El rodadero de los lobosJesús Cabrera

La Vuelta a España y el mérito

Actualizada 04:05

La retransmisión de La Vuelta a España forma parte de nuestros veranos como también lo fueron los desaparecidos trofeos Teresa Herrera, Carranza o Colombino, ya desaparecidos de la parrilla televisiva. Estas semanas obran de milagro de atraer al deporte a quienes no muestran el más mínimo interés durante el resto del año. La relajación, el ocio pleno o la más insospechada razón obran el milagro de generar adeptos de temporada que llegan, están y desaparecen como si nada hubiera ocurrido.

Este fenómeno es también extensible a los Juegos Olímpicos, momento en el que surgen de debajo de las piedras los expertos en lanzamiento de jabalina o gimnasia sincronizada. Como el huso horario sea favorable y no caigan las retransmisiones de madrugada, lo seguidores olímpicos se convierten en plaga. Es lo que ha pasado este año con París, pese al ‘wokismo’ de su organización.

La Vuelta a España es otra cosa. Aunque los medios técnicos han crecido exponencialmente en los últimos años y han convertido la retransmisión en un verdadero espectáculo visual y deportivo, mantiene su esencia de ser un producto calmado, sin estridencias y atractivo tanto para el seguidor del ciclismo como para quien se deleita con la riqueza de paisajes. También los hay que aprovechan estas horas de la siesta para rendirse al sueño reparador mientras en la pantalla los ciclistas sudan y pedalean sin descanso.

En lo que no cambia cada año la retransmisión es la ilusión con la que la esperan los cordobeses. ¿Cómo saldrá la ciudad? Es un día en que no se puede flaquear y ceder a la tentación de la siesta; si acaso, una cabezadita rápida para incorporarse cuando la comitiva cruza la Campiña camino de la capital, que es cuando te despierta el ruido del helicóptero.

Quienes sean adictos a esta retransmisión verán los cambios que año a año experimenta la ciudad, la expansión en los nuevos barrios y mil detalles más, como el estado de mantenimiento de jardines y rotondas o el estado de conservación del pavimento de nuestras avenidas (toma nota, Miguel Ruiz Madruga).

La meta es la meta y es donde se congrega un mayor número de cordobeses. Además, por ahí pasan dos veces. Es lógico. Pero también es curioso ver aquellos puntos en los que se desafía el fuerte calor de estos días y estas horas para ver y sentir de cerca el esfuerzo de los ciclistas. La plaza de Andalucía, tan populosa, estaba prácticamente desierta y, en cambio, muchos tramos del recorrido por la sierra estaban sorprendentemente concurridos para quienes desconozcan que ésta sí que es una tradición local y cada uno tiene sus rincones y curvas predilectas, ya sea para el rally o para los ciclistas.

Por último -todo un clásico- los planos aéreos. De entre ellos destacan los dedicados a los monumentos, que vienen a justificar la aportación municipal a este evento, aunque convendría que alguien ajustase mejor los textos correspondientes a cada uno de ellos. La Mezquita-Catedral, la torre de la Calahorra, el Alcázar de los Reyes Cristianos, Medina Azahra o el monasterio de San Jerónimo de Valparaiso, fueron, un año más, esos imprescindibles que nunca faltan en el final de etapa en Córdoba de La Vuelta a España.

Pero lo mejor de todo es ese regusto interior que le queda al espectador de la retransmisión -sea aficionado o no- cuando ve que quien cruza la meta es quien realmente se lo ha merecido. No es, ni más ni menos, que la materialización de la meritocracia, ese mérito ahora denostado por la progresía pero que ha conseguido que la humanidad se perfeccione, que la ciencia progrese, que la sanidad sea efectiva, que los puentes sean seguros, que los bomberos actúen con solvencia y así podríamos seguir un buen rato.

No hace falta entender mucho de ciclismo -lo cual es mi caso- para entender el nítido mensaje de que Van Aert ganó porque se lo merecía. Verlo en el podio no admitía interpretaciones ni informaciones adicionales: triunfó en la etapa Archidona-Córdoba gracias a su esfuerzo y pericia, sin ayudas, sin cuotas, sin privilegios, sin esas mamandurrias dopantes que tanto proliferan en la actualidad. Lo siento por quienes atacan la meritocracia.

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