Pedro Sánchez, junto a Ximo Puig y Sandra Gómez en un acto del PSOE en Valencia.PSOE

Elecciones 28-M  Sánchez no perdona y se venga de Ximo Puig con desplantes e indiferencia

El presidente del Gobierno muestra una calculada frialdad hacia el valenciano, que puede perder el poder tras las elecciones del 28 de mayo

Algunos analistas han definido al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, como un killer político. Tiene sus objetivos más que establecidos desde un primer momento y para lograrlos no hay nada o nadie que se le ponga en medio, ni siquiera la siempre socorrida ideología. La suya es él mismo.

Dentro de esta definición se enmarca la nula empatía que siente a la hora prescindir de sus más estrechos colaboradores. Si no, que les pregunten a Iván Redondo, Adriana Lastra, Carmen Calvo o José Luis Ábalos, entre otros. Todos ellos eran fieles escuderos del jefe del Ejecutivo y actualmente no queda ninguno en los puestos que ocupaban y se encuentran muy alejados de cualquier responsabilidad política o institucional que sea relevante en la toma de decisiones.

El camino de la defenestración sanchista nunca está totalmente despejado y, con unas elecciones municipales y autonómicas a la vuelta de la esquina, es más que previsible que se llene de pasajeros si se tratara de salvar el futuro del presidente de cara a las generales de finales de año.

Uno de los que tienen más números para ello es el presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig. Paradójicamente, podría hacerlo si después del 28-M pierde el poder regional tras ocho años, pero también puede seguir la senda de los Redondo o los Ábalos aunque lo retenga. Al menos, en lo que a peso orgánico se refiere.

Frialdad calculada

Su relación con Sánchez no es que sea mejorable. Sin rodeos, es francamente mala y está rota por completo. Lo habitual en estos casos es intentar disimular estas fricciones, aparentar que nada ha pasado y que todo son bulos de otros partidos. Pero el presidente es muy distinto y si es necesario dejar claro que él no es de los que perdonan a los que se la juegan –o cree que se la juegan– se hace notar y no hay ningún problema.

Por si no lo sabía de antemano, el último en saberlo y experimentarlo es el propio Puig. Fue en Valencia en el marco de la Conferencia Municipalista que el PSOE organizó para movilizar a sus cargos y fieles con vistas al 28-M. El presidente del Gobierno acudió a la clausura y en ella compartió mitin con la candidata a la alcaldía de la capital autonómica, Sandra Gómez, y con Puig.

Durante toda la mañana, el líder de los socialistas mostró una calculada frialdad con el barón valenciano. Tras el paseíllo de entrada, los tres subieron al escenario para saludar a los asistentes al acto. Allí había candidatos locales como Reyes Maroto, Carolina Darias o Abel Caballero, lo que hizo que el posado junto al presidente de la Comunidad fuese lo suficientemente breve como para no incomodar ni al uno ni al otro.

Hacia el final de su discurso de 37 minutos, Puig mandó dos recados al Gobierno sobre dos temas que están centrando la campaña electoral en la región, como son la reforma de la financiación y el trasvase Tajo-Segura.

Así, cuando le llegó el turno a Sánchez, ya subió al atril caliente. Su intervención duró menos que la del valenciano, media hora de reloj, y hubo aspectos a destacar en relación a las menciones que dedicó al candidato, tan limitadas como escuetas.

La primera fue para agradecerle junto a Gómez sus «palabras y cariño». Al poco tiempo hizo lo mismo para vaticinar que que tras el 28 de mayo Puig «volverá a ser presidente de la Generalitat y Sandra, por fin, será alcaldesa de la ciudad de Valencia».

La única referencia al legado del presidente regional fue para apuntar que ahora en la Comunidad «hay más Sanidad pública». Hasta ahí llegó. Nada más. Lo habitual cuando un líder nacional visita una ciudad, y más en plena precampaña, es dedicar unos minutos a agradecer a sus anfitriones la acogida y les suele dedicar unas palabras de apoyo explícito, una arenga que sirve para motivar a la parroquia, además de lanzar compromisos políticos con la zona en cuestión.

Por ejemplo, en sus últimas visitas a la región, Alberto Núñez Feijóo comentó su experiencia al probar el arroz con costra o al asistir a una mascletá, además de conformar parte de su alocución sobre Carlos Mazón y María José Catalá.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con Ximo Puig y Sandra Gómez en un acto del PSOE en Valencia.EFE

Pero no fue eso lo que hizo el presidente del Gobierno. No es que solo le lanzara un mínimo halago a Puig, sino que lo hizo forzado, en apenas cinco segundos y dentro de toda una retahíla de logros a ministros presentes como Pilar Alegría, María Jesús Montero, Teresa Ribera, Diana Morant y Félix Bolaños.

Pese a enfrentarse a unos comicios cruciales dentro de un mes escaso, Sánchez no dedicó parte de su tiempo a mostrar el respaldo del líder del partido hacia sus candidatos, con menciones expresas a sus objetivos y a sus aspiraciones electorales, algo sumamente anómalo en estos contextos.

Eso sí, el secretario general del PSOE sí empleó unos segundos para lanzar un recado a Puig. Previamente, el valenciano había relacionado a la capital levantina con grandes hitos de la formación del puño y la rosa. La réplica del presidente fue directa: «Ximo, te olvidas de que aquí celebramos un pedazo congreso como fue el 40 Congreso del Partido Socialista Obrero Español».

Además del conveniente uso del verbo «olvidar», en el reproche subyace un claro mensaje para recordarle que fue en 2021 y en ese mismo lugar donde Sánchez logró el beneplácito de su organización para hacerse con todo el poder en Ferraz. Es decir, que Puig no se olvidara que el único que manda se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón y los que siguen en sus puestos están por que él lo permite…hasta que quiera.

El nombre de «Ximo» lo mencionó en torno a una decena de veces más, pero su valor en el discurso fue simplemente el de introducir el argumento que iba a pronunciar a continuación. Es decir, la frase era la de «como ha dicho Ximo», y colocaba el mensaje deseado por el presidente del Gobierno.

Dos han sido los asuntos que han provocado la fría escenificación entre ambos mandatarios. La voladura definitiva de la relación se produjo a cuenta de la judicialización ante el Tribunal Supremo del trasvase Tajo-Segura por parte del Gabinete valenciano pidiendo la paralización cautelar de los recortes en la infraestructura.

Pero antes hubo otro episodio de desacato de Puig hacia se jefe de filas. Ocurrió a la vuelta de las vacaciones de verano, cuando el barón territorial decidió desmarcarse de Ferraz y Moncloa y se alineó con Juanma Moreno e Isabel Díaz Ayuso anunciando una rebaja del IRPF a las rentas valencianas de hasta 60.000 euros al año.

Ese fue el principio del fin de una relación que ha sido una montaña rusa desde su comienzo. El 28 de mayo es la siguiente parada y Puig ya sabe cómo se las gasta su jefe. Si no tuvo reparos en prescindir de sus más leales colaboradores, qué no hará con alguien a quien considera un traidor y que puede dejarle en una posición de debilidad de cara a las generales.