El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Móviles y adolescencia: 2’14 medidas por experto

Actualizada 04:30

Recientemente, doce colegios públicos cordobeses se han sumado a una iniciativa que consiste en retrasar el uso de móviles a los alumnos hasta los 16 años. A su vez, el Consejo de Distrito Centro se ha declarado pomposamente como ‘Espacio seguro para la Infancia y la Adolescencia en los entornos online’. Incluso han distribuido por la zona un conjunto de 107 medidas provenientes de un comité de 50 expertos que hizo lo propio el año pasado, cuando las remitió al Ministerio de Juventud e Infancia. Cada experto independiente se ocupó, por tanto, de 2’14 medidas. Todas ellas recogen esencialmente prohibiciones, sistemas de bloqueo, informes, etiquetados y controles. O lo que es lo mismo, restricciones y burocracia. De esta forma, todos los peligros que acechan a estos adolescentes concluirán el día que cumplan los 17.

Lo cierto es que en Occidente, pese a publicitadas medidas como ésta, se renunció hace décadas a la patria potestad, justo en el momento en que la revolución sexual y el mayo del 68 francés se sumaban a movimientos anteriores para terminar de dar la puntilla a la familia. Y así, durante la infancia, los padres quedan reducidos a la animalidad esencial, es decir, alimentar, proteger del frío y del calor, y bañar al retoño. Todo elemento moral, ético o religioso queda delegado. Los padres, como cualquier mamífero, protegerán al hijo de los golpes. Serán más permisivos mientras más hijos, y menos cuando sólo tengan uno y tardíamente, pues ahí está puesta su exclusiva carta genética. De esta forma, los niños de los 70 y 80 podían vivir con eternas costras en las rodillas, y a los de la actualidad no los dejan ni cruzar la calle.

Cuando llega la adolescencia, estos padres que renunciaron a la moralidad, abandonarán el escaso porcentaje de patria potestad que habían asumido. A partir de ahí el hogar será un hostal con pensión completa. A veces, alentados por los propios padres, con la coletilla de «pásalo bien», los jóvenes quedan desprotegidos en el ocio conspicuo, una de las columnas de la sociedad actual, es decir: noche, alcohol, droga, promiscuidad y viajes insustanciales.

- Mis hijos no fuman, ni beben, ni se drogan ni se acuestan con cualquiera.

- Por supuesto, caballero, los suyos son especiales.

Como vemos, los padres se agarran a una educación que los hijos jamás recibieron, pero que teóricamente ha de aflorar en ellos cuando los dejan ir al mundo del alcohol y la pornificación con 13 ó 14 años. La casa servirá para dormir y tener un plato en el almuerzo y la cena. Los jóvenes que tuvieron la suerte de acudir a colegios concertados y privados religiosos contarán con referencias a Dios, el resto quedarán desprovistos del único contrapeso posible a semejante renuncia paterna e influencia del entorno.

Si tomamos de forma simbólica a los padres y colegios que se suman a las medidas anti-móvil, ¿por qué se aferran a ellas cuando a su vez abandonan a sus hijos cada fin de semana en el ocio conspicuo y jamás tocaron un solo asunto ético, moral o religioso?

Lo cierto es que, pese a una apariencia de buenas intenciones, estamos, por un lado, ante el enésimo intento de control de una faceta determinada por los poderes públicos. Ya no serán los padres tampoco los que decidan sobre móviles o internet, sino las instituciones, que ponen los plazos, los expertos y las medidas (cada una de ellas sin mención a algo real y palpable, puro neolenguaje). Por su parte, los padres -inermes y dóciles ante cualquier embate exterior que menoscabe su autoridad-, ceden en este ámbito también, recibiendo a cabo una señal virtuosa que pueden exhibir, como un sello de calidad que camufla otra rendición más.

107 medidas de 50 expertos, a 2’14 medidas por experto. Esos son los números de la obediencia.

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