Francisco Zueras en 1970

Francisco Zueras en 1970

El portalón de San Lorenzo

Francisco Zueras: admirador de Julio Romero de Torres

Enseñaba a sus alumnos a amar y disfrutar el dibujo, y, sobre todo, hacía mucho hincapié en la claridad de los croquis con su traza rotundo y definitivo

Francisco Zueras Torrens nació en Barbastro (Huesca) el 17 de septiembre de 1918. Su abuelo y su padre eran pintores de murales, por lo que fue natural que desde muy joven sintiese inclinación por el dibujo. Así, lo primero que hizo en este campo del arte, continuando la saga familiar, fueron unos murales para el casino local de La Dalia, donde tuvo al lado a su padre aconsejándole. Además, Francisco Zueras comenzó también pronto a trabajar como cartelista, y a publicar sus primeras caricaturas así como dibujos varios y críticas artísticas en la prensa de su ciudad natal, facetas todas ellas que ya no abandonaría a lo largo de su vida.

Por sus capacidades innatas, fue becado por la Diputación Provincial de Huesca para que continuara sus estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Jorge en Barcelona, donde se licenció.

Durante la Guerra Civil luchó en el bando republicano en calidad de topógrafo. Tras la derrota estuvo internado en un campo de prisioneros del sur de Francia del que huyó en compañía de un paisano. Llegaron a pie a Huesca, y allí Zueras pudo recomenzar, más o menos, su vida normal.

Consiguió una licenciatura en Dibujo Industrial y con esta titulación viajó a Madrid. En la capital la casualidad quiso que una familia conocida le presentase al padre dominico Fray Miguel Fraile Cobos (1915-2010), que era por aquel entonces el secretario de la Escuela de Capacitación Social de Madrid, situada en la calle Azcona (hoy sede de la UGT), fundada por él mismo.

Por su experiencia social, el dominico Fray Miguel había sido nombrado rector de la nueva Universidad Laboral de Córdoba, y junto con el Padre Alberto Riera Seballona estaba reclutando profesores para este ilusionante proyecto. Mientras tanto, Zueras había obtenido una plaza de profesor en un instituto de Barbastro, pero en 1956, aprovechando su contacto con Fray Miguel, se decidió a dar el salto a la Universidad Laboral Onésimo Redondo como profesor de Dibujo Industrial.

Caricatura de Francisco Zueras

Caricatura de Francisco Zueras

En Córdoba no se limitó a su papel de mero profesor, sino que continuó con su labor de artista, llegando a pintar más de cien obras, entre ellas las espléndidas pinturas murales del paraninfo de la propia Universidad Laboral. También a él se debieron los decorados de la obra teatral 'Medea' con la que se inauguró el teatro griego en otoño de 1957, así como los de 'Más allá del mar', otra obra que se estrenaría al año siguiente. La sala de exposiciones de la Universidad lleva hoy día su nombre reconociendo su gran labor cultural desarrollada en la institución.

Ampliamente reconocido en los círculos culturales, fue académico de la Real Academia de Córdoba, de Zaragoza, de Écija y de Sevilla. Pero, aparte de estos honores, donde disfrutaba de verdad era en su papel de contertulio habitual de numerosas reuniones artísticas.

Antes de venir a Córdoba estuvo casado con Lorenza Segarra Sanserni, fallecida muy pronto, en 1948, y con la cual tuvo una hija llamada María del Carmen. Posteriormente contrajo matrimonio con Manuela Pizarro Rodríguez.

Francisco Zueras Torrens moriría en Córdoba en 1992. Está enterrado en el Cementerio San Rafael, en el lado derecho del cuadro de Santa Leonor. Hace poco, al pasar junto a su tumba me di cuenta de una curiosa coincidencia que nos ofrece la vida (y, por qué no decirlo, la muerte). Está prácticamente al lado del pintor Ángel López-Obrero Castiñeira (1910-1992), colega y gran amigo suyo. Seguramente continúen en la Eternidad sus animadas tertulias sobre arte.

Lápida de Francisco Zueras en el cementerio de San Rafael

Lápida de Francisco Zueras en el cementerio de San Rafael

El profesor

Para los que cursamos la asignatura de Dibujo Industrial la experiencia con el tiralíneas, la bigotera y la tinta china era en muchos casos, y nunca mejor dicho, toda una «tortura china». No existían los modernos rotuladores Rotring, y los empalmes, el rayado o la rotulación de las carátulas eran momentos de alta tensión, porque un pequeño temblor de la mano o una gota de tinta de más que se deslizaba podían echar por tierra el trabajo de toda una lámina.

La bigotera y el tiralíneas

La bigotera y el tiralíneas

Algunos profesores se encargaban de complicarlo aún más con su actitud de alta exigencia ante los trabajos, porque ya no era sólo la dificultad del dibujo en sí. Aparte, se debía cumplir al detalle con las dichosas normas alemanas DIN, y el criterio con el que las aplicaban solía amargarte casi siempre. Recuerdo al señor Mateu, muy duro, y que suspendía a mansalva por cualquier motivo, o al que apodábamos el 'señor Cotas', que simplemente por la forma en que remataras la flecha de las cotas (de ahí su mote) si ésta no se ajustaba al milímetro a lo que él consideraba correcto te rebajaba sensiblemente la nota. Y lo peor era que esta nota del Dibujo Industrial era fundamental para que te renovasen la beca.

Con Francisco Zueras, sin embargo, todo cambiaba. Enseñaba a sus alumnos a amar y disfrutar el dibujo, y, sobre todo, hacía mucho hincapié en la claridad de los croquis con su traza rotundo y definitivo. También nos enseñaba a comprender la utilidad del dibujo técnico como lo que era: un medio de comunicación entre la oficina técnica o de diseño (Estudio de delineación), con los departamentos de producción y procesos, para que estos elaborarán las documentaciones para que dichas piezas se fabricaran en el taller. Por eso estaba algo lejos de aquellos otros profesores que con su mente «cuadriculada» se preocupara del grosor de cualquier raya o de que el número «0» de una cota fuese suficientemente redondo.

El dibujo hoy día

Hoy día, en que todos estos trabajos de delineación se realizan con programas de ordenador y los rotuladores, y no digamos los tiralíneas, son cosas del pasado remoto, está claro quién tenía razón. En nuestra vida laboral pudimos comprobar muy a las claras que aquellos exigentes criterios, a la hora de la verdad, en la mayoría de los casos se venían abajo. Una cosa eran las dinámicas de las empresas y otra el aspecto teórico dictado desde una torre de marfil. En la mayoría de los talleres de cerrajería o carpintería metálica un simple papel con cuatro rayas esquemáticas definía con claridad la ventana, la reja, el balcón, la puerta de contrapesos o cualquier otro elemento, y era más que suficiente para que el trabajador lo realizara. Se podían considerar algo excepcional los planos delineados al detalle para un despiece muy particular, y aun éstos se amoldaban a las circunstancias.

No cabe duda de que para la fabricación de cualquier conjunto bien de montaje o soldadura, deberá estar bien definida su caratula del Dibujo (plano), en donde figurará la relación de piezas que componen el conjunto. Pero esta labor claro está, corresponderá al delineante que es un profesional del dibujo.

En las grandes empresas de calderería como pudo ser la Westinghouse no sé qué notas hubiesen puesto estos profesores tan estrictos a Jorge Orden Cano y a su equipo de trabajo de soldadores por su clarividencia para interpretar aquellos planos tan grandes como un mantel de hule de cualquier mesa familiar, con cortes y abatimientos por todas partes. Por razones de espacio, tenían que mezclar como podían proyecciones según la sacrosanta norma DIN junto a otras proyecciones según el alternativo «sistema americano». Pero la realidad era que, al final, conseguían que el fondo, el zócalo, la parte media y la tapa del conjunto de la cuba del transformador se conjuntaran sin dificultad y con total eficacia, y esto es lo que realmente importaba a su empresa.

Volteo de una Cuba en el proceso de fabricación (1964)

Volteo de una Cuba en el proceso de fabricación (1964)

Admirado por sus alumnos

Como hemos dicho, Francisco Zueras, quizás porque la vida ya le había enseñado lo que era realmente importante, no era amigo de «apretar» en lo innecesario de esta asignatura, al contrario que tantos otros profesores de ingenieros o de peritos que consideraban que el ser «duro» hasta lo absurdo era sinónimo de «bueno». El profesor Zueras trataba que la asignatura de Dibujo Industrial fuese algo comprensible y hasta agradable en la belleza de sus escuetas líneas y curvas. Y reconocía, que no todo el mundo está igual de dotado para estos menesteres, por lo que a todo aquel que se esforzaba en el dibujo, decía, «no podía suspenderlo».

Aquel alumno

Esa idea de valorar el esfuerzo se puso de manifiesto según nos contaría el mismo señor Zueras, a raíz de que en aquel septiembre de 1958, el director del Colegio Gran Capitán, el dominico padre Bravo, llamaría al jefe del Departamento de Dibujo y le plantearía la situación de un alumno de primer curso de Oficialía Industrial que habiendo suspendido el Dibujo en el mes de junio, se había presentado de vuelta de vacaciones con cerca de 117 láminas de Dibujo, láminas que seguramente había realizado alternado el trabajo en la granja de sus padres en el Maestrazgo más profundo (Entre Castellón y Teruel) levantándose a las cuatro y media de la mañana para atender a los animales de la granja. El padre Espinel, en aquella pequeña reunión sobre aquel alumno, argumentó que este alumno era modélico en todos sus comportamientos, y que a lo mejor en el caso del Dibujo Industrial no sabía ni que existía, pues la mayoría de su tiempo de niño lo había pasado entre el verde del campo, la compañía de los animales y pendientes del cielo por si llovía el agua que tanto necesitaban. Por todo ello le pedían al profesor que valorara el esfuerzo de hacer 114 láminas para aprobarlo y que no perdiera la beca.

(Este alumno a medida que se fue adaptando al estudio y captando su importancia terminaría siendo por su aplicación y esfuerzo, uno de los alumnos más brillantes que pudo haber en el Colegio San Alberto. Su carrera profesional la realizó de forma brillante en la empresa eléctrica Iberduero en donde fue un gran técnico en el tema de Centrales Eléctricas).

Y siguiendo con el señor Zueras, diremos que en las clases su voz muchas veces le fallaba, no sabemos si por el extenso bigote, por algún tic nervioso, o por un poco de trabalenguas. El caso es que se hizo popular la siguiente frase que nos dirigía habitualmente, y que es todo un ejemplo de su forma de ser, respetuosa y llena de bondad:

«Señores, os ruego a ustedes que, encarecidamente, tengan la bondad de guardar silencio».

El crítico de arte

Don Francisco Zueras Torrens es seguramente recordado por la mayoría de los cordobeses por su papel de crítico de arte, con colaboraciones periódicas en el diario Córdoba y revistas especializadas.

Como tal, es de destacar su memorable libro sobre Julio Romero de Torres, editado por el Ayuntamiento al cumplirse en 1974 el centenario del nacimiento del célebre pintor cordobés. En él ofrece un conocimiento estudiado de toda su obra, destacando sus principales cuadros. Cuantifica que, posiblemente, el pintor pudiera realizar en torno a mil obras, gran parte de las mismas prácticamente desconocidas y dispersas por numerosos países como Argentina.

Luego, analiza con un criterio ecuánime la contrariedad y mala aceptación que tuvo que soportar el artista, sobre todo en sus inicios. En los distintos concursos de arte a los que se presentó el jurado casi siempre le dio de lado, si bien siempre le quedó el apoyo de grandes intelectuales en Madrid y, sobre todo, de sus paisanos de Córdoba, que le organizaron homenajes de desagravio, cuando volvía a nuestra ciudad, en el Círculo de Labradores, en el Café Suizo o el mismo Circulo de la Amistad.

Como el prestigio pictórico de Romero de Torres jamás empalideció a nivel popular, Zueras destaca en el libro su museo en Córdoba, que entonces era una de las pinacotecas más visitadas de España (hoy, por desgracia, el nivel cultural de Córdoba lleva bastante tiempo cuesta abajo y sin frenos). A partir de los años 70, justo cuando se cumplía el citado centenario, al fin la crítica oficial española empezó a reconocer al pintor, acentuando su carácter «simbólico y social». Ya podía ser alabado por las élites como siempre lo habían hecho sus paisanos de Córdoba (y es que aquí llueve sobre mojado en lo del desdén hacia lo nuestro, como cuando a la élite le dio por alabar sin parar al ciclista Pachi Gabica (1937-2014) por ser segundo en el Tour del Porvenir de 1961 mientras apenas se destacó que el egabrense Antonio Gómez del Moral (1939-2021) lo ganase al año siguiente).

Por último, Zueras explica claramente en su libro que los nuevos aires hacia Romero de Torres se vieron reflejados en la magna exposición antológica de homenaje al pintor en el selecto Club Urbis madrileño. Dicha exposición sería seleccionada y montada por Luis Quesada, secretario de esta entidad, con la colaboración de Rafael Romero de Torres, hijo del artista, y la muy especial colaboración del propio Zueras. Se reunieron veintinueve obras, tres del museo de Córdoba y el resto de colecciones particulares. La exposición atrajo la masiva atención del público aficionado, descubriendo en nuestro paisano al primer pintor simbolista español.

El pregonero

Para finalizar queremos destacar una pequeña muestra de cómo el oscense Francisco Zueras llegó a integrase totalmente en el alma de nuestra ciudad. Para ello, basta con leer algo de esa especie de prologo denominado 'El Paso' que publicó en el Pregón de la Semana Santa de Córdoba de 1981. He aquí dos de sus párrafos:

“De la misma manera que estalla la primavera cada año, cuando los brotes ponen toga amarilla al campo, así salta en la gente de esta tierra cordobesa el deseo de lanzarse a las calles para vivir prácticamente en ellas hasta la madrugada. El afán incontenible de ir de procesión en procesión, de acoplarse a los tronos para ver cuál va mejor. El anhelo de no perderse un detalle, en definitiva, de lo que está pasando ante sus ojos, que es, nada menos, que la muerte de un Dios que se hizo hombre. Un entusiasmo éste que convierte a la Semana Santa en un acontecimiento capaz de acercar a los altares –de acercar a Cristo- a muchas personas que permanecen alejadas el resto del año. Pudiéramos decir que algo así es como el milagro de cada primavera.

Esta llama renovada de fe cristiana se vuelve a entender cada año por obra y gracia de estos altares móviles, caminante por calles y plazas, que hemos dado en llamar los «pasos». Situados ante ellos, en una hora de sinceridad y hasta de contrición, reconocemos anualmente que Cristo nos sigue hablando desde el Monte de los Olivos y el Cerro del Gólgota. Y esos «pasos» hasta tienen la virtud de hacernos recordar que Cristo está con nosotros y que le seguimos crucificando y negando a cada encuentro con la pasión de turno, con la avaricia y la cobardía, el orgullo y el materialismo”.

No se pueden escribir estas bellas líneas sin contar con un gran sentimiento humano que brota desde el interior. Y ser una bellísima persona, como Francisco Zueras Torrens, sin duda, lo era.

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