Escultura dedicada al Conde Arnau en San Juan de las AbadesasBarcelona Film Commission

Leyendas de Cataluña

La leyenda del Conde Arnau: el noble catalán condenado a cabalgar eternamente sin hallar descanso

El relato de este personaje trágico es una de las historias más arraigadas en el folklore catalán

Uno de los personajes mitológicos más conocidos del folklore catalán es el Conde Arnau, un espíritu trágico ligado al mito de la cacería salvaje. Cuentan que habitaba un castillo en la cima de una montaña, hace cientos de años: era un hombre malo, que salía de noche con su cuadrilla de ladrones para sembrar el terror por doquier, sin respetar a sus siervos y robando lo que le apetecía.

Sin embargo, un día vio a una dama muy hermosa en un castillo cercano. Se llamaba Constanza, y se enamoró de ella. Le pidió la mano a su padre, pero este se opuso, y le dijo a su hija que antes la mataría que darla por esposa a un hombre semejante. Constanza entró de religiosa en el convento de San Juan de las Abadesas, en Gerona, donde por su nobleza y virtud fue pronto elegida abadesa.

El conde se casó con otra dama, pero siempre conservó en su interior un amor sacrílego por Constanza. Una noche reunió a los hombres de su castillo y les dijo: «Vamos a hacer una buena presa. Con el pretexto de ir a cazar asaltaremos el convento de San Juan, muy rico en alhajas y dinero. Para vosotros el botín: yo me reservo a la abadesa».

Dicho y hecho. Aquellos forajidos, vestidos con traje de caza y armados, se dirigieron al convento de San Juan, situado entonces en un lugar desierto. Asaltaron el monasterio y llenaron de terror a las pobres religiosas, que huyeron por el claustro. Fue un saqueo en toda regla. Lo robaron todo.

El destino de Constanza

El conde tomó un cirio encendido y buscó por todo el convento a Constanza. Ya perdía la paciencia cuando en un aposento bajo, cuyas rejas daban a la iglesia, distinguió una claridad que le llamó la atención. Entró en él y retrocedió horrorizado. Allí, sobre un lecho blanco, guarnecido de flores, alumbrada por velas de cera amarilla, coronada de rosas blancas y sosteniendo en sus manos una azucena, estaba la abadesa Constanza, bella como un sueño, blanca como el mármol, pero fría y muerta.

El conde dio un grito, no sé si de dolor o de rabia. «No importa —dijo—, el cielo me la quita, pero muerta o viva será mía». Y cogiendo entre sus brazos el cadáver, se lo llevó. Montó sobre un caballo negro y, cargado con el cuerpo de la abadesa, emprendió una carrera tan rápida que parecía tener alas.

Y no sin razón, pues, avisado el rey de las fechorías del conde Arnau, le fue a la zaga y encontró a los suyos devastando el convento de San Juan. Todos fueron hechos prisioneros y al día siguiente multitud de cuerpos colgaban de la torre del convento para escarmiento perpetuo de ladrones sacrílegos.

Nada más se supo del conde Arnau ni del cadáver de la abadesa, pero cuenta la leyenda que se aparece rodeada de llamas el alma condenada del conde, y que en días señalados se le ve montado en un caballo negro, cargado con el cuerpo muerto de Constanza y dando el grito de caza, con cuyo pretexto asaltó el convento y... ¡Ay del cazador que se lo encuentre entonces!