El rodadero de los lobosJesús Cabrera

Un lavado de cara

«Muchas de estas actividades -no todas, eh- provocan un deterioro en la plaza porque se usan elementos pesados o porque hay que taladrar las losas»

Actualizada 04:30

Quienes en esta semana hayan pasado por la plaza de las Tendillas habrán visto cómo se ha convertido en una especie de feria de ganado pero sin ganado. En su superficie hay varios corralitos de vallas amarillas, de dimensión variable, que conforme pasa el tiempo van cambiado su ubicación.

La clave está en lo que sucede dentro de estos corralitos que han convertido la plaza en una suerte de laberinto por la que es complicado discurrir en línea recta, ya que hay que sortear estos elementos que hoy están aquí y mañana allí.

Plaza de las Tendillas durante las obras en el pavimento

Plaza de las Tendillas durante las obras en el pavimentoJC

Lo que se está haciendo es reparar el pavimento, compuesto de losas y de chino que en estos 25 años han sufrido más de lo que debieran. La plaza de las Tendillas es el gran salón de la ciudad donde sucede buena parte de los grandes acontecimientos que celebra la ciudad: desde la fiesta de Fin de Año, a la ‘fan zone’ de un partido de la Selección Española; desde la Shopping Night al Certamen de Academias de Baile en mayo, desde el ascenso del Córdoba CF al mercadillo navideño que ya está al caer. Y así mil cosas más.

Muchas de estas actividades -no todas, eh- provocan un deterioro en la plaza porque se usan elementos pesados o porque hay que taladrar las losas o porque éstas se rompen porque sí. Las cintas de enchinado, que cruzan la superficie a modo de amplia retícula, son la parte más débil. Es la seña de identidad más cordobesa pero la más delicada cuando sufren lo que no deben.

Ahora, en estos días, se están levantando baldosas, se reparan las ‘calvas’ del enchinado y se eliminan las grietas y demás desperfectos para que en pocos días la plaza de las Tendillas vuelve a lucir como nueva. Por esto las vallas amarillas se van moviendo de un lugar a otros, conforme los operarios van actuando en el suelo.

Esto, que desgraciadamente es excepcional en esta ciudad, debería ser una norma de actuación de oficio para que periódicamente todo luzca como nuevo. De este modo el gasto sería inferior y el beneficio llegaría a todos, orgullosos de tener el corazón de la ciudad con baldosas sin grietas ni agujeros inapropiados.

El mantenimiento es la clave para contar con una mejor ciudad y, también, para ahorrar dinero. El caso contrario lo tenemos en el monumento al Gran Capitán que preside las Tendillas. La última intervención en condiciones se hizo hace dos décadas y desde entonces no ha disfrutado, al menos, de una limpieza en condiciones. En todo este tiempo ha acumulado mugre de excelente calidad y todo el que lo ve y lo fotografia -que no son pocos al cabo del día- perciben subconscientemente una imagen de abandono a una obra de arte de primera línea y que además es de un escultor de que en este año se está celebrando el centenario de su fallecimiento. Vaya manera de honrar la memoria de Mateo Inurria.

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