Ruido charnego
Los territorios marginados estaban condenados a la emigración, no porque los señoritos fueran buenos o malos sino porque se decidía, desde mediados del siglo XIX, que había que contentar a quienes siempre han querido comer aparte
Uno de los más tristes episodios de los meritorios es aquel en el que presumen, con arrogancia y envanecimiento, de la meta que pretenden conseguir. Cataluña está poblada de muchos meritorios que no saben cómo adular las bondades de su tierra de promisión y recurren, con indudable torpeza, a ofender a la de sus antepasados. Experto en la materia es un portavoz de la independentista ERC llamado Rufián, que no tiene empacho en presumir de ser un charnego reconvertido en separatista acérrimo.
La última boutade del personaje ha consistido en arremeter contra el señoritismo andaluz de los años cuarenta del siglo pasado en el que sus abuelos se vieron obligados a marcharse a Cataluña huyendo de los señoritos andaluces. Es una pena que el charnego embravecido no hiciera mención a que en aquellos años, como había ocurrido desde un siglo antes, la política nacional derivaba a Cataluña el cuarenta por ciento de todas las inversiones para el desarrollo económico y social. Los planes del régimen de Franco dejaban para la España atrasada (Andalucía entre ellas) solamente el 20 %, tras destinar ese 40 % a Cataluña, un 20 % al País Vasco y otro 20 % a Madrid. Los territorios marginados estaban condenados a la emigración, no porque los señoritos fueran buenos o malos sino porque se decidía, desde mediados del siglo XIX, que había que contentar a quienes siempre han querido comer aparte. Y ya estamos viendo el resultado: los hijos y nietos de aquellos damnificados quieren hacer méritos para que los privilegiados de siempre les acepten, olvidando sus raíces, por lo que es imprescindible hacer esas ostentaciones victimistas que tan buenos resultados producen.
Esa vanidad presuntuosa con la que hace ruido el meritorio charnego no es sino expresión de aquello que ya sentenció Honore Balzac: «La vanidad hay que dejarla a quienes no tienen otra cosa que exhibir». Porque, por no tener algo positivo que exhibir, ni siquiera habla bien el catalán el nieto de los andaluces tan maltratados por aquellos barbaros señoritos que le obligaron a marcharse en busca de un mundo mejor. Ya quedó dicho, hace mucho tiempo, que los peores de las creencias ideológicas de cualquier signo son los conversos, ese espécimen que no sabe como agradar a quienes distribuyen el carnet de buenos creyentes. Y parece ignorar el portavoz empedernido que nunca conseguirá la pureza de sangre en un contexto donde, de aceptarlo en igualdad, perdería toda su razón de ser la pertenencia a un carlismo redivivo, por lo que el forzado meritorio no tiene más papel que el de ser un modesto «guardés».
En un momento trascendental para la igualdad de todos los españoles, puesto en riesgo por un Gobierno felón que se baja los pantalones ante quienes no quieren ser españoles y ofenden a quienes están orgullosos de serlo, no podemos asistir impasibles, y menos los andaluces, ante las ofensas gratuitas de quienes solo quieren privilegios y tratos de favor. O sea dinero y más dinero, por mucho que lo disfracen con purismos culturales e históricos, algo que a los andaluces no nos pueden dar lecciones porque hemos integrado culturas y civilizaciones mucho antes y muchas más veces que estos pretenciosos aguafiestas. Y ya dijo Tocqueville que a los hombres, más que las ideas los separan los intereses. Esos intereses que el ruido de los charnegos conversos pretenden ocultar con viejas proclamas, para así mejor servir a sus nuevos señoritos.