
El ilusionista Fructuoso Canonge, en una imagen de archivo
Historias de Barcelona
El «Merlín» de Barcelona que pasó de limpiar botas a actuar para tres reyes de España
El ilusionista Fructuoso Canonge fue uno de los personajes más curiosos del siglo XIX en la capital catalana
En la Barcelona del siglo XIX hubo una serie de personajes curiosos que alegraban la vida de los ciudadanos. Muchos de ellos de origen humilde: este es el caso del conocido como «Merlín español», Fructuoso Canonge, que de limpiabotas saltó a la fama con sus trucos de magia.
Antes de que Harry Houdini se hiciera famoso como escapista, hubo una gran figura internacional, nacida en Montbrió del Camp (Tarragona), que llenaba teatros con el nombre del Gran Canonge. Nació en 1824 y con siete años su familia se trasladó a vivir a Barcelona. De clase humilde, sobrevivían como podían.
Nuestro protagonista, para ayudarlos, decidió ingresar en el ejército con 15 años. Así, con un sueldo fijo, vivirían un poco mejor. Tuvo que abandonarlo, poco después, al caer enfermo, y lo volvió a intentar a los 18 años, licenciándose en 1851. Fuera del ejército encontró trabajo como limpiabotas, en la recién inaugurada Plaza Real de Barcelona, que anteriormente había sido el convento de capuchinos de Santa Madrona.
Su padre falleció. Mientras limpiaba zapatos y en los momentos de asueto, hacía trucos de magia para distraer a los clientes y a los que por allí pasaban. Como consecuencia de los disturbios que hubo en Barcelona por la Vicalvarada, protagonizada por Leopoldo O’Donnell, Canonge fue detenido y condenado a seis años de destierro en Cuba. Sin embargo, al ser inocente de aquello por lo que le condenaron, al cabo de 11 meses regresó a Barcelona.De nuevo en la Ciudad Condal, debutó en varios teatros de poca significación, no consiguiendo el éxito esperado. Así que volvió a ser limpiabotas en la Plaza Real y continuó perfeccionando sus trucos de magia. El 7 de septiembre de 1858 volvió a debutar. Esta vez en el Teatro de los Campos Elíseos y, ahora sí, con éxito. Así lo recogen las crónicas de la época:
La prensa de la época afirmaba que Fructuoso Canonge era mucho mejor que Carl Herrmann, miembro de una familia de ilusionistas alemanes. En el diario La Corona, en mayo de 1859, apareció una carta de Herrmann, donde retaba a Canonge, apostando 20.000 reales de vellón, aunque al día siguiente la rebajó a 5.000. Nunca se llevó a cabo el reto, porque Canonge no disponía de ese dinero para igualar la apuesta. Con lo cual, todo quedó en una anécdota.
El mago de la Corte
Ahora bien, aquel reto le dio publicidad. Al conocer lo que había sucedido, la reina Isabel II quiso conocerlo y ver sus trucos de magia. Por ello actuó en el Palacio Real. La reina le concedió la Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Cuando subió al trono Amadeo I, 1871, le concedió la Cruz de la Orden de Carlos III. También el rey Alfonso XII le concedió La Cruz de Alfonso XII. Se hizo famosa una frase que decía «tienes más medallas que Canonge».
En 1875, como se puede comprobar en el registro de la Biblioteca Nacional, se conserva la primera biografía escrita sobre un mago, dedicada a él. En ella se explica que había escrito Juegos de manos y de baraja con el juego magnético y La mesa habladora o recreativos juegos de manos.

El ilusionista Fructuoso Canonge, en una foto de 1850
Casado con María Degà Puigventós, en 1874 realizó una gira por Sudamérica, actuando en Argentina, Uruguay y Paraguay. Después de demostrar su arte en ciudades como Buenos aires, Montevideo, Rosario de Santa Fe o Paysandú, regresó a Barcelona. En su ciudad se programó una actuación en el teatro del Circo Barcelonés, el tercero más importante de la ciudad, y las entradas se agotaron. De ahí actuó en Tarragona, Valencia, Almería, Granada, Sevilla, Córdoba y Madrid.
La última actuación del Merlín español tuvo lugar en Reus en 1877, en el Teatro Fortuny. Abrió camino a magos catalanes como Melchor Millá, Joaquín Partagás, Francisco Roca o José Florences. Fructuoso Canonge murió en su casa, en la calle Canuda número 45-47 de Barcelona, el 13 de enero de 1890, arruinado.
El periódico La Vanguardia, al día siguiente de su fallecimiento, publicó:
Hijo del pueblo, gracias a su habilidad y destreza como prestidigitador, había conseguido merecida fama en España y en América. El humilde limpia-botas, que este ha sido el oficio de toda su vida, logró penetrar en las moradas regias y hacerse aplaudir de todos los públicos.
Lo que hacía más simpático a Canonje era su buen humor y filantropía. Muchos son los que recuerdan la animación que consiguió infundir a los antiguos Carnavales de Barcelona por su solo esfuerzo, enlazando siempre las diversiones con la caridad.
Jamás negó su concurso para llevar a cabo una función benéfica, y han sido citados como ejemplo, los cuidados y atenciones de que rodeó la vejez de su anciana madre, aún en sus épocas de mayor premura.
Había merecido grandes distinciones, pero de fijo la que ostentaba con mayor orgullo era la de socio de número de la Cruz Roja.
Una de las grandes dificultades con que luchaba en el teatro era el idioma castellano, que nunca logró dominar. Era tan listo de manos como torpe de lengua; la bondad de sus obras contrastaba con la deficiencia de sus palabras.
Descanse en paz Fructuoso Canonje. Era uno de aquellos buenos, por los cuales dice Campoamor, que daría diez sabios.
Actualmente, en la Plaza Real con la calle Esperanza, hay un par de placas que recuerdan los lugares donde Fructuoso Canonge limpiaba botas y distraía a los clientes con sus trucos de magia.