrecido la posibilidad de humillar a la democracia española, que es lo que vive ahora mismo Puigdemont, políticamente. Para Puigdemont lo que ocurrió ayer es un pequeño trofeo político.

Durante el pleno de investidura, ud. le decía a Salvador Illa que entre él y Pedro Sánchez habían resucitado a Puigdemont. Como presidente, ¿Illa entierra el procés o lo lleva a una nueva fase?

—Yo creo que este es un proceso nuevo, que parte del anterior. No es un proceso hacia la independencia, sino hacia una España confederal, asimétrica y plurinacional, y tiene como aliados a una especie de frente popular donde están juntos los socialistas, la extrema izquierda española y los separatistas. Creo que con su discurso del jueves, Illa demostró que esta es claramente su apuesta, blanqueando el golpe de 2017 –«aquí no ha pasado nada, la culpa es de la fachosfera»–, asumiendo el lenguaje separatista –dijo que Cataluña es una nación, cosa que es mentira– y asumiendo incluso su política lingüística.

Para sellar la investidura, PSC y ERC pactaron una financiación singular para Cataluña que depende en buena medida de las mayorías en el Congreso. ¿Se llegará a materializar?

—Para añadir un tercer concierto económico en España hay que reformar la Constitución, y hoy no hay mayoría para hacerlo. El concierto como tal no va a llegar, estoy convencido, pero esa no es la cuestión. Para el separatismo, más importante que el dinero es tener lo que llaman «estructuras de estado», y por eso quieren tener una hacienda propia; es decir, controlar los datos fiscales de la gente. Quieren las cosas que no tenían en 2017 y que les impidieron que el golpe triunfara. Ese es el gran drama del acuerdo. No tengo ninguna duda de que no podrán hacer un concierto como tal, pero sí tener una hacienda propia, que es el objetivo que persiguen.

Sin embargo, Illa vende el discurso de «gobernar para todos», de apaciguar al independentismo…

—Muchos partidarios del independentismo se quedaron en casa en las últimas elecciones, decepcionados porque sus líderes a la hora de la verdad fueron muy cobardes. Pero insisto: lo que ha pactado Illa no es apaciguamiento, son cesiones para que cuando lo vuelvan a intentar no tengan los obstáculos que tuvieron en 2017. Ya no están en la pantalla del referéndum, sino en la de que España se convierta en un estado confederal, asimétrico y plurinacional, insisto, porque saben que esto les permite plantear otro referéndum de aquí a unos años. Y lo volverán a intentar, y no tendrán a nadie enfrente.

Alejandro Fernández, en la redacción de El Debate, en una imagen de archivoPaula Argüelles

¿Se le puede dar la vuelta la tortilla sentimental, y conseguir –tal vez a largo plazo– que la gran mayoría de catalanes se sientan parte de España?

—Conviene recordar que el constitucionalismo ganó las elecciones en Cataluña anteayer, como quien dice. En 2017 las ganó de manera brillante, de la mano de Ciudadanos, aunque luego ellos decidieron suicidarse sin que nadie entendiera bien por qué, cuando decidieron largarse todos de Cataluña y dejar esto abandonado. Por tanto, por supuesto que se le puede dar la vuelta. Yo estoy obsesionado con la idea de que si esta vez desde el PP de Cataluña lo hacemos bien, el constitucionalismo puede volver a ganar unas elecciones en Cataluña, aprendiendo de los errores.

¿Qué errores no hay que repetir?

—Los he explicado a tumba abierta en muchas ocasiones, pero creo que el error esencial es que en Madrid siempre se ha priorizado el pacto con los nacionalistas a construir una alternativa al nacionalismo, en Cataluña y en el País Vasco. Aquí hay diferentes grados de responsabilidad: el PP puede haber pecado de inacción o errores de cálculo y el PSOE directamente se ha sumado a los traidores. Ese es el error que hay que corregir: basta de aceptar que el nacionalismo catalán o el vasco son buenos. No lo son: persiguen la destrucción de España y la independencia de sus territorios.

Si nos fijamos en los escaños, el constitucionalismo también ha ganado estas elecciones, aunque no se dio el pacto entre PSC, PP y Vox. ¿Cuál es el papel del PP en esta legislatura?

—La construcción de una alternativa a un acuerdo infame que es una mezcla de separatismo confederal y de extrema izquierda, que liquida la educación, la cultura del esfuerzo, la seguridad ciudadana, el bilingüismo y todo lo que históricamente había hecho grande a Cataluña. Ahí tenemos una autopista para crecer y ser la alternativa, porque Junts, en la medida que mantiene su apoyo a Pedro Sánchez, nunca podrá serlo. Somos la fuerza política que más ha crecido, y toca seguir, y no movernos ni un milímetro.

¿Cómo será la relación con Vox en el Parlament los próximos años?

—En el Parlament la relación con ellos es muy buena, aunque sea porque somos los únicos que no les aplicamos un cordón sanitario. Otra cosa es que creo que Vox se equivoca profundamente cuando basa a diario toda su política en atacar al Partido Popular. Pero asumo convencido que en Cataluña hay una parte en la que podemos discrepar, pero hay otra parte esencial que nos une: la defensa de la unidad de España. Por lo tanto -así se lo he trasladado-, para todo lo que tenga que ver con esto, tendrán en el Partido Popular un interlocutor.

Ud. se ha destacado en sus intervenciones públicas –y en esta misma entrevista– por oponerse frontalmente al nacionalismo, sin subterfugios. ¿Hace falta eso para romper la dicotomía de «buenos» y «malos» catalanes que impone el marco mental separatista?

—Yo soy profundamente antinacionalista, y no estoy en política para hacer ver algo que no soy. La gente ha de saber que cuando vota al Partido Popular de Cataluña, si yo encabezo la candidatura, vota a un liberal conservador de centro derecha, europeísta y profundamente antinacionalista, y lo digo sin ningún complejo. Lo que ocurre es que en España se otorgó a todos los que hicieron oposición al franquismo una pátina de supuesta modernidad, ya fueran de extrema izquierda o nacionalistas.

¿Le parece raro?

—Fue un régimen autoritario de extrema derecha, y yo puedo entender que esto en los años 80 se aceptara, pero hombre… Si alguien ve calidad democrática en lo que hace Puigdemont, que es una especie de caudillo nacional populista, que venga Dios y lo vea. Yo hace ya mucho tiempo que intento trasladar que el nacionalismo es una ideología perversa, que clasifica a la gente en función de su identidad, y que en consecuencia humilla y aísla a quienes ellos consideran de segunda. Esto es aplicable a Cataluña, el País Vasco y a España, porque también existe el nacionalismo español, y es una ideología criminal.

Por eso yo –sin perder el respeto parlamentario y la educación– me niego a aceptar que los nacionalistas en Cataluña sean moralmente superiores. Es más, sinceramente creo que son ética y moralmente inferiores a nosotros, porque representan a una ideología perversa. Por tanto, no les otorgo ese carácter preferencial, y creo que la alternativa en España no se debe hacer con los nacionalistas, sino contra los nacionalistas.

Por último, hace un tiempo fue invitado al podcast La Catalunya Woke. Parte del pacto entre ERC y el PSC contempla mantener la consejería de Igualdad y Feminismos. ¿Podemos esperar una legislatura más, menos o igual de woke que la anterior?

—Igual o más. El gobierno de Illa se sostiene con los Comunes y con Esquerra, con lo cual vamos a tener las mismas políticas de extrema izquierda, identitarias y de cancelación: exactamente todo igual, pero corregido y aumentado. Aunque percibo una cosa en referencia al podcast que comentas: creo –aunque tampoco lo he podido contrastar científicamente– que nuestro resultado electoral tiene mucho que ver con gente que a lo mejor no acaba de conectar con el PP en algunos temas pero que vio en nosotros una alternativa a esta política woke de extrema izquierda.

Muchos de los organizadores y los oyentes de La Catalunya Woke vienen ideológicamente del independentismo, pero están hasta las narices, y percibo que puede pasar con mucha gente que ha estado apoyando al separatismo de extrema izquierda y se están dando cuenta de que les han vendido una mercancía muy averiada.

—Aunque el riesgo es que se pasen a Aliança Catalana…

—Totalmente de acuerdo. Dependerá de si dan más prioridad al eje izquierda derecha o a la cuestión nacional. Pero hay otros que no tienen una visión tan radical de la cuestión nacional y que tampoco comparten lo que significa Aliança Catalana, que está anclada en el siglo XII. Sueñan como una Cataluña que ya estaba pasada de moda en tiempos de Guifré el Pilós. Sí, va a haber mucha gente que les apoyará, eso es indiscutible, pero van a venir muchos a nosotros.

Lo veremos en las elecciones de... ¿2028?

—Lo normal en los últimos años es que no llegue hasta 2028, pero todo lo que sea pasar de dos años parecerá una legislatura larga.