El laberinto catalán
El futuro de Puigdemont: el regreso de los siete minutos frustra sus planes y queda como rehén de Sánchez
El futuro político y personal del líder de Junts es incierto, y en todo caso no es el que él había planeado
En las elecciones de 2017 Puigdemont prometió que regresaría a Cataluña, y no cumplió. En la campaña de las elecciones del pasado 12 de mayo repitió su compromiso, y el 27 de julio convocó un acto en el sur de Francia en el que, una vez más, anunció su regreso.
Tras su cameo por Barcelona del pasado jueves ha modificado su discurso y ahora afirma que jamás estuvo en sus planes atender la citación judicial. Puigdemont ensayó un regreso, que a la postre resultó frustrado, como último recurso para evitar la investidura del candidato socialista que, paradójicamente, es su socio de investidura en el Congreso de los Diputados.
El líder de Junts en campaña se comprometió a su regreso y también a que si no salía ganador de las elecciones no ejercería como jefe de la oposición y, en consecuencia, que abandonaría la política. Junts intentó que las elecciones autonómicas fueran un referéndum sobre su líder y salió derrotado. Ahora el futuro político y personal de Puigdemont es incierto, y en todo caso no es el que él había planeado.
División entre sus bases
Hoy no hay duda que una parte de los votantes independentistas ven a Puigdemont como un héroe que se sacrifica por una causa casi mística como la independencia, pero otros empiezan a criticarlo. Puigdemont prometió la independencia y en el momento de la verdad la declaró para suspenderla a los ocho segundos.
Luego prometió que volvería y la realidad es que apareció y luego pegó una espantada. Entre medias, los acuerdos de Puigdemont con Sánchez son valorados por el independentismo más irredento como un fracaso: ni la amnistía se ha aplicado en plenitud, ni Cataluña ha recibido las transferencias de inmigración, ni el catalán es oficial en Europa. Según el independentismo más pata negra, Puigdemont le ha dado a Sánchez lo único que él quería, el poder, pero a cambio Sánchez no ha dado nada a Puigdemont.
En noviembre de 2023 cuando Puigdemont y el enviado de Pedro Sánchez, Santos Cerdán, firmaron el pacto que permitía la continuidad de Sánchez en La Moncloa a pesar de haber perdido las elecciones, Puigdemont se las prometía muy felices.
La amnistía exprés pactada le permitiría volver a Cataluña como un héroe y cuando se convocaran elecciones autonómicas concurriría como candidato para poder volver a ocupar la presidencia de la Generalitat, cargo del que él y sus fanatizados y menguantes seguidores creen que es el único y legitimo ocupante.
En aquellos días, en plena euforia, se especulaba sobre si Puigdemont tomaría o no los turrones en su casa de Sarrià de Ter (Gerona). Sánchez tomó posesión, la ley y su aplicación se complicaron y los nervios se adueñaron del entorno del expresidente prófugo. Lluís Puig, ex consejero de Cultura y compañero de escapada de Puigdemont, reconoció en una entrevista que hacía tiempo que «tenían las maletas preparadas para regresar».
Planes torcidos
Los planes de Puigdemont se han torcido. El líder de Junts planificó su regreso a Barcelona sin ganas, dado que siente pavor a ser detenido y pasar un solo día en un calabozo. Aceptó el viaje como último intento de evitar la inevitable designación de Illa como presidente de la Generalitat por parte del parlamento catalán.
Tras casi siete años fuera de España, para Puigdemont el primer choque con la realidad fue que, al igual que ya sucedió con el regreso de Marta Rovira, su retorno no levantaba pasiones. Ni paralizaba la vida ciudadana, ni cambiaba los planes de vida de una Cataluña en pleno periodo vacacional.
Luego los informes de los Mossos afines y la constatación de que la estrategia socialista y de ERC sería el desprecio, la ignorancia y su detención solo después de que se hubiera culminado la elección de Illa le hizo ver que su «sacrificio» iba a ser inútil. Así, a toda velocidad se planificó su viaje exprés de ida y vuelta.
No es preciso haber estudiado criminología, ni tan siquiera haber pasado por la escuela de policía de Cataluña para darse cuenta de que un escenario más propio de David Copperfield, con puertas y unas carpas innecesarias, en pleno agosto, tras el escenario, hacían presagiar algún tipo de treta por parte de Puigdemont y su sectarizado entorno más cercano, formado por el abogado Boye –condenado por secuestro–, el contacto con Moscú Josep Lluís Alay y el empresario Matamala.
Rehén de Sánchez
En Junts desde el jueves están intentando dar un mensaje épico al viaje de ida y vuelta de Puigdemont a Barcelona y lo presentan como un nuevo desafío al Estado, pero la realidad es que Puigdemont es hoy rehén de Pedro Sánchez, dado que no puede pactar una moción de censura con el PP y Vox para desplazarlo de la presidencia del Gobierno como él, despechado, querría.
Puigdemont se siente traicionado por Sánchez, al que le dio la presidencia del Gobierno en circunstancias excepcionales, dado que jamás un candidato a la presidencia había sido investido sin haber ganado las elecciones generales.
Y Sánchez, que llevó muy mal la humillación que supuso negociar en el extranjero y aceptar un mediador internacional, y ha asimilado peor las derrotas sufridas en el Congreso por los desplantes de los diputados de Junts, se ha cobrado su venganza no solo alejándolo de la presidencia de la Generalitat, sino dejándolo en Waterloo en una especie de purgatorio personal y político.
A pesar de todo, en el PSOE la instrucción es no hacer sangre con Puigdemont, solo llevarlo al punto que estaba antes de las elecciones de julio de 2023, al olvido irrelevante. Pocos días antes de la investidura, la Diputación de Barcelona, titular de la cadena televisiva donde trabaja la mujer de Puigdemont, le renovó el contrato hasta fin de año.
La orden es clara: no hablar de Puigdemont, centrarse en los anuncios del nuevo gobierno catalán encabezado por Salvador Illa y dejar que el tiempo haga su trabajo. En el Congreso todo está tranquilo, el presupuesto se puede prorrogar y la legislatura entrar en una especie de letargo sin llevar a las Cortes nada que no sea imprescindible.