Fin al gafe
«Los supersticiosos lo ven más claro y enseguida le buscan una explicación a lo que racionalmente no la tiene»
En Córdoba hay proyectos que parecen estar gafados. Se intentan una y otra vez, y es que no salen adelante, oiga. Cuando esto ocurre, cuando se encadenan varias frustraciones es el momento de pensar en que están irremediablemente gafados. Los supersticiosos lo ven más claro y enseguida le buscan una explicación a lo que racionalmente no la tiene. El gafe, propio o ajeno, hace de las suyas y tuerce el hilo de la historia.
Esta circunstancia no es privativa de Córdoba, ya que raro es el lugar en el que no se ha enquistado una iniciativa y, al final, ve la luz décadas más tarde, cuando casi se había perdido toda esperanza. Por no irnos muy lejos, aquí tenemos el caso del murallón de la Ribera, que varias generaciones de cordobeses vieron inacabado y que ahora, al cabo de tiempo, nos protege de riadas e inundaciones.
Hay más ejemplos recientes que han tropezado en su resolución final pero no podemos hablar de gafe. Es el caso, por ejemplo del Templo Romano o del convento de Regina, entre otros, en los que la crisis, la subida del coste de materiales y otras circunstancias más han hecho que las empresas adjudicatarias tiraran la toalla antes de tiempo y se hubiera de empezar de nuevo, con todo lo que eso conlleva.
El caso del convento de Santa Clara es distinto. Lo que queda de este cenobio franciscano es una mínima parte de lo que fue en su día y está dividido en los restos de su iglesia -riquísimo campo arqueológico- y lo que fue el colegio Julio Romero de Torres, que cerró cuando dejaron de vivir niños en la zona.
La zona docente pervive a duras penas con unas dependencias municipales en las que, según cuentan, resulta heroico trabajar allí. El resto es la joya de la corona del patrimonio municipal, a la que no le han faltado novias en los últimos años y que finalmente quedaron en nada. El primero de los intentos en el último medio siglo vino en 1981, cuando el entonces alcalde Julio Anguita, en pleno fervor arabizante hizo amago de entregar el convento a una de las comunidades musulmanas que entonces aterrizaron en Córdoba. Aquello no se consumó, pero entre medias quedó el rifirrafe con el obispo y la turbia presencia de Ali Kettani, un consejero real de Arabia Saudí dispuesto a soltar una pasta gansa a la que entonces la extrema izquierda española no hacía ascos.
Entre otros intentos por «poner en valor», como diría un cursi, el convento de Santa Clara, está el protagonizado por el alcalde Andrés Ocaña hace unos tres lustros. Aquello tenía pinta de ir en serio. Consistía en la conversión del edificio en un museo de la ciudad, por contar con restos romanos, paleocristianos y árabes en su subsuelo. Contaba con la implicación financiera de Caja Madrid pero nadie suponía que aquello se desmoronaría con el fin de las cajas de ahorro en España.
Ahora se va a intentar a probar suerte de nuevo. Esta iniciativa, a diferencia de las anteriores, no consiste en un plan integral para todo el edificio, sino que va a comenzar con la restauración de la torre alminar y de algunas dependencias anexas. El proyecto está forzado por el mal estado del campanario pero es un buen primer paso para meterle mano al convento de Santa Clara a ver si de una vez este proyecto, que conlleva la creación del museo de las cofradias, sirve de una vez por todas para seguir trabajando en el edificio y espantar de él ese gafe que lo ha castigado durante las últimas décadas.