Fuego de artillería iraní

Fuego de artillería iraníGM

Crónicas castizas  Una noche de perros en el desierto iraquí

Me enfadé porque el conductor se saltó irresponsable un control de la Guardia Republicana, los chicos duros de Sadam Hussein, y dispararon contra nosotros, sin acertar porque ellos estaban igual de bebidos o porque no quisieron sino asustarnos, o las dos cosas o ninguna de ellas

Ya recordarán mis cuatro lectores, cinco con el doctor, que uno de mis defectos fue la ira, que la vida me curó a base de lecciones dolorosas las más. Esta es una de ellas.

Tras pasar un día bebiendo Anticuary 12 años, el único whisky que pude encontrar en Al Amarah y no he vuelto a probar jamás, un pueblo perdido en la inmensidad ocre y parda del desierto iraquí, a cinco mil pesetas de entonces, un dineral, la botella ilegal en la calle, y compartir unos tragos de Arak licor extendido por todo el Mediterráneo oriental, con periodistas ingleses, alemanes e indios, saliendo de donde estábamos, que no recuerdo dónde era y sí que me mareé al ponerme de pie tras trasegar ese anisado, me enfadé porque el conductor, otro juntaletras, se saltó irresponsable un control de la Guardia Republicana, los chicos duros de Sadam Hussein, y dispararon contra nosotros, sin acertar porque ellos estaban igual de bebidos o porque no quisieron sino asustarnos o las dos cosas o ninguna de ellas. Cuando los perdimos de vista en los retrovisores, me bajé del coche, un Toyota Land Cruiser blanco, haciendo aspavientos y manifesté de malos modos, los peores que se me ocurrieron, que me iba andando. Caminar es algo que siempre me gustó, tanto en los exploradores como en la Legión, y agoté alguna novia por mi manía de hacerlas andar lo indecible.

Fusil AK 47

Fusil AK 47Gustavo Morales

El Toyota se alejaba y empecé a ser consciente, disipándose las brumas de mi cerebro empapado, de que estaba solo, solo en el quinto pino de un país en guerra, no a mucho tardar pensaría qué más hubiera querido yo que estar solo.

Al principio el silencio era impresionante, el cielo negro mostraba fulgurantes todas las estrellas del Universo y algunas más. Admirado de la grandeza de la Creación, siento que el alcohol agudiza mis sentidos; en realidad no era así pero me lo creía, con la vista puesta arriba, contemplando la inmensidad de ese cielo absoluto, casi infinito. Y caminando sin otras luces que los resplandores lejanos, mucho, de la ineficiente e incansable artillería iraquí hacia el sur, hacia Basora, la ciudad portuaria de Simbad, el marino.

La noche comenzó a poblarse de ruidos, de entes moviéndose, en mi imaginación son alacranes y reptiles, también insectos y seres infames e ignotos. Concentré toda mi atención en los oídos, pues no era posible ver nada aunque sí sentir que algo me rozaba una y otra vez, manotazos inútiles al aire espantando vaya usted a saber qué choca con mi mano.

De repente distingo con claridad pasos detrás de mí, ligeros, frecuentes, de más de uno. Giro la cabeza hacia atrás y veo ojos brillando que me siguen. Sobreponiéndome al terror para que no se transforme en pánico, racionalizo y recuerdo cómo maltratan a los perros en el mundo musulmán, no les dan de comer pero sí puntapiés, pues para ellos son tan impuros como los cerdos. Así lo dice su fe. Y en el desierto nocturno que se va enfriando a salvo del Sol ardiente del día, barrunto que los perros tienen escasas oportunidades de alimentarse, los tratan cruelmente y entonces descubro de forma repentina que su oportunidad de comer ahora soy yo, el necio iracundo que ha abandonado la seguridad del coche todo terreno y se ha internado en la noche absoluta del desierto sin pensarlo.

Busco con los pies y rozo una piedra que tomo y que arrojo con la pericia de un antiguo chaval de Carabanchel, como fui, acostumbrado a las dreas, con alguna escalabradura propia y ajena, y oigo ladridos lastimeros que se van volviendo furiosos, ahora ya no es sólo hambre lo que les impulsa sino venganza, acaso rabia para empeorar las cosas. Me tienta la idea de echar a correr desenfrenado, pero sé que no lo haré más rápido que ellos, tengo perro en España, no es un galgo pero corre más que yo, y en cuanto inicie la carrera se acabará esta semi tregua en que camino ligero y me siguen sin apresurarse pero sin atacar aún. Echo otro vistazo atrás y los pares de ojos son ya muchos, docenas que me parecen cientos.

En ese momento se enciende un foco que rasga la oscuridad y me presenta un camino de luz, casi angélico en mi consciencia agradecida. Escucho una voz que me habla en un idioma que no entiendo pero sé que es tailandés, en el que sé decir buenos días y para de contar. Repito «sabati jap» varias veces en voz alta. El tai comprende la situación evidente, no es compleja, y realiza varios disparos disuasorios con su fusil AK47. Corro imprudente y esperanzado hacia el fuego del Kalashnikov. Algunos perros salvajes se han espantado y huyen con el rabo entre las piernas, ¿dónde si no? Pero otros desesperan ante la oportunidad de alimentarse que se desvanece y se lanzan contra mí. El vigilante del campamento de Manpower, la empresa asiática que alquila mano de obra barata por el mundo, pues ese es su acantonamiento, donde alojan a su gente, afina la puntería que para mi fortuna es buena, y sin usar el fuego automático pone en franca huida a los perros más persistentes que volverán para devorar a sus caídos.

Llego a la puerta en loca carrera, miro hacia atrás y abrazo a mi salvador, que me llena de preguntas que no comprendo. El ruido de los casquillos metálicos en el suelo que piso cierra el episodio y la lección que he recibido. Volveré otro día con una caja de cervezas jordanas, es lo que hay. Entonces sabré que es un veterano de alquiler, dice, de las guerras interminables del sudeste asiático. El arma que sabe manejar con maestría ya indicaría el bando donde militó si no fuera el fusil de asalto más vendido del mundo.

comentarios
tracking