De este agua no beberéRafael González

La mopa

«Este tipo de inventos comerciales suelen jugar con lo más básico del ser humano: su idiotez»

Actualizada 05:10

El evento de las hamburguesas en el Vial hasta el pasado fin de semana ha dejado el granito de la solería hecho unos zorros. Hasta allí se ha presentado el movimiento vecinal a levantar acta de lo que cualquiera podía suponer a poco que haya pasado por el acontecimiento que ha congregado gregariamente a miles de cordobeses que, por lo visto, nunca en su vida se habían comido una hamburguesa y acudieron hasta el paseo de Renfe a descubrirla.

Este tipo de inventos comerciales suelen jugar con lo más básico del ser humano: su idiotez. Ocurre en los supermercados cuando nos guían como a ratones por los pasillos estratégicamente colocados y recolocados de tal manera que si necesitas servilletas de papel acabes llevándote un rimmel fantástico cuando en realidad tú nunca te has pintado el rabillo del ojo, porque sigues siendo un hombre de los del siglo pasado.

El negocio megaburguer olía desde la distancia a clavada y al Arenal un viernes por la noche, con sus cuñados y todo. Yo estuve en calidad de consorte con chiquilla animosa y sabía, con lo poco que anduve, que el suelo se quedaría hecho trizas, negro y grasiento, y que me iba a salir colesterol en el bazo solo con el humo que me atufaba de cabo a rabo, dicho esto último no como grosería sino como expresión popular. Recordé los peroles de la infancia, esos domingos familiares cuando llegábamos del campo y mi padre nos decía que nos fuéramos a la ducha corriendo porque olíamos a indio. Oler a indio, en los años 70, no ofendía a nadie. Ni tan siquiera a los indios. Y he recordado esta expresión aquí porque sé que no estamos en el mes del Orgullo Indio, que si no me privaría de usarla, no vaya a ser que venga un colectivo de indios a arrancarme la cabellera por fascista, indiófobo e intolerante.

El caso es que con un mínimo ejercicio de observación y una sobredosis de tufo se sabía que el granito del vial iba a acabar pidiendo Cillit Bang a gritos. Mucho. Toneladas. Los corredores y deportistas que lo han recuperado de nuevo tras la hamburguesada no se escurrirán como con la cera después de la Semana Santa, sino que les va a dar aterosclerosis por contacto, directamente. Allí quedan los restos viscosos del comportamiento gregario y compulsivo, las poliinsaturadas y las dioxinas pagadas con Bizum.

Hubo un tiempo en que el que rompía, pagaba y se llevaba el tiesto roto. El mismo tiempo en que el que manchaba, limpiaba. Los de las hamburguesas se han ido sin pasar la mopa como corresponde. Para eso ya estamos nosotros, habrán dicho. Y no es un plural mayestático: la mopa son nuestros impuestos, los que pagamos incluso los que seguimos prefiriendo media telera mojada en aceite antes que un cacho de carne indescriptible que deja perdido y negro el suelo que es de todos.

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