Hassan II

Hassan IIABDELHAK SENNA

Crónicas castizas

El oficial de Franco al servicio de Hassan II

El rey es desconfiado, ya estaba en su carácter y formación y la vida lo acrecentó: ha sufrido varios atentados a manos de su propio aparato de seguridad

Los visitantes van superando con paciencia los estrictos controles de seguridad palaciegos, en la residencia real, en una de ellas a la que han sido invitados de forma confidencial por mensajeros enviados expresamente. Son conducidos con deferencia a una sala ricamente adornada con motivos bereberes. El rey aún no ha llegado, la puntualidad tampoco está entre sus virtudes, pero están siendo atendidos con celo y corre el inevitable té, el chai en tacitas engarzadas en arabescos de plata. Al fin aparece Hassan, el segundo de ese nombre en el trono, procedente de sus habitaciones privadas, acaso solo las conozca algún bailarín sevillano. El comendador de los creyentes, emir e munin, de la casa del Profeta dicen, sonríe y acude solícito a agasajar al reducido grupo de invitados al que va a imponer el cordón alauí una de las más altas condecoraciones del reino. Mohamed el poeta, que lleva el nombre más común del mundo, procura amenizar a los otros invitados luciendo sus enciclopédicos conocimientos del país norteafricano, su historia y sus costumbres.

El rey es desconfiado, ya estaba en su carácter y formación y la vida lo acrecentó: ha sufrido varios atentados a manos de su propio aparato de seguridad, un caza de escolta F5 que casi derribó ametrallándolo el avión real, un Boeing 727 desde donde dicen que el propio Hassan II o su mecánico radió: «Dejen de disparar, el tirano ha muerto». El avión del jefe del Estado logró aterrizar en Rabat y los implicados en el intento de magnicidio frustrado fueron pasados por las armas sin misericordia, mejor final que los supervivientes que acabaron en las siniestras celdas de Kenitra.

En otra ocasión, siempre el ejército sobre el que asienta su poder y el que se lo discute, los cadetes de una academia militar asaltaron el palacio de Sjirat en la fiesta de cumpleaños de Hassan, disparando sobre los invitados, y solo la sangre fría del rey le salvó la vida, condenando muchas de las ajenas. El monarca abandonó las festivas vestiduras y se cubrió con los atributos reales para obligarles con su actitud imperial a los rebeldes armados a deponer su insurgencia. Todo ello lo ha hecho más taimado, pero en este reducido foro, con cuantos le rodean hoy, se siente seguro, casi al menos, aunque entre sus invitados haya uno uniformado de general del reino, Arturo de S.

Pero Hassan II conoce su secreto, el de un oficial español enviado a su reino por el dictador ibérico innombrable para ayudar al Ejército de Liberación marroquí a combatir al entonces ocupante colonial francés. El teniente español será herido en la tarea en la que se muestra eficaz, quizás fue él quien preparó el atentado con bomba en Casablanca. En todo caso se ha ganado los galones en Marruecos y tiene el pecho cuajado de medallas de Patria ajena y ayuno de la propia a la que allí sirve. Los franceses no olvidarán la colaboración española con la independencia del antiguo sultanato cuando toque combatir a los terroristas que se refugiarán en su territorio con el beneplácito de las autoridades de París.

Otro de los asistentes del reducido encuentro es un periodista español políglota, mal visto por alguno de sus airados colegas por su defensa del Sáhara marroquí, cuando en realidad le motiva que no se derrame más una gota de sangre española en defensa de ese territorio que ya considera ajeno e irrecuperable. El reportero no aceptará la medalla del rey, la rechaza sin acritud, pues no quiere dar pie a la imagen de estar comprado por privilegios del rey alauita. Todos los demás sí lo hacen y se enorgullecen luciendo ese privilegio real.

Y entre las sombras del palacio y de la historia se oculta, quizás para siempre, la realidad de Arturo de S., teniente español en el ejército del innombrable, general en el ejército de liberación nacional de Hassan II de Marruecos.

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