Yolanda Fernández de Kirchner
El curioso cometido de la economía es enseñar a los hombres lo poco que realmente saben sobre aquello que imaginan que pueden diseñar
El pasado fin de semana se celebraron las elecciones generales en Argentina, país sumido en la más absoluta miseria desde hace décadas y que en estos comicios tenía y aún sigue teniendo la posibilidad de «dar un golpe de timón» y cambiar el rumbo político y económico que tanta falta le hace tras casi 100 años de «socialismo peronista». Economía, la argentina, que está al borde de la hiperinflación (138,3%) fuera de un periodo de guerra, hecho totalmente inaudito. Además, cuenta con un 40% de la población por debajo del umbral de la pobreza, un 10% de la población se encuentra en la indigencia y su economía no se encuentra entre las 100 más prósperas del mundo y eso que, a principios del siglo XX era el país más rico del mundo junto a EE. UU. Ha llovido mucho, ya lo creo, y concretamente en Argentina han llovido muchas lágrimas desde entonces.
Como era de esperar, gran parte de medios de comunicación se han hecho eco de la victoria en primera vuelta del peronista Sergio Massa sobre el candidato liberal/libertario Javier Milei. Aunque estoy seguro de que el lector se preguntará lo siguiente; ¿Cómo puede obtener 10 millones de votos un partido que lleva arruinando la economía argentina durante décadas? ¿Cómo es posible? Es posible querido lector, tejiendo año tras año una maraña de redes clientelares con las que asegurar votos y servidumbre allá donde vayas y eso, señores, es lo que pretende nuestra vicepresidenta del gobierno en funciones, aunque más que gobierno en funciones es una función de gobierno. Yolanda Díaz, bautizada en los últimos días como «Yolanda Fernández de Kirchner» pretende «argentinizar» la sociedad y también, por supuesto, la economía para tener el mayor número de votos en cautiverio y marcar el camino de servidumbre que todo «buen» ciudadano, debe seguir.
Varios ejemplos dejan de manifiesto el hecho de que «Yolanda Fernández de Kirchner» quiere tejer las famosas redes clientelares con las que apoltronarse al poder absoluto. Los ejemplos son los siguientes: reducción de la jornada laboral a 35 horas; control de precios (vivienda, alimentos, suministros etc…); atacar más si cabe a las grandes empresas cambiando el cálculo del Impuesto de Sociedades, para que se calcule sobre el resultado contable y no sobre la base imponible como hasta ahora, y por supuesto recortando libertades a un ritmo frenético. La última posiblemente será la prohibición de los vuelos cortos entre provincias sustituibles por tren. Toma ya, casi nada.
La jornada laboral de 35 horas llegará, estoy seguro, eso sí, siempre de la mano de aumentos de productividad y avances tecnológicos. Los precios de los alquileres, suministros y alimentos volverán a su estado normal siempre y cuando aumente la oferta de dichos bienes y productos y se ajuste debidamente con su demanda. Las grandes empresas no tributan un 3-4% de impuesto de sociedades, si no España sería el destino de miles de empresas que querrían invertir en nuestro país, y lamento decirles que en absoluto es así. Y por último, la posible prohibición de vuelos hizo perder 1.000 millones de euros y un 3% en el mercado a AENA (el 51% de la empresa es propiedad del Estado) justo cuando la vicepresidenta anunciaba la medida. Tanto es así, que la acción cayó de 139 euros a 133 euros/acción en cuestión de segundos. ¿Y esto que quiere decir? Que las medidas anunciadas por el gobierno generan una tremenda inseguridad jurídica para todos.
La economía española ha crecido solamente un 0,4% desde 2019 (los peores de la OCDE). Además, por cada euro que ha crecido el PIB la deuda ha aumentado 6, casi nada. Por si fuera poco, los indicadores económicos adelantados auguran meses de contracción económica, la confianza empresarial se desploma y entra en terreno negativo y el mercado laboral continúa siendo un auténtico desastre. No lo digo yo, sino que así lo afirma el FMI, el cual concluye que la última reforma laboral no ha sido positiva para la economía.
En conclusión, lo que vivimos bajo el discurso de Yolanda Fernández de Kirchner no pertenece a un nuevo mundo como ella señala, sino que es la vieja historia de la planificación del Estado y el control absoluto del poder político sobre la economía. Historia que los argentinos conocen muy bien, demasiado bien.