Castellón
El pueblo más pequeño de la Comunidad Valenciana tiene más calles que vecinos y tantos partidos como familias
Castell de Cabres, al norte de Castellón, sintetiza esa España vacía con más historia que presente y que se resigna a desaparecer
A unos 1.130 metros de altitud, al norte de la provincia de Castellón lindando con la de Teruel, se alza Castell de Cabres, el municipio menos poblado de toda la Comunidad Valenciana. Con 19 vecinos censados –ocho mujeres, 11 hombres y solo un menor de edad– y una decena de calles, esta localidad de la comarca del Bajo Maestrazgo sintetiza como pocas ese concepto de la «España vacía» que se resigna a morir pese a la tozuda realidad del paso del tiempo y las cifras del Instituto Nacional de Estadística.
De orígenes probablemente musulmanes, los escritos datan la fundación de Castell de Cabres en el siglo XII, cuando fue conquistada en un primer momento por Alfonso II, quien se la cedió al Obispado de Tortosa. Y como si el fantasma de la despoblación recorriera ya entonces el pequeño núcleo, éste quedó abandonado hasta que Jaime I lo conquistó definitivamente en 1233. Poco tiempo después, se fundaron en su término los lugares de Mola Escaboça y Vilanova, mediante cartas pueblas, pero al poco tiempo quedaron despoblados.
En 1238, cuando se fundó el cercano monasterio de Santa María de Benifassà y pasó a formar parte de la tenencia de esta orden del Cister, tuvo actividad ganadera y agraria, pero la guerra en Cataluña del siglo XV volvió a dejarlo sin vecinos. Una constante en la historia de Castell de Cabres, cuyo hoy desaparecido castillo fue escenario de la primera guerra carlista. Un conflicto que no impidió que la población contara con un censo con el que sueña ahora.
Desde finales del siglo XIX hasta principios del XX, el pueblo más pequeño de la región sumaba casi medio millar de vecinos, pero la gráfica no paró de descender hasta los años 80, cuando se redujo a poco más de las dos decenas de habitantes con los que cuenta actualmente. Eso a nivel oficial, porque la realidad es que en las diez calles de Castell de Cabres viven aun menos almas que las que muestra el padrón.
De esos 19 vecinos, por trabajo o por otras circunstancias, hay quien vive fuera. En realidad somos 8 o 9, de dos o tres familiasHostelero jubilado
«De esos 19 vecinos, por trabajo o por otras circunstancias, hay quien vive fuera. En realidad somos 8 o 9, de dos o tres familias», explica vía telefónica José Ramón, el antiguo dueño del único establecimiento hostelero que funcionaba recientemente en el pueblo, el bar-restaurante La Espiga, cerrado desde que se jubiló hace año y medio y echó la persiana, al parecer, definitivamente. Un duro golpe, ya que el bar supone el lugar de socialización por antonomasia de esta y otras localidades españolas.
«Tengo muchas ofertas. El bar y el edificio son míos, pero yo lo hice y lo trabajé y he decidido no alquilarlo ni traspasarlo», explica sobre un local que, además de por los vecinos, vivía gracias a la clientela que pasaba por la carretera o se acercaba de visita al municipio y compraba tabaco o usaba el teléfono.
El Ayuntamiento busca ahora quien pueda regentar el otro bar que hay en el municipio, también cerrado, pero «se ha de actualizar por problemas burocráticos y será el pueblo el que lo ofertará, porque demanda hay», señala José Ramón, quien explica que la localidad tiene mucho turismo –el Ayuntamiento gestiona cinco casas rurales– y afirma que no cree que Castell de Cabres esté «condenado a desaparecer». Todo ello pese a que el único menor de edad que está allí censado ni siquiera vive actualmente en el municipio.
Hace unos días, la delegada del Consell en Castellón, Susana Fabregat, visitaba el pueblo «para conocer de primera mano» sus «necesidades» y «abordar las inversiones de la Generalitat en la comarca». «Dar voz a los pequeños municipios de la provincia es uno de los compromisos del Consell que preside Carlos Mazón y hoy toca ayudar a los vecinos de Castell de Cabres para ayudar a reformar el bar» y así poder «encontrar a alguien que quiera venir a gestionarlo», apuntaba Fabregat durante su visita, en la que estuvo acompañada por la alcaldesa, María José Tena.
Una Alcaldía cedida al PSOE
La realidad política de Castell de Cabres merece un capítulo aparte. Y es que hay algunos asuntos que llaman la atención sobremanera. En primer lugar, el hecho de que con tan solo 18 electores haya una oferta política de tres partidos. Según precisa José Ramón, no hay miembros de la misma familia en distintas formaciones.
Hay papeletas del PSOE, actualmente en el Gobierno y formación que en mayor número de ocasiones ha ostentado la vara de mando, del Partido Popular, que se quedó sin representante en los pasados comicios municipales, el 28 de mayo de 2023, y de Avant Castell de Cabres, la formación municipalista que ganó las elecciones y logró dos de los tres concejales. El otro asiento se lo llevaron los socialistas.
Sin embargo, hasta en este microcosmos político hay lugar para las discrepancias e, incluso, para giros de los acontecimientos del todo insospechados. Los resultados del 28-M desbancaban del Ayuntamiento a Tena, pero una de los dos ediles no estaba convencida de querer ponerse al frente del Consistorio y decidió darle su voto a la socialista, cuyo salario como regidora es de cero euros. «Castell de Cabres no puede permitirse tener una oposición. Tenemos que ir todos a una y colaborar por el bien del pueblo», explicaba entonces con resignación el otro edil de Avant.
Y es que, como en tantos casos a lo largo de la geografía de la piel de toro, la lucha de Castell de Cabres es por su supervivencia. No tendrá bar ni muchos vecinos, pero sí las ruinas de la antigua fortaleza, la fuente de la Vila, la iglesia parroquial de San Lorenzo, un entorno privilegiado –con el Parque Natural Tenencia de Benifasar a un paso–, y unos precios de vivienda casi imbatibles, de apenas 211 euros el metro cuadrado en propiedad, una décima parte de la media nacional. Unas bazas con las que espera no caer en el olvido.