El portalón de San LorenzoManuel Estévez

Y la fuente estaba allí...

Pero ni con estatuas ni millones de piedras de río, San Agustín deja ahora de estar muy solo y se echan de menos aquellas verbenas

Actualizada 05:10

En estos tiempos que tantos pequeños negocios desaparecen podría parecer exagerado hablar de un cierre en concreto, pero no es así. Lo hacen ahogados por la competencia, y porque la zona antigua se está quedando poco menos que desierta. Algo de eso le está pasando al simpático barrio de San Agustín, donde casi todos los vecinos que puedan quedar en él cogen en un portal de zapatero.

No será porque la plaza no la hayan puesto bonita, en donde después de mucho cambiar de sitio la estatua de homenaje a Don Ramón Medina Ortega por fin se encuentra en la que fuese la terraza de verano del Bar Andaluz. El establecimiento llegó a estar regentado por Ángel Ruiz, tío carnal de Dolores Castro Ruiz conocida por Dora La Cordobesita, que aunque nació en la calle Valderrama de Santiago durante algún tiempo llegaría a vivir en la casa del propio bar junto con su familia materna. Y no sólo a la comentada estatua debe la plaza su actual esplendor: nos gustan los datos, y podemos calcular de forma aproximada que la cantidad de chinos de canto rodado que han colocado, piedrecita arriba piedrecita abajo ronda los 2.100.000 chinos.

La iglesia de San Agustín y la antigua fuente

La iglesia de San Agustín y la antigua fuente (1949)La Voz

Hablando de chinos de canto rodado, se me viene a la cabeza el nombre de José Ayala Cortés, apodado 'el Chatarra', que durante bastante tiempo en aquellos años de 50 y 60 era uno de los proveedores de esta materia. Los cogía junto a su esposa en las en las corrientes del río Guadalquivir próximas a los llamados Peñones de San Julián. Cobraban a 1,50 pesetas la espuerta. Solían entregar cuentas ante 'El Pabilo' -encargado de los empedradores- en la Taberna de los Perros.

Pero ni con estatuas ni millones de piedras de río, San Agustín deja ahora de estar muy solo y se echan de menos aquellas verbenas que de forma solemne organizaban la Peña Los 14 Pollitos, la Peña Los Vinicilinos o incluso alejándonos más en el tiempo la Peña Los Birundi. Allí se organizaban veladas de cante y baile, carreras de sacos, carreras de borricos, carreras de cintas y hasta la simpática carrera del huevo. Todo era diversión.

Tampoco podemos olvidar cuando se celebró el bautizo de un hijo del popular 'Marchena el de la Arena', en el que una caravana de coches de caballos flamearon el recorrido entre San Agustín y la iglesia de San Antonio de Padua (Zumbacón) donde el crío recibió las aguas bautismales. Los padrinos fueron 'Carriles' y 'la Orozca', dos personajes clásicos de aquel mercado de San Agustín. Abundantes tortillas de patatas, queso, salchichas, salchichón, chorizo y hasta la popular mortadela Mina sirvieron para obsequiar a la gente que participó de alguna forma de aquel popular festejo, degustando además todo lo que quisieron beber. El pilón de la fuente sirvió para que alzado como pudo sobre él un emocionado 'Marchena' diera las gracias al barrio de San Agustín, arrancando a llorar y dar besos a todo el mundo. Un agradecido Ángel García Castro - fundador de la Peña los Vinicilinos (1945) - le dio la réplica y con su enorme voz de tenor lanzó un espectacular «Viva la familia de Marchena», gesto coreado por toda la plaza.

No hay dudad de que el mercado de San Agustín es antiguo, data de 1860. Recordando los años 30, 40 y 50 del pasado siglo eran muchos los puestos de todas clases que se ofrecían a una gran cantidad de cordobeses que por la calles Moriscos, Costanillas, Cárcamo, Montero, Aceituno, Ocaña, Jesús Nazareno, el Pozanco, etcétera emergían en la plaza. Baste decir que la calle Roelas era un desfilar constante de personas y vehículos de todas clases que transportaban las mercancías desde las lonjas municipales.

Normalmente, los asistentes de primera hora eran los que tenían el dinero previsto para obtener lo que deseaban, siendo los tardíos los que probablemente necesitaban buscar el dinero por donde fuera. Por ello había puestos con pescado y fruta que podríamos llamar de primera postura, y puestos de última hora, en donde compraban los restos que habían quedado tras las previas acometidas de los más afortunados.

Diariamente al mercado de San Agustín acudían las mujeres de media Córdoba hiciese frío o calor, y con lo mucho o poco que llevaran consigo tenía lugar el «Milagro de la Vida», obteniendo lo que necesitaban. Las mujeres formaban parte esencial de que en San Agustín se actualizara el día a día todo lo conocido y acontecido en Córdoba. Se comentaba el número de los 'ciegos', se hablaba de enfermedades, muertes, bodas, chismes y cualquier novedad. San Agustín, era como el móvil de aquellos tiempos.

Había gente empeñada en cambiar la suerte de los que compraban y hasta tres vendedores de la ONCE se distribuían por el mercado acompañados de sus respectivos lazarillos, chiquillos que participaban de esta forma en su primer empleo. Antonio 'El Organista' solía apostarse junto a la puerta de Margallo; Manolo 'El Ciego', en la esquina de la calle Montero, y Rafael 'El Papelillos', en la puerta de la Taberna de la Paz. Otros se encargaban de rifar mantelerías y cosas por el estilo, o vender participaciones de lotería como hacía Feliciana, aquella pequeña mujer de estatura, vecina de la calle Aceituno que destacaba por llevar siempre un delantal perfectamente limpio y planchado. Con su pregonar se recorría bastantes veces al día la plaza, donde todos la respetaban y querían.

Más tarde llegaría Rafael de la Haba 'El Cojo' que incluso pudo coger el relevo de esta mujer y convirtió la Casa de Pepe El Habanero en su cuartel general. Antes, su hijo Rafael de la Haba, que trabajó en la carnicería de Paco González, había empezado a vender participaciones de lotería. Años después también Paco Figueroa se dedicó a la misma actividad azarosa dejando el quiosco de periódicos que tenía en el jardín. Paco era conocido entre otras cosas por llevar un monedero en la cintura al estilo de los vendedores de globos de la Feria, y terminaría sus días poco menos que de portero en la iglesia de San Andrés.

Luego estaban las personas que rifaban conejos, zorzales, gallos, pavas, huevos y todo lo que se antojara. Quiero destacar aquí a Rafaelita Reyes que, con independencia del premio que sorteara, llamaba siempre la atención por la forma de su peinado y sus labios pintados, una auténtica decoración. Rafaelita era una mujer de las Costanillas y muy querida en todo el mercado. Otro vendedor conocido era Domingo, que no dejó su profesión en la plaza hasta jubilarse en ella. Los últimos días de su vida los pasó en unos pisos construidos detrás de la iglesia de San Lorenzo. No podemos olvidarnos de Antonia Jiménez 'La Guapa', que aunque solía estar en la puerta de la carnicería de Valle con sus conejos y zorzales, a veces también se atrevía a rifar. Fue una mujer de buenos sentimientos que cuidó de su padre – del que tomó el apodo familiar -, su madre y hermano hasta última hora en la casa de la calle Alvar Rodríguez, donde eran la familia más antigua de la calle.

Y retomando a los que repartían suerte, diremos que al final de 1956 apareció por San Agustín un antiguo feriante especializado en la fabricación de bastones de caramelo. Ideó una forma de hacer participar a la gente en un juego en el que ganaba aquel que apostaba por la casilla en la que se introduciría finalmente un roedor o animal similar previamente soltado. Este tinglado estuvo montado en medio del jardín y al lado de la fuente de ladrillo rojo que se aprecia en la fotografía inicial, construida por Ángel Bonilla en 1860 por 3.000 reales.

Otras veces aparecía por allí un hombre bajo de estatura que llevaba una ruleta barquillera colgada al hombro. Cuando veía ambiente de chiquillos la bajaba al suelo y la ponía al servicio de cualquier menor que quisiera darle a la ruleta al precio de una perra gorda la tirada. Casi siempre el nene de turno perdía bajo la lapidaria frase del comerciante «con el cuatro perdió», y es que este profesional tenía «un vicio muy grande» en lograr que la ruleta se parara donde quisiese. También por la noche en la Taberna La Paloma se jugaba por aquellos tiempos al bingo. El encargado de darle al bombo era Curro 'El Sopo', sobrenombre de Francisco Núñez Conde, un zapatero de profesión que tenía su taller en el mismo portal de la calle Ruano Girón donde Juan Barbudo regentaba una pequeña tabernilla.

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