¿Disculpas? Ni una
Afortunadamente, en México hay quien no se lo traga, como le ocurrió a Octavio Paz, quien dijo que «el odio a Hernán Cortés no es un odio a España, sino a nosotros mismos»
Cuando el último español embarcó en México camino de la península dejaba atrás un país que era tres veces más extenso de lo que es en la actualidad. Gozaba de una economía saneada y próspera que ellos mismos la echaron a perder y tardarían un siglo en recuperarla. Cuando terminó la llamada guerra de independencia, que en realidad fue más una guerra civil, entraron en conflicto bélico con Estados Unidos lo que fue la puntilla y una terrible humillación para el país.
Cuando los criollos se hicieron cargo de las riendas de México ocurrió lo mismo que prácticamente en toda hispanoamérica: los mal llamados libertadores comenzaron la represión contra la población autóctona -¿genocidio?- que tenía comprobado, que les iba mejor con los españoles que con los hijos de los españoles que se quedaron allí para esquilmar las tierras y sus gentes.
Lo ocurrido en México está tan explicado como demostrado desde hace 200 años. El problema es que conocer la historia le supone a algunos un trabajo intelectual invencible y por eso prefieren leer un tuit, que es más cortito y requiere menos esfuerzo. Este pensamiento premasticado ha sido consumido y deglutido por los López, Morales, Ortegas y todos los que descienden directamente de quienes hace poco más de un siglo estaban persiguiendo indígenas y ahora se erigen en paladines del llamado indigenismo para lavar sus corrompidas conciencias.
Si en México deciden tragarse estas trolas, allá ellos, pero que no toquen las narices a nadie más. España llegó, gobernó el país gracias a todas las tribus que estaban hasta las narices de los aztecas y se fue cuando llegó el momento, dejando atrás una economía en marcha, unas instituciones homologables con la Europa del momento y unas infraestructuras costosísimas además de unas ciudades, equipadas con hospitales, colegios y catedrales, construidas en piedra y no a base de chozas, como solían hacer los países colonialistas.
Un ejemplo: los españoles fundaron en 1551 una universidad para los españoles de allí. Junto con la de Lima, fueron las primeras de las 28 que vendrían después repartidas por todo el continente hasta 1812. Cuentan que la descendencia de Hernán Cortés y Moctezuma compartieron aula. Me lo creo. En la actualidad, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es una de las más importantes del mundo, con más de 300.000 alumnos, y un alto prestigio en algunas áreas de investigación.
Cuesta trabajo entender que una argumentación tan frágil como la que sustenta el indigenismo haya calado en algunos a los que se les supone una mínima formación. La única explicación posible es buscar en este indigenismo un resguardo al quedar ideológicamente a la intemperie tras el derribo del muro de Berlín.
Por mas que se intente evitar, los datos acaban matando a los relatos y por más que se intente disimular, esta variante de la leyenda negra es un relato de los gordos, cargado de caspa y decadencia. Piden unas disculpas cuando lo que tendría que hacer España es pasarles la factura de todo lo que les dejó.
Afortunadamente, en México hay quien no se lo traga, como le ocurrió a Octavio Paz, quien dijo que «el odio a Hernán Cortés no es un odio a España, sino a nosotros mismos». El diario Excelsior, uno de los más importantes del país, lleva unos días carcajeándose del presidente saliente y la presidenta entrante. En estos días, en los que estoy más que convencido de que Felipe VI no ha perdido el sueño por este tema, hay españoles que han mordido el anzuelo y que desde su residualidad ideológica repiten cuatro tópicos más que desfasados para darle la razón a López Obrador y a Sheinbaum, ambos descendientes de rancias estirpes precolombinas, supongo. Estos paisanos, ya saben, sólo buscan atacar a España y, sobre todo, al Rey.
A la vista de lo ocurrido, el monarca se ha librado de una buena, ya que no estará rodeado de dictadores caribeños ni tampoco tendrá que soportar el numerito de una espada mohosa o de cualquier otra excentricidad típica de estos populismos marginales.
Que sigan con su cantinela y con su pan se lo coman. Cada uno es dueño de tapar sus fracasos como mejor pueda. ¿Disculpas? Ni una.