Entrevista | Escritor
Lorenzo Silva: «La guerra sucia acaba suministrando munición al enemigo»
El novelista repasa con El Debate asuntos como la amnistía, la trama rusa del procés independentista o las relaciones de España con Marruecos
El escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966) es una persona que no pierde el tiempo. Un rasgo que lo convierte en uno de los escritores españoles más prolíficos. Natural de Carabanchel y casado con una catalana –la también escritora Noemí Trujillo–, tiene cuatro hijos, aunque sus vástagos más conocidos son literarios: Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, la pareja de guardias civiles protagonistas de la serie de libros que le catapultaron al éxito, con permiso de La flaqueza del bolchevique. El premiado novelista atiende a El Debate en Valencia, donde acude a participar en una charla con motivo del nacimiento de la Cátedra Planeta de Literatura y Sociedad, creada por Grupo Planeta y la Universidad Internacional de Valencia.
–Hay estadísticas que apuntan a que España es uno de los países donde menos se lee de entre los de su entorno. Más allá de los datos, ¿realmente estamos tan mal, siendo, además, un país en el que se puede disfrutar tanto de la vida en la calle?
–Somos más de salir. ¿Se lee mucho o poco en España? ¿Comparado con qué? Con la España de hace 50 años, mucho, porque, para empezar, hace 50 años todavía había aquí unos cuantos analfabetos y no en cantidad insignificante. Pero si la comparación la hacemos con los países de nuestro entorno, creo que estamos por debajo de lo que deberíamos. Las estadísticas dicen, más o menos, que un poco más de la mitad de los españoles son lectores, pero para llegar a esa cifra se considera que es lectora una persona que lee un libro al mes. Personas que lean de manera regular, para las que la lectura forme parte de su ocio, de su vida, de su estar en el mundo, serán aproximadamente el 10 %. Son unas cifras que están muy por debajo de lo deseable y pienso que es un problema. Una sociedad que lee es una sociedad donde puede haber recursos alternativos para evitar situaciones indeseables, como son la violencia, la sensación de soledad, de inutilidad de la existencia o de no saber qué hacer con los días.
–Dicen que los españoles no somos productivos. Con 84 libros publicados, usted debe de alzar bastante la media, al menos en el sector literario. Imagino que no tendrá demasiado tiempo para nada que no sea su trabajo y su familia. ¿Cómo es un día tipo en la vida de Lorenzo Silva, si es que éste existe?
–No creo que la cantidad sea un mérito, ni la velocidad tampoco. Hay algunas novelas que he podido redactar el texto en dos meses o dos meses y medio, incluso menos, pero alguna de esas novelas a lo mejor tenía detrás diez años de trabajo, de documentación, de entrevistas con personas, de reflexión sobre la historia, sobre los personajes, sobre cómo encontrar la mejor manera de contar esa historia que quería contar. Es decir, que tampoco para mí la velocidad es algo intrínsecamente deseable, ni en la creación literaria ni en ningún otro tipo de creación.
Creo que tengo una ventaja, que es que durante mucho tiempo yo tuve que dedicar el grueso de mis jornadas a otras cosas y la literatura, que era mi vocación, solo la podía practicar en momentos residuales. Eso me enseñó a intentar aprovechar el tiempo, las oportunidades que ofrecen todos los resquicios de la vida, que muchas veces desaprovechamos. Yo no me podía permitir desaprovechar ni un momento si quería servir a mi vocación, que era escribir y no la abogacía, a la que me he dedicado durante buena parte de ese tiempo.
En la literatura española se ha prestado muy poca atención a humanizar a las personas de uniforme
También procuro crear las condiciones para poder escribir. Mi día tipo realmente ideal, el que puedo tener cuando no viajo, cuando no estoy a otras cosas y para el que intento reservarme semanas, es levantarme muy temprano, a las seis y media y trabajar durante toda la mañana. Al mediodía, parar y hacer algo de ejercicio físico, para que me dé un poco la cabeza, y comer ligero. Eso me permite trabajar otra vez toda la tarde si el libro lo requiere. Si no, pues a lo mejor lo dedico a revisar lo que he hecho por la mañana o a preparar lo que voy a hacer al día siguiente. Y por la tarde estoy trabajando hasta las ocho. A partir de esa hora mi mente empieza a rendir mucho menos. Además, tengo una niña que todavía tiene 11 años y le tengo que dedicar tiempo.
–Hablando de familia, usted es hijo y nieto de militares. ¿Hay en sus novelas una cierta necesidad de humanizar a quienes hay debajo del uniforme?
–Lo que hay es una necesidad, que me parece que es intrínseca a cualquier escritor, que es hablar de lo que uno conoce y tiene la sensación de que no está suficientemente expuesto o que tiene en general la gente respecto de ello una percepción que puede no ser del todo ajustada, que es a lo mejor más de estereotipos, de prejuicios, de ideas preconcebidas. Creo que el territorio por excelencia del narrador literario es el de las historias que no se ven lo suficiente y las que están enterradas bajo prejuicios. En la literatura española se ha prestado muy poca atención a humanizar a las personas de uniforme.
–Usted se ha definido en varias ocasiones como de izquierdas y sus orígenes remiten a un barrio obrero. ¿Se siente representado por los partidos y el discurso de izquierdas de hoy en día?
–Creo que que uno en la vida tiene cabeza y corazón. Y es malo no tener alguna de las dos cosas. Yo el corazón lo tengo en la izquierda y lo tendré siempre. En el mundo hay una serie de equilibrios establecidos en favor de los poderosos que conllevan una y otra vez necesariamente el abuso sobre los desfavorecidos y el programa político que a mí me interesa es el que procura contener los privilegios de los poderosos y mejorar la dignidad de los desfavorecidos. Eso lo tengo claro. Eso es lo que se identifica históricamente con la izquierda. Los partidos conservadores, ya sean liberales, democristianos, no digamos ya si tienen tintes fascistas o totalitarios, no están en esa agenda. Están más bien en mantener el equilibrio, en que los desfavorecidos vayan ganando posición, pero de manera controlada. Creo que ahí no hay que ser cicateros y hay que hacer todo lo que se pueda y entiendo que eso es una visión izquierdista de la realidad, no la visión derechista o conservadora.
Pero dicho eso, también tengo cabeza y la procuro tener en hacer un análisis ecuánime, crítico, sincero y racional de la realidad. Y eso te lleva a navegar en estos tiempos que corren quizá de una manera necesariamente solitaria. A mí lo que pase en el sector ideológico de la derecha no me interesa, no me importa, no me concierne, no es mi visión del mundo. Pero, para mí, en este momento, lo que hay es un excesivo peso de elementos irracionales, acríticos y que no son honestos con la realidad. Eso me deja en un lugar solitario, me hace un votante de derechas potencial por despecho. No voy a votar a la derecha, pero tampoco tengo en este momento ninguna opción para votar a la izquierda.
–Ha publicado hace unos meses Púa, inspirada en parte en los GAL, un terrorismo de Estado que ha servido a la izquierda abertzale para justificar sus actos y para poder hacer ese equilibrismo al decir eso de «condenamos todas las violencias…». Salvando las distancias, ¿ve cierto paralelismo con la estrategia del independentismo catalán de victimizarse ahora con el tema del espionaje o del supuesto lawfare?
–Querría aclarar que Púa es una ficción absoluta. Es una novela que está inspirada no tanto en un episodio concreto de guerra sucia como en la guerra sucia como concepto y en una multitud de episodios de guerra sucia en distintos países. Quería reflejar dos cuestiones fundamentales como son que la guerra sucia siempre tiene unos peones, que son los que se manchan las manos y que lo tienen mucho más difícil para salir indemnes que los que toman la decisión y no se manchan las manos. Y, por otra parte, una reflexión sobre cómo la guerra sucia, en tanto que representa un fracaso moral, acaba suministrando munición al enemigo.
La historia nos enseña que los episodios de guerra sucia, en general, tienden a salir mal. Al final, lo que le vas a dar es munición al enemigo. Los GAL, o el terrorismo paraestatal que se practicó entre los años 70 y 80 del siglo pasado contra el terrorismo vasco desde distintos sitios, al final supusieron unas cuantas decenas de asesinatos y alguien está utilizando esas cuentas de decenas de asesinatos para justificar casi 1.000 asesinatos y decenas de miles de personas desplazadas, heridas, fracturadas en todos los sentidos.
La actitud de los beneficiarios de la amnistía no es que no sea conciliadora, es que es de menosprecio reiterado a la sociedad española
Lo volvemos a ver en el caso del independentismo catalán. Qué rentable ha sido el exceso, todavía supuesto hasta que haya sentencias, de un par de responsables políticos y algunos comisarios de Policía frente al independentismo catalán para justificar la cantidad de atropellos de la legalidad vigente, pero sobre todo de derechos y libertades de catalanes que supuso el procés de independencia.
–En una entrevista realizada hace ahora medio año apuntaba a que los indultos a los líderes del procés no habían sido malos en cuanto a que eran una vía para resolver un conflicto social. ¿Lo ve con los mismos ojos ahora, con esa amnistía encima de la mesa?
–Los indultos a mí de entrada no me gustaron porque, con carácter general, hay un presupuesto legal, que también es moral, que en cierto modo sea la renuncia del indultado a la actividad delictiva o la retractación de su apuesta por el ilícito. En el caso de los indultos de los líderes del procés no había ninguna renuncia al ilícito. Pero bueno, creía que en ese momento podría ser un gesto de generosidad por parte del Estado, incluso de la sociedad española. Que podía tener sentido para tratar de inducir una reflexión en un sentido favorable a la reconciliación y a la búsqueda de soluciones sensatas y respetuosas con los derechos de todos.
Yo esa sensación no creo que metafísicamente fuera imposible que la pudiéramos tener respecto de una amnistía si estuviera acompañada de una limitación en sus ámbitos, a algo en lo que verdaderamente haya un consenso en la sociedad en aras de la reconciliación y en la medida en que los destinatarios de la amnistía fueran personas dispuestas a retractarse o, por lo menos, mostrar una cierta receptividad, un cierto talante conciliador. El problema es que la amnistía que tenemos no tiene ni lo uno ni lo otro. Es una amnistía que se está rehaciendo semana a semana, extendiendo su perímetro ya hasta cosas absolutamente inconcebibles.
Ninguna sociedad podría establecer ningún consenso en torno a la exoneración de responsabilidad penal por actos de terrorismo grave y mucho menos por actos de alta traición. Y con la connivencia con enemigos declarados de la sociedad que está concediendo esa amnistía. Si la extendemos hasta ahí, la amnistía se está convirtiendo en algo absolutamente aberrante. Y la actitud de los beneficiarios de la amnistía no es que no sea conciliadora, es que es de menosprecio reiterado a la sociedad española y escenificado en el Parlamento, que es la expresión de la soberanía de esa sociedad.
–¿Ve posible que acabemos viendo algún día, más pronto que tarde, medidas similares para los miembros de ETA?
–Bildu renuncia a ello. Curiosamente, hace unos días una portavoz de Bildu decía que no esperaba ni mucho menos que estas medidas se extendieran. Estaría pensando que quién queda en la cárcel. Ahora mismo queda, qué se yo, gente como Henri Parot, un tío que es responsable de decenas de asesinatos, de asesinatos deliberados de niños. Hombre, hasta ahí no vamos a llegar... pero bueno, realmente no lo sé. La realidad legal española se ha vuelto muy inestable. No puede ser que la agenda política no tenga otra manera de prosperar que considerar que todo el sistema jurídico español, comenzando por sus elementos más sensibles como son el Código Penal o la Ley de Enjuiciamiento Criminal, esté permanentemente abierto a reforma en función de lo que se necesite en cada votación en el Parlamento para sacar adelante medidas de gobierno.
–Usted conoce bien Cataluña, vivió varios años en Barcelona e incluso está casado con una barcelonesa. ¿Le hicieron sentirse durante esos años en alguna ocasión como extranjero en su propio país?
–Yo viví allí del 2008 al 2015 y luego he ido mucho a Cataluña desde el año 90, que fue la primera vez que yo estuve en Barcelona para trabajar. Yo siempre he estado a gusto en Cataluña, siempre me ha parecido una tierra llena de alicientes, de gente de la que se puede aprender muchísimo, llena de estímulos, con un clima maravilloso la mayor parte del año, con unos paisajes extraordinarios... Gerona, mientras no se independicen, creo que es la provincia más bonita de España. Siempre he estado a gusto y fui muy feliz.
Hemos tardado mucho en darnos cuenta de que Putin dirige una organización criminal desde hace 20 años
Lo que sí sentí, a medida que avanzaba el tiempo y cada vez lo veía más, fue la poca presencia de lo español. Buena parte de la acción política de la Generalitat se basa en erradicar cualquier huella de lo español en territorio catalán y, a partir de los últimos años, sí que me encontraba frecuentemente con una cierta hostilidad desde los medios, que allí, de una forma u otra, tienen alguna dependencia de la Generalitat. Sí que veía una cierta extrañeza creciente. Y las últimas veces que he ido sí que he visto en algunos ámbitos, que no son insignificantes, un franco menosprecio hacia lo español. A quien ha hecho grandes esfuerzos, no solo por envenenar la convivencia en Cataluña, sino también por envenenar la percepción de muchos catalanes respecto del resto de españoles, con los que llevan conviviendo desde hace siglos, parece que le ha funcionado.
–Usted se basa en la realidad y en la historia reciente de España para el trasfondo de sus novelas. ¿Qué le parece el de la trama rusa del procés, con los últimos datos que se conocen, para una futura novela?
–Ya la he utilizado –se refiere a su libro de 2022 La llama de Focea–. Esos datos yo los conocí hace varios años. La investigación lleva mucho tiempo en curso y este es un pecado no solo de Cataluña, que no se remonta al procés. Es un pecado de toda Europa respecto de la Rusia de –Vladimir– Putin. Hemos tardado mucho en darnos cuenta de que Putin dirige una organización criminal desde hace 20 años y lleva invirtiendo en Europa occidental, en Cataluña, pero también en el resto de España, desde hace muchísimo tiempo. Y lejos de ponerle puertas al campo, lo que hemos hecho han sido cosas como las del Gobierno de –Mariano– Rajoy, que benefició a un montón de oligarcas rusos. Que si tú inviertes 500.000 mortadelos en una casa tienes un certificado de residencia, un permiso de inmediato, y naturalmente todos lo han hecho y un montón de gente de la nomenclatura de Putin tiene a sus hijos estudiando en colegios españoles.
Marruecos es el tapón de África y si desaparece ese tapón todos los desesperados de África entraran en Europa por España
No es sorprendente que en el momento de histeria del procés se produjeran esos contactos. Porque un señor de quien ya no se acuerda nadie, porque tenemos memoria de pez, que es Xavier Crespo, iba a ser nombrado secretario general de Seguridad de la Generalitat y al final se abortó su nombramiento porque el CNI tenía información de los contactos de este hombre con la mafia rusa, con gente que estaba en el escalafón contiguo a Putin.
–Como conocedor de Marruecos no me resisto a preguntarle por su opinión sobre las motivaciones que ha podido tener el Gobierno de Pedro Sánchez para dar ese giro de 180º grados en la histórica postura española sobre el Sáhara.
–No tengo la información más allá de lo que es público, pero lo que está claro es que desde hace unos años Marruecos es una apuesta estratégica tanto para Alemania como para Estados Unidos. ¿Qué posibilidades tiene España de llevar una política exterior opuesta frontalmente a Estados Unidos y Alemania? Parece que no es raro que España se alinee con esa postura. Sospecho que la cosa va por ahí. No tengo ninguna certeza y no sé nada de lo que miró el Gobierno marroquí a través de Pegasus y el móvil de Pedro Sánchez y todo lo que dijera ahí sería absolutamente ridículo, gratuito e innecesario. Lo que sí creo es que, con el lugar geopolítico y estratégico que ocupa España, al Gobierno quizás le ha parecido una decisión conveniente o, incluso, inevitable.
Luego, mi reflexión personal es que a España, que no se puede olvidar nunca de defender la dignidad del pueblo saharaui, tampoco se le puede olvidar que Marruecos es de sus tres vecinos, probablemente, con el que tiene un interés más vital en tener una buena relación y un ensamblaje correcto. Marruecos es en este momento el único país funcional del Magreb. Es el único de ese espacio donde tú puedes colaborar en cuestiones económicas, políticas y de seguridad. Marruecos es fundamental para la seguridad interna de España, donde desde 2004 solo ha habido un gran atentado yihadista, que fue el de Barcelona, mientras que en otros países de Europa, con circunstancias parecidas, ha habido muchísimos más. Además, Marruecos es el tapón de África y si desaparece ese tapón todos los desesperados de África entraran en Europa por España. Porque la geografía es muy dura y muy puñetera.