Ilustración del expresidente de la Comunidad Valenciana Ximo PuigPaula Andrade

Perfil

Ximo Puig: el último ejemplo de que Sánchez no paga traidores

El expresidente valenciano, ya fuera de la primera línea política, ha experimentado las consecuencias de confrontar con el jefe del Ejecutivo

«Sigan, sigan, dice el árbitro». Esa frase tan manida por no pocos comentaristas de fútbol para explicar que un colegiado ha aplicado la ley de la ventaja también podría tener ámbito de aplicación en la política, concretamente en la figura de Ximo Puig. El expresidente valenciano ha renunciado a su acta de diputado en las Cortes regionales, pero ese trámite no es sino la consecuencia de haber probado cómo se las gasta el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

A escasos días de cumplir 65 años, a Puig (Morella, 4 de enero de 1959), la jubilación de la vida pública le ha venido antes de lo que él deseaba, al menos parcialmente. Con experiencia en varios medios de comunicación pero sin tener el título de Periodismo o similares, el castellonense se afilió al PSPV-PSOE cuando apenas tenía 24 años. Ese paso le valió para ser diputado electo en el Parlamento autonómico en las elecciones de 1983. Desde ese momento, Puig y política han sido un binomio inquebrantable.

Entre 1986 y 1995 ocupó el cargo de director general de Relaciones Institucionales e Informativas de Presidencia de la Generalitat y en ese último año también estuvo unos meses al frente del Gabinete del entonces presidente, Joan Lerma. Es decir, ya trabajó en el mismo edificio del que más de 20 años después sería máximo exponente. En ese lapso de tiempo, el socialista fue alcalde de su Morella natal desde los comicios de 1995 hasta 2011, fecha en la que pasó a ser diputado en el Congreso por Castellón.

Fin a 20 años de fracasos electorales

Pero, una vez ya siendo secretario general del PSPV-PSOE, fue en 2015 cuando empezó la época dorada de Puig. Aupado por los casos de corrupción del Partido Popular (unos fueron probados y otros no) y por el surgimiento de nuevas fuerzas políticas como Ciudadanos y Podemos, logró convertirse en presidente de la Generalitat, toda una hazaña para un partido que durante dos décadas estuvo caminando en el desierto electoralmente hablando.

Todo le salía bien a Puig, ya que gobernaba sin mayores sobresaltos y tenía enfrente a un PP en reconstrucción interna. Incluso, hasta la sintonía con Sánchez, todavía en la oposición, era total. Sin embargo, el 1 de octubre de 2016 algo se empezó a truncar. Ante el afán del líder del PSOE por no abstenerse para facilitar un gobierno de Mariano Rajoy en minoría y abocar a España a unas terceras elecciones en un año, su propio partido decidió echarle. Lo hicieron varios dirigentes, además, por las intenciones de Sánchez de llegar a acuerdos con independentistas. Puig se alió con los dirigentes rebeldes y firmó el despido de su jefe a pesar de que él se sostenía en la Generalitat con Compromís en su Ejecutivo y con el apoyo externo de Podemos, al que integró entre 2019 y 2023.

Ximo Puig, prometiendo su cargo como presidente de la Generalitat Valenciana, en 2015EFE

Sánchez estaba fuera y Puig seguía en el Palau y con gran peso orgánico. Pero confiarse y creer que todo iba a ser igual cuando el actual presidente volviera a su despacho fue del todo ingenuo, no conocer al personaje. De nuevo en Ferraz, las apariencias daban a entender que la relación entre ambos era fluida y moderadamente buena, pero los sueños, sueños fueron para Puig. Si no, que le pregunten a Carmen Calvo, José Luis Ábalos, Adriana Lastra o Iván Redondo, entre otros.

Retomando el símil futbolístico, el árbitro, que es Sánchez, dejó jugar, pero cuando la jugada terminó se fue al jugador y le sacó tarjeta amarilla. Tras meses repitiendo hasta la saciedad que Isabel Díaz Ayuso y Juanma Moreno eran casi radioactivos por bajar impuestos, el líder socialista, ya en el Palacio de la Moncloa, tuvo que ver cómo Puig, uno de sus barones más relevantes, se unió a esa senda de reducir tributos. Bronca monumental y pérdida de confianza institucional. La culpa, de las encuestas, que dejaban al tripartito de izquierdas fuera de la Generalitat.

Puig y Sánchez sonríen, durante un mitin en Valencia, en diciembre de 2022Rober Solsona / Europa Press

Unos pocos meses después, el presidente del Gobierno tuvo la ocasión idónea para sacarle la cartulina roja al mandatario regional, pero la cercanía de las elecciones autonómicas, se lo impidió. Fue a cuenta del trasvase Tajo-Segura, un obra a cuyo recorte no se había opuesto Puig en el Consejo del Agua pero que, debido a sus urgencias demoscópicas, tuvo que virar de posición. Aún así, su jefe le tomó la matrícula. Si no revalidaba el cargo, estaba sentenciado políticamente hablando. Y así sucedió.

Tras cruzarse reproches velados y no tan velados sobre los resultados, Puig se afanó en intentar reconstruir los puentes con Sánchez, ignorando que al batacazo, entre otros asuntos, le habían llevado casos como Oltra y Azud, las supuestas subvenciones ilegales a su hermano o sus coqueteos con el independentismo catalán. De nuevo, ingenuidad absoluta y nulo aprendizaje de experiencias propias y ajenas. Aún con todo, no cejó en su empeño y, de la noche a la mañana, se convirtió en el mayor defensor de la ley de amnistía. Esa milagrosa reconversión hundía sus raíces en conseguir el Ministerio de Política Territorial, pero nunca entendió que, al igual que Roma, Sánchez no paga traidores y para éste, Puig es uno de los mayores que tiene, o tenía, a su alrededor.

El socialista Ximo Puig, compareciendo en la noche del 28 de mayoPSPV-PSOE

Cuando pudo, pero también como quiso, se lo hizo saber. La llamada del presidente para comunicarle que era el titular de su tan ansiada cartera nunca se produjo. En cambio, ya desde agosto hasta ese mismo día, vio cómo compañeros suyos que en mayo también perdieron el puesto como él, eran designados en puestos de alta responsabilidad. Francina Armengol, Guillermo Fernández Vara, Ángel Víctor Torres… Todos ellos subieron en el ascensor 'sanchista' mientras Puig quedó sumido en la indiferencia institucional: senador con escasa influencia y con un partido a la espera de nuevo líder en cuya elección Ferraz pintará más que él.

En los últimos días ha vuelto a entrar en las quinielas, en esta ocasión para ser embajador de España en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), por lo que se tendría que marchar a París, donde está la sede del organismo. Puig ha expresado su deseo de seguir en la Cámara Alta y, de esa manera posponer el nombramiento. Sin embargo, si mirase las heridas que a su cuerpo le ha producido Sánchez, no sería descartable que le diese la puntilla antes del Congreso Extraordinario del PSPV-PSOE y le dejase definitivamente fuera de cualquier decisión sobre su sucesor. No sería la primera venganza, pero sí la última.