La cara y la cruz de la Lotería de Navidad
«El plano televisivo que siempre falta es el del bombo con todas las bolitas que han sobrado. Eso desmoralizaría a cualquiera y haría caer las ventas al año siguiente»
En estos momentos, o siguen los niños del colegio de San Ildefonso dale que te pego con lo suyo o permanece usted con su musiquilla aún en la cabeza, como la sintonía que, con el preceptivo permiso de El Corte Inglés y de las luces de la calle Cruz Conde, abre de verdad y de par en par las puertas de la Navidad.
Se podrán anticipar las fiestas todo lo que se quiera, como les ha pasado a los pobres venezolanos, pero el calendario auténtico, el del verdad, lo marcan los bombos de la Lotería Nacional, girando en un Teatro Real que por una vez al año acoge al público más extravagante para la ceremonia más extraña que celebrarse pueda.
En torno al sorteo extraordinario de Navidad hay mucha alegria y, sobre todo, ilusión. Es el mejor eslogan que se puede repetir año tras año sin que decaiga lo más mínimo su efectividad. En la compra de los décimos y de las participaciones se descarga una esperanza por coger un pellizquito que haga ver la vida con otro color.
Que si la lotería de la hermandad, de la peña, de la empresa, de los amigos, de la familia. Cualquiera es buena para depositar esa esperanza que hace que el canto de los niños de San Ildefonso suene a música celestial a la espera de que canten el número que tienen que cantar. Que es el nuestro.
Unos gastan más, otros menos, pero el compromiso de comprar lotería para el sorteo de Navidad siempre se cruza en el camino más de una vez en los últimos meses. Los talonarios se exhiben en bares y comercios, y hay quien los lleva en el bolsillo por si se tercia la ocasión. También hay quien no espera a esto y busca un determinado número, una terminación concreta, en la que, según dicen, hay más posibilidades de éxito.
Solamente por esta ilusión individual y colectiva que se deposita en cada una de las bolitas de madera que entran en el bombo merece la pena que cada año se celebre este sorteo extraordinario, aunque los expertos aseguren que es el que menos posibilidades tiene de que te toque.
Quizás por esta razón, en la extensa retransmisión del sorteo, el plano televisivo que siempre falta es el del bombo con todas las bolitas que han sobrado. Eso desmoralizaría a cualquiera y haría caer las ventas al año siguiente. Son todos los números que se quedan sin premio y, casi con toda seguridad, ahí está nuestro número, en el que hemos puesto nuestra ilusión durante unas semanas.
La cruz de este extravagante sorteo es conocer el dato de que detrás de ese volumen inmenso de números que se han quedado sin premio -excluyendo las terminaciones y las aproximaciones- hay un negocio tremendo para el Gobierno de España, porque el dinero generado por la venta de esos billetes, décimos y participaciones ya está a buen recaudo en las arcas del Gobierno de España, sí, el mismo que dice luchar contra la ludopatía es el que mira para otro lado a la hora de recoger los beneficios limpios tanto de la venta de décimos como del porcentaje que se arranca de cada premio cuantioso.
No es cuestión de hacer una campaña en contra de la Lotería de Navidad, en absoluto, es simplemente refrescar la memoria de lo que se hace con ese dinero, del que un ridículo porcentaje se destina a premios, y que es el Gobierno el que se lo embolsa que, sea de izquierdas o de derechas, nunca le hace ascos, mire usted. Así, que cada uno tenga la libertad de hacer lo que le dé la gana pero que recuerde siempre que las posibilidades de ganar son mínimas frente a quien siempre gana que es el Ministerio de Hacienda.