El portalón de San LorenzoManuel Estévez

Recuerdos de la Semana Santa

«Pero ni con este refuerzo se podía decir que andábamos lo suficiente, y algunos, ante el dolor y el sufrimiento, empezaron a escaquearse»

Actualizada 05:05

Era costumbre de los chiquillos de mi época recorrer al día siguiente los lugares por donde habían transcurrido las procesiones. El recorrido ideal iba desde San Lorenzo hasta San Pablo, ya que por allí pasaban la mayoría al ser Capitulares (entonces Calvo Sotelo) parte de la Carrera Oficial. Como en aquellos tiempos apenas existía circulación de coches, íbamos pacientemente arrancando de los adoquines las gotas de cera que habían dejado caer los cirios de los nazarenos. En esa tarea agradecíamos el que las procesiones se parasen más de la cuenta, porque ello repercutía en la acumulación de cera en un mismo sitio.

Cartel de la Semana Santa de Córdoba 1955

Cartel de la Semana Santa de Córdoba 1955

No era poca la cera recogida, y con ayuda de los mayores fabricábamos nuestras propias velas. Si sobraban, sabíamos que en el barrio del Gavilán había un tal «Machaca» que nos las compraría, pues se dedicaba a elaborar velones y a venderlos por aquella humilde zona, muy dada a los apagones de la luz de perra gorda.

Otro capítulo era el de las latas. Por aquellos años cincuenta del pasado siglo XX la liturgia de la Iglesia nos enseñaba que el Señor resucitaba a las doce de la mañana del Sábado Santo, y todos los chiquillos, con la ayuda de nuestras madres, nos procurábamos un montón de latas para, mediante una cuerda, poder arrastrarlas en señal de alegría. Desde el Realejo para abajo un tropel de niños jugaba con sus latas disfrutando de esa piadosa tradición. Todos los vecinos aceptaban de buen grado aquel bullicio ensordecedor, e incluso se destacaba a aquellos que tuvieran más latas y, por tanto, hiciesen más ruido.

La borriquita Loli

Conocí a Moisés, apodado 'Maíces', el hortelano encargado de la amplia huerta que tenía entonces el Colegio Salesiano. A punto de jubilarse, por los años 90, solía acudir todos los días a la iglesia de San Lorenzo, sobre todo por las tardes. Se sentaba muy discretamente en las últimas bancas, muy cerca de donde estaba entonces colocada la imagen de la Borriquita, encima de una peana.

Me comentó que se sentaba allí, tan atrás, porque quería recordar a su borriquita Loli, con la que tantos años había trabajado. El añorado animal sirvió de modelo al escultor Juan Martínez Cerrillo para realizar la imagen que le había encargado el director del colegio en 1962, donde empezó la Hermandad. Y así, en San Lorenzo, podía volver a mirarla cada vez que quisiera junto al Señor de la Entrada Triunfal.

Por acuerdo firmado el 17 de febrero de 1977 entre el director entonces del Colegio Salesiano don Felipe Acosta Rodríguez y don Ricardo Ruiz Baena, como Hermano Mayor de la Hermandad de Ánimas, la Hermandad pasaría definitivamente a la iglesia de San Lorenzo, con todos sus enseres y pertenencias. Con ello se pretendió que la Hermandad no se alejara del barrio de San Lorenzo. Posteriormente se configuró ya como Hermandad independiente.

El Rescatado

Me viene al recuerdo Pepe Santos, aquel vecino de la calle Agua, capataz durante bastantes años de la Virgen de la Amargura. En el auge de la Semana Santa de los 80 y 90, nos contaba que los jóvenes del Jardín del Alpargate tenían que sortearse el «honor» de poder ser costalero de los pasos del Rescatado.

También recuerdo a Rafael Prieto, quien fuera dueño de Flores Santa Marta. Nos hablaba de la cordobesa doña María Concepción Rey de Pablo-Blanco, segunda esposa del Duque de Medinaceli, que tenía una devoción profunda al Rescatado, por lo que se implicaba en el exorno del paso del Cristo. Esta mujer ocupó muchas veces el balcón del recordado bar Ogallas para poder verlo salir.

La Merced

Por la calle María Auxiliadora hemos visto muchos años discurrir el desfile procesional de la Virgen de la Merced, lo que nos traía el recuerdo de su imagen primitiva, llevada solemnemente en procesión desde la parroquia de San Lorenzo hasta una pequeña capilla que existía detrás de la Cárcel Provincial, en el barrio de Miraflores, embrión de la posterior parroquia de San Antonio de Padua. El primer bautizo que tuvo lugar en esa capilla fue realizado por el párroco de San Lorenzo don Juan Novo González. Esta procesión de traslado tuvo lugar en septiembre de 1954, y yo participé en ella como monaguillo.

Al poco tiempo, ya con don Manuel Márquez González como párroco de San Antonio, se fundaría la Hermandad en torno a esta imagen de la Merced. Muchos datos me llevan a pensar que esta antigua imagen procedía de la ermita de San Juan de Letrán, en donde recibía culto y novenas con la advocación de Virgen de las Mercedes.

La Paz y Esperanza

La Hermandad de la Paz y Esperanza me trae el recuerdo de las mil pesetas pagadas por Miguel Calero Mejías, padre de Juan Calero Cantarero, a Juan Martínez Cerrillo. La Virgen, en 1940, fue llevada en parihuelas desde la casa nº 5 de la calle Roelas hasta el convento de Capuchinos. Mis recuerdos me llevan también a la ermita de San Juan de Letrán, en donde un grupo de jóvenes concibió la idea de fundar una Hermandad, para lo cual se concretó la idea encargar esta imagen de la Virgen de la Paz y Esperanza acompañando al 'Penitas', que recibía culto en dicha ermita.

El Esparraguero

Este Jueves Santo de 2023, cuando vi desfilar a este imponente Cristo por su barrio en la calle María Auxiliadora, no pude evitar soltar algunas lágrimas al acordarme de los Churumbaques. Rafael, el mayor, mi profesor en la Laboral, porque tenía una devoción especial al Cristo de su familia. Carlos, durante muchos años capataz, y que posteriormente le acompañó siempre en su recorrido. Y, cómo no, Manolo, el menor de los hermanos, recientemente fallecido, saetero por excelencia del Cristo de Gracia, al que, como su hermano, solía acompañar durante toda la procesión, dando lo mejor de sus sentimientos y de su garganta en forma de saeta. También eché de menos a Rafael 'El Caracoles', Pepe Quiles, Antonio 'el del ambigú' y Rogelio Mesa, que todos los años eran puntuales para acompañar a su Cristo.

Los improvisados costaleros

Una procesión que está siempre presente en mis recuerdos es la de mi Hermandad del Calvario. Recuerdo la devoción de mi madre, y de tantos y tantos feligreses, como Luisa, la madre de los 'Calvos', que durante un buen tiempo estuvo visitando todos los días, sin falta, a su Cristo del Calvario, como decía ella, a pedirle por la salud de su hijo Antonio 'El Cojito'.

Son innumerables las anécdotas que puedo recordar. Pero me viene ahora a la mente una de 1956, después de la Semana Santa.

Estábamos un grupo de chiquillos cerca del portalón de la iglesia de San Lorenzo comentando un partido que habíamos echado ese sábado en el llamado 'campo verde', un poco más allá del arroyo de Pedroches. Nos llamó la atención de que en el interior de la iglesia se oían voces, pero no seguíamos el hilo de aquellas conversaciones. De pronto vimos salir el párroco don Juan Novo junto a Rafael García 'Platerito', y al vernos allí señaló a algunos de nosotros con su dedo índice: «¡¡Tú, tú ... y tú!!». Siguió diciendo: «Entrad en la iglesia y poneos al habla con Isidoro». Entramos en el templo y allí estaba Isidoro Álvarez, intentando organizar a un grupo para llevar el paso vacío del Calvario a un local del barrio de Cañero.

Los cuatro o cinco que el cura nos señaló no teníamos ni idea de lo que era hacer de costalero. Pero es que los que allí ya estaban, unos quince, daban la sensación de que tampoco. Fue 'Platerito' el que se preocupó de repartir unos grandes cartones de color marrón corrugados para que se utilizaran como toda protección.

Como suele pasar en muchos casos, nuestra total ignorancia nos hizo creer que aquello era cosa de coser y cantar. Además, algunos lo considerábamos hasta como algo divertido...

Como pudimos, a trancas y barrancas, circulamos por la calle María Auxiliadora, no sin antes hacer por lo menos seis o siete paradas. Aquello empezaba mal. Se empezó a pedir agua y todo lo necesario para reponer fuerzas. Llegamos al bar Ogallas, en el Jardín del Alpargate, y al ver cómo flaqueábamos se incorporaron varios 'samaritanos' para ayudarnos. Uno era un hijo de Lola Aljama, otro era 'El Tormenta', otro un tal Cuevas, y algunos más que por desgracia no recuerdo. Desde luego, todos eran más fuertes y experimentados que nosotros.

Pero ni con este refuerzo se podía decir que andábamos lo suficiente, y algunos, ante el dolor y el sufrimiento, empezaron a escaquearse, y aquello ya no era un esfuerzo unificado, sino balbuceante, a tirones. Ni las palabras de aliento de Isidoro de «¡¡ánimo valientes!!» nos servían. No sé ni cómo pudimos llegar a donde estaba Transportes Vaquero, en la avenida de Jesús Rescatado. Menos mal que ya por allí apareció de nuevo el cura Novo que iba con Manolo 'Churumbaque', y debieron hablar con Antonio Vaquero, el hijo del transportista, pues éste nos procuró diez o doce faeneros de aquellos acostumbrados a descargar camiones. Con su ayuda, aquel dichoso paso vacío pudo llegar por fin a Cañero. Nada más recordar lo que sufrí allí debajo se me pone aún la carne de gallina.

Los legionarios

Como un recuerdo de aquellas Semanas Santas de 1955 y 56 tengo a los legionarios y sus espléndidos desfiles por la calle María Auxiliadora, cuando venían a pernoctar al Cuartel de Lepanto. Aquellos soldados, marchando al toque apresurado de su tambor y los espléndidos sonidos de sus trompetas, convocaban a toda la gente del barrio a presenciar su paso marcial. Y hay que decir, contra todo lo que se diga hoy día, que aquello era todo un espectáculo, sobre todo para la juventud que, de muchas formas, se identificaba con ellos. Nunca olvidaremos la sensación que nos llevamos en el barrio cuando detrás de la cabra, en medio de aquellos legionarios, venían Pepín, uno de los hijos del 'Platanero', Rafael, el hijo de Amparito, y el hijo de Carmen 'La Larga' al que apodábamos 'El Mono'. Se habían ido del barrio hacía años a la Legión, para tratar de encauzar sus vidas.

Tal era la impresión que estos desfiles nos dejaban, que los hermanos 'Cócoros', en unión de algunos chavales más del barrio, como Rafael Bueno, Rafael Salazar, de la Coba Ruano, Antonio Sánchez, Pedro Larrea, Francisco Rueda, Paco García, Francisco Chamorro, Manolo Peña, Andrés González, Emilio Soler, Paco Roldán, Manolo Jaén, Paco León, José Urbano, Antonio Sanz, y otros más que no recuerdo, por las calles Montero, Rivas y Palmas y Costanillas, se atrevieron a formar un grupo de traviesos legionarios, llegando a desfilar de forma maravillosa a los toques de la trompeta del singular Luis Ranchal Ramírez, uno de los mayores del grupo.

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