La pregunta
El obispo de Córdoba no suele dejar indiferente a cierto sector de la población con sus palabras, sobre todo a los que no son -o no se sienten- católicos, lo cual está muy bien porque entre las labores pastorales de un obispo se encuentra la de tocar las conciencias para llegar al corazón, aunque los corazones acaben ladrando porque la verdad cabalga, y ésta siempre se reconoce con resplandor. Y escuece, por supuesto. Demetrio Fernández es un obispo que habla claro. Podría decirse, en argot periodístico, que da titulares, pero no parece que sea eso lo que busque don Demetrio y desde luego que es algo que no le hace falta. En ocasiones y debido a su socarrón sentido del humor, los titulares se esconden entre líneas: en su homilía del Miércoles de Ceniza comentó que el ayuno no sería complicado llevarlo a cabo ahora en Cuaresma porque más de media población está a dieta. Una elegante y aguda manera de advertir sobre el pecado de la vanidad, que nos exige sacrificios que después no somos capaces de ejercer con el amoroso y humano propósito de practicarlos para los demás.
En la carta pastoral de esta semana, nuestro obispo reflexiona sobre el sentido de la conversión que la Cuaresma tiene. Si anda usted buscando un programa de reseteo cuántico transuniversal en Youtube a cargo de algún especialista chamánico en chacras transversales, debería saber que el cristianismo lleva más de dos mil años regalando cada día y en particular durante cuarenta al año, la posibilidad de hacernos nuevos, mejores y además santos, plus éste que el chamán de Youtube no puede garantizarle.
También el prelado emplea su misiva semanal para hablar de la vida humana, lo cual hoy en día es un asunto delicado porque la proliferación de parques caninos nos impide ver el bosque. Obviamente, para el obispo la vida humana tiene un carácter sagrado y lo tiene desde el momento de la concepción hasta el mismo final, aunque la muerte en realidad no lo sea. Y comenta un hecho que de tan cierto que es resulta hasta ofensivo para los que se dan de bruces con esa realidad: hoy en España te pueden caer dieciocho meses de prisión por matar a una rata que se te ha colado en el salón, pero «se puede matar al niño en el seno materno con todas las facilidades», escribe don Demetrio, recordando que esto mismo ya lo ha apuntado el nuncio apostólico del Papa en España, monseñor Auza. Y se montó el lío en la prensa escandalizable que escribe para lectores elevados y ofendiditos. Ofendidos que ciertamente se habían dado de bruces con una mefistofélica realidad y con un obispo que no se calla, cosa que también les afecta a su particular sentido de la libertad de expresión.
Pero lo verdaderamente importante en esa carta no estaba en lo expuesto antes sino en el aviso certero que el obispo lanza a los que sí se dicen católicos o ejercen de ello. Y lo hace de manera tan cristiana como socrática, cuando al hablar de la cultura de la muerte y la cultura de la vida, invita a responder a una pregunta: «¿De parte de quien te sitúas?». Oportuna cuestión para los tibios, los acomodados y los que sirven a varios señores, y que no solo creen que el aborto es un asunto menor o desfasado, sino que además están a un paso de defenderlo como derecho indiscutible. Y eso ocurre porque también entre los católicos dejamos de hacernos las pertinentes grandes preguntas para abrazar la anestesia de lo cotidiano, eso que llega con el lazo purpurina de la legalidad, como un obsequio repleto de progreso envuelto en celofán.
Y así se nos llenan los parques de zonas caninas y columpios vacíos. Y de ratas el código penal.