La X de Musk
«Estos cambios conllevan la sustitución de un ecosistema léxico que en todo el mundo se había adoptado para identificar la red social»
Cuando algo funciona no hay que cambiarlo. Esta regla, defendida principalmente desde la sensatez, hay que se la salta a la torera y acaba liándola parda en mayor o menor grado. Los cambios hay que hacerlos cuando existan razones que los justifique. Después funcionarán o no pero se ha dado el paso que había que dar.
Las razones que hay detrás de estos cambios gratuitos son múltiples. Sin respaldo científico que lo justifique puedo señalar que en cabeza se encuentra nada menos que el ego del autor del cambio. Quiere poner su sello, su marca personal, sin calcular las consecuencias, fundamentalmente negativas, que esto pueda acarrear.
Viene esto a cuento del volunto que la dado al señor Elon Musk para cambiar el nombre de Twitter a X. El simpático pajarito azul ha mutado en una siniestra equis mayúscula con fondo negro que la hace más inquietante aún.
Estos son los cambios de diseño. De ellos se hablaron hace unos meses cuando aparecieron y, con independencia de las opiniones de cada uno, parecía ser algo cosmético.
Pero no es así. Estos cambios conllevan la sustitución de un ecosistema léxico que en todo el mundo se había adoptado para identificar la red social, para nombrar al usuario de la misma y para saber cómo se llama el texto que se publica. Cada lengua lo solucionó como pudo. Para los hispano hablantes la cosa fue fácil y todo quedó en una adaptación con tan buenos resultados que nadie tuvo que explicar lo que es un tuit ni lo que hace un tuitero.
Puede parecer esto una cuestión de escasa o nula relevancia pero la verdad es que de la noche a la mañana se ha caído todo este vocabulario y, por ejemplo, en los medios de comunicación, hay que usar el nuevo o incluir una referencia al antiguo.
El antiguo Twitter estaba más que consolidado como un medio en el que, por ejemplo los políticos, daban sus opiniones sobre lo que fuera sin necesidad de soportar la incómoda presencia de periodistas. Ya es un hábito periodístico más el hurgar en esta red social para ver qué opina fulano o mengano sobre tal o cual cuestión. Una cosa es el uso coloquial de los términos y otra muy distinta el trasladarlos a un medio de comunicación, donde hay que ser riguroso y si X se llama X hay que poner X, aun a sabiendas de que un sector importante de la población aún no sabe de qué va la vaina.
Hasta ahora no se ha demostrado la efectividad ni la mejora propiciada por este cambio, que le tiene que haber costado un pastón al caprichoso de Musk. Las razones dadas para el mismo no fueron lo suficientemente convincentes para asumirlo como algo positivo y no hay que tener profundos conocimientos empresariales para ver que esta operación es dinamitar algo tremendamente consolidado, más o menos como si a los de Danone le da un día por cambiarle el nombre el yogurt.