La escritora argentina Pola Oloixarac

La escritora argentina Pola OloixaracRandom House / Cedida

Entrevista

Pola Oloixarac: «Que la pata más fuerte del feminismo sea el linchamiento es malo para las mujeres»

La escritora argentina publica 'Bad hombre', un ajuste de cuentas mordaz y sin filtro con la cultura de la cancelación y el movimiento #MeToo

La escritora argentina Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977) no le teme a la cancelación. De hecho, no solo no le teme, sino que le fascina: por eso ha dedicado buena parte de la última década a investigar sobre los «bad hombres», las víctimas de acusaciones de abuso sexual condenados sin más pruebas que el testimonio de cientos de perfiles online gritando «hermana, yo sí te creo».

Este trabajo, a medio camino entre la labor de un periodista gonzo y un detective privado, fructifica en la novela Bad hombre, publicada por Random House y que llega a las librerías este jueves acompañada de una aureola de incorrección salvaje que la autora disfruta. Establecida en Barcelona, Oloixarac atiende a El Debate en unos días en los que –reconoce divertida la bonaerense– Donald Trump e Iñigo Errejón parecen haberse conjurado para dar alas a su campaña de promoción.

–«Esta es una historia real», dice en la primera frase de Bad hombre. ¿Estamos ante una novela o una obra de no ficción?

–Creo que es una novela, porque hay demasiado sexo para que sea un ensayo. Pero es una novela basada en hechos reales: me interesaba muchísimo poder escuchar a mis personajes sin estar emitiendo juicios al respecto.

–Sus protagonistas son estos «hombres malos», vapuleados por las masas. ¿Cómo ha sido su relación con ellos, al transformar a las personas en personajes?

–Para mí este es un proceso muy parecido a la seducción, o al amor. No puedo evitar fascinarme con la gente y entrar en su retrato. En el caso de esta novela, eran hombres que estaban en un lugar muy difícil, destrozados, con miedo a hablar. Uno de ellos no se recuperó jamás, otros van recomponiendo sus vidas, años después… Pero todos eran gente con la que nadie quería hablar, estaba mal visto. Estaban condenados al ostracismo, y ese lugar prohibido tuvo algo muy interesante para mí.

–¿No tuvo miedo a la reacción del feminismo, por abordar este tema poniendo en duda algunos de los dogmas del movimiento?

–La cancelación es un instrumento muy problemático para el feminismo, porque le quita valor al espacio de la justicia. Si el feminismo encuentra su pata más fuerte en el linchamiento y no en el fortalecimiento del Estado de derecho y de los espacios de justicia donde se escuche a esas mujeres, creo que va perdiendo. Es malo para las mujeres. Y hay otro tema que me preocupa.

–Usted dirá.

–Siento que, en general, estos linchamientos son utilizados políticamente para beneficiar a otros hombres. En Argentina hemos tenido los casos de Fernando Espinoza, Pedro Brieger o el expresidente Alberto Fernández: todos ellos hombres de la izquierda, que utilizaron el feminismo como coartada para llevar adelante sus excesos. ¿Estamos fortaleciendo el poder de unos pocos machos, que son los machos «buenos»? Y lo digo entre comillas, porque hasta hace dos o tres semanas Iñigo Errejón, por ejemplo, era el máximo Torquemada.

–Leyendo el libro recordaba las teorías de René Girard sobre el chivo expiatorio…

–Exacto. La idea del chivo expiatorio –que está también en Giorgio Agamben– es que concentra todo el mal, y una vez se echa fuera, el resto quedamos purificados. Incluso me purifica que los otros le pateen en el suelo. Esta es la dinámica del bad hombre, también: se identifica a alguien como el mal total, y si la sociedad se lo saca de encima queda pura y sin mácula… pero eso le sirve, por supuesto, a todos los bad hombres que quedan del lado acusador.

Portada de 'Bad hombre'

Detalle de la portada de 'Bad hombre'Random House / Cedida

En el libro, es lo que ocurre en uno de los casos: los que arrojaban piedras al chivo expiatorio eran los verdaderos abusadores. Me parece que está bueno hablar de estas cosas, y dejar de mantener a los instrumentos del feminismo con un aura mágica, taumatúrgica, de lo que no se puede hablar.

–Como el velo del templo, que guarda lo inefable. Varios estudiosos hablan de los elementos religiosos presentes en los excesos woke, como una secularización del cristianismo. ¿Le ve sentido a la comparación?

–Sí. También hay algo de la mujer sufriente, la víctima a la que se dice «yo te creo», que tiene que ver con el culto a María. Se ve una santidad especial en la mujer que sufre y que está sola en su sufrir, y a la que solo queda acercarnos para adorarla. Efectivamente, veo muchísimos elementos de secularización de prácticas religiosas que venimos haciendo durante siglos.

–Aunque sería un cristianismo sin misericordia, porque a estos linchamientos que usted describe les falta compasión o perdón...

–Por eso hablo de una especie de feminismo pagano, de una situación previa a la buena nueva del universo católico, donde las fuerzas de la tierra estaban asociadas con lo femenino, y eran las fuerzas que de pronto te destruían, pero a la vez te daban la vida. Hay algo de un resurgimiento pagano.

–«No basta que la verdad sea verdadera. Una mentira organizada es tan real como una buena historia», escribe. En esta era en la que se habla tanto de bulos y fakes, ¿le hemos perdido el respeto a la verdad?

–Hemos generado muchísimas tecnologías de la mentira, y la mentira nunca es tan brillante como cuando parece una verdad. Hoy puedes tener un vídeo de casi cualquier persona haciendo cualquier cosa, el vídeo ya no es un registro de algo, también fluye. Como este es nuestro universo, vale la pena examinar nuestros métodos, y si estos tienen que ver con la posibilidad de la destrucción social con legitimidad... Nos tenemos que preguntar si vale la pena, como decía antes.

–¿Cuestionar estos métodos es de «fachas», como algunos critican?

–A mí me parece que lo más feminista que podemos hacer es justamente entender y evaluar cuáles son nuestros instrumentos. Ni se me ocurre que sea algo facha. Es verdad que mucha gente tiene una reacción facilona, y llama «facha» o de extrema derecha a cualquier cosa que violente el lugar donde está, pero la labor intelectual consiste en indagar críticamente en nuestros artefactos culturales. Y si no podemos hacer eso… Bueno, entonces escribimos bajo un régimen de censura. O sea, lo facha sería no escribir este libro.

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