Hoy día sería imposible
«El murallón, con muchísimo retraso, se terminó y varios barrios respiraron aliviados»
La crueldad de las imagenes que en estos días se ven en la televisión, los relatos a cada cual más duro que nos ofrecen los periódicos y las voces desesperadas que se escuchan en las emisoras de radio de quienes aún no tienen noticia de los suyos pintan un panoraba de solidaridad y de autodefensa.
De solidaridad, en primer lugar, porque la población ha tomado la iniciativa a las administraciones. Las instituciones religiosas, con el músculo mejor entrenado que nadie, y los voluntarios han demostrado que no se puede perder ni un segundo y que son capaces de llegar adonde lo público no alcanza.
De autodefensa, porque cualquiera se mete en el pellejo de esta gente y piensa qué le podría pasar a uno mismo ante un desastre natural de estas dimensiones. Es lógico prever las medidas que uno puede tomar para evitar que esas desgracias se vuelvan a repetir.
Esta reflexión acaba en la mayoría de las ocasiones en la necesidad de infraestructuras potentes capaces de amortiguar los efectos de una gota fría o del desbordamiento de un río. El sentido común indica que en estos casos hay que actuar de la forma más rápida posible cueste lo que cueste.
La ciudad de Córdoba estaba hace casi dos siglos castigada con frecuencia con los desbordamientos del Guadalquivir. La subida de las aguas anegaba la zona sureste del casco urbano, con la consecuente destrucción de viviendas y la acumulación de dramas de todo tipo.
En aquel momento se decidió construir la defensa del río, el murallón que mitigó las desgracias de estos desastres naturales. Como es sabido, las obras duraron décadas y décadas, y aún hoy se pone como ejemplo de lo que se empieza y nunca se acaba. Pero el murallón, con muchísimo retraso, se terminó y varios barrios respiraron aliviados. Después se construyó el de la margen izquierda y el Guadalquivir quedó controlado a su paso por Córdoba.
Si nuestros antepasados no hubieran hecho el murallón en su momento hoy sería imposible hacerlo. ¿Imaginan ustedes la de debates, comisiones, proyectos, contraproyectos que se hubieran sucedido? ¿Sospechan las rencillas políticas por boicotear una iniciativa del adversario político? ¿Intuyen acaso el canguelo del político de turno por acabar con los restos de la muralla que ahí había? ¿Quién aguantaría la presión de grupos ecologistas, plataformas casi unipersonales y los activistas de turno dando la tabarra porque la obra acabaría con dos nidos de cernícalos primilla o una mata de ‘atragalus boeticus’? Cuestión de prioridades.
Conforme pasa el tiempo, más que reprocharle a los políticos del siglo XIX el injustificado retraso en las obras del murallón lo que hago es agradecerle que, aunque tarde, lo hicieran. También tuvo demoras, y muchas, de varias décadas, el pantano del Guadalmellato y ahí está. Nos acordamos de él cada verano cuando comienzan las restricciones de agua potable en otros puntos de Andalucía.
Son sólo dos ejemplos de grandes infraestructuras que se hicieron hace más de un siglo y que ahora, al cabo del tiempo, nos beneficiamos de ellas. Si hoy día se plantease su construcción estoy convencido de que el murallón y el pantano se irían al carajo.