Ximo Puig observa a Pedro Sánchez, en mayo, en Valencia

Ximo Puig observa a Pedro Sánchez, en mayo, en ValenciaRober Solsona / Europa Press

PSOE

De la tensión al servilismo: los vaivenes de Puig con Sánchez para intentar ser ministro

La relación entre el líder regional y su jefe de filas ha dado varios bandazos a lo largo del tiempo en función de las circunstancias y del interés personal

Las elecciones autonómicas del pasado 28 de mayo supusieron un antes y un después para el ya expresidente de la Generalitat Valenciana Ximo Puig. La misma jornada de los comicios y la de reflexión su núcleo duro aseguraba a El Debate que la reedición del tripartito de izquierdas estaba «asegurada». Predecía 53 escaños para la suma del PSPV-PSOE, Compromís y Unidas Podemos, casualmente la misma cifra que alcanzó el centro-derecha y, por tanto, la mayoría absoluta en las Cortes autonómicas. Ese varapalo inesperado a pesar de las encuestas que auguraban el triunfo holgado de PP y Vox, no solo le supuso al socialista salir del Ejecutivo, sino también un cambio de rumbo en términos orgánicos.

A la cita con las urnas, Puig no llegó enemistado con el actual presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, sino totalmente enemistado y con su relación rota por completo, con derivas judiciales en el Tribual Supremo (TS) incluidas. Precisamente para conocer cómo ha sido posible tal nivel de metamorfosis del valenciano respecto a su jefe de filas, conviene hacer un breve repaso a sus últimos desencuentros.

Una de las fechas que el líder socialista tiene marcada a fuego en su memoria es el 1 de octubre de 2016, cuando su propio Comité Federal forzó su dimisión a raíz de no querer abstenerse para facilitar la investidura de Mariano Rajoy y, por el contrario, empeñarse en pactar con toda clase de partidos nacionalistas e independentistas para llegar al Palacio de la Moncloa pese a conseguir meses antes el peor resultado histórico para su partido, 84 escaños. En ese cónclave Puig votó a favor de la salida de su jefe de filas. Eso sí, lo hizo aunque él mismo no tuvo reparos un año antes en coaligarse con Compromís y Podemos. Aún así, primer desencuentro.

Es sabido que Sánchez volvió a liderar Ferraz tras ganar las primarias a Susana Díaz y Patxi López. Esa vuelta de tuerca también le afectó al líder del PSPV-PSOE, que se arrimó a él hasta convertirse en uno de sus barones territoriales predilectos, un aspecto que se vio reforzado cuando triunfó la moción de censura contra Rajoy y el antes denostado alcanzó el poder. A partir de ese instante, llegó el viento de cola entre ambos, más aún cuando Puig consiguió revalidar la presidencia del Consell en 2019.

Puig y Sánchez sonríen, durante un mitin en Valencia, en diciembre de 2022

Puig y Sánchez sonríen, durante un mitin en Valencia, en diciembre de 2022Rober Solsona / Europa Press

Pero la política da muchas vueltas, muchas más si se trata de un tripartito inestable al frente de las instituciones que ha de hacer frente a una pandemia. Es por ello que la distancia entre la Generalitat y Moncloa se fue ampliando. La causa no fue solo la covid. También influyeron episodios como el caso Oltra, las subvenciones supuestamente ilegales que Puig le concedió a su hermano, el catalanismo, así como el siempre recurrente desgaste gubernamental. Fue entonces cuando desde el PSPV-PSOE se optó por la estrategia de seguir un camino propio ajeno a Ferraz, ya que sus dirigentes veían cómo los sondeos les sacaban del Palau.

El fin del romance Puig-Sánchez llegó en septiembre de 2022, cuando el primero decidió bajar impuestos en el IRPF y demás bonificaciones siguiendo la estela de Juanma Moreno e Isabel Díaz Ayuso. Lo hizo con menos intensidad, pero con la suficiente como para que el presidente del Gobierno le sacara tarjeta amarilla. La roja vino a cuenta del trasvase Tajo-Segura. Desesperado por las encuestas que vaticinaban lo que terminó ocurriendo, Puig dio un volantazo y llevó ante el Supremo el recorte hídrico del Gobierno. Una y no más, debió de pensar Sánchez.

Con elecciones a escasas semanas la tensión entre ambos mandatarios era evidente, hasta el punto de que el valenciano culpó implícitamente a su líder de su propia debacle electoral por diseñar una campaña en contexto nacional. Pero, de nuevo, todo cambió. Con motivo del descalabro socialista general, Sánchez decidió convocar elecciones generales para el 23 de julio.

Nuevo cambio de rumbo

Entonces, Puig sufrió una nueva metamorfosis en su discurso, aunque solo de cara a la galería, según fuentes conocedoras de lo que se cocina dentro de la sede del PSPV. Un exdiputado del Congreso por Valencia explica a El Debate que «cuando Puig creyó que el PSOE iba a perder el 23-J, es de los que claramente dijo a su entorno que había que preparar el postsanchismo». «Estaba preparado para cambiarse de chaqueta, asegura este exdirigente.

Ahora, Puig es uno de los mayores baluartes del llamado sanchismo, a la par que defiende con uñas y dientes la ley de amnistía. No solo las 'malas lenguas', sino también las fuentes internas insisten en que ese viraje tiene una única estación: el Ministerio de Política Territorial. El citado exparlamentario en la Cámara Baja piensa, sin embargo, que este esfuerzo del líder de los socialistas valencianos no le reportará beneficio alguno de cara a contar con un asiento en el próximo Consejo de Ministros. «Creo que Sánchez no piensa en Puig como secretario general y se escuchan nombres como el del secretario general de Alicante y diputado nacional, Alejandro Soler, para el relevo», zanja esta fuente.

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