El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

El jardín de los poetas muertos

«La dejadez del Ayuntamiento en todos los aspectos, desde la higiene a la estética, desde la seguridad a la protección del patrimonio o el mobiliario, resulta absolutamente incomprensible»

Actualizada 08:23

Si tomamos los mandos de un dron que vuela a suficiente altura y nos dirigimos hacia Ronda del Marrubial, podemos ver desde arriba la curiosa figura de una guitarra. Con una fuente como clavijero, un estanque flanqueado por dos hileras de naranjos como mástil, y un cuerpo formado por más árboles, arrayanes, estructuras en las que se enredan rosales y una pérgola con otro estanque semicircular, el Jardín de los Poetas sorprende desde semejante perspectiva. La obra de Juan Serrano incluye un mural de José Duarte. Podemos hablar de una pequeña obra de arte más que de una zona verde. Se completa con los restos de muralla almohade a un lado y la peculiar arquitectura de casitas que la rodea al otro. Este hermosísimo rincón de la ciudad, para colmo de su cordobesismo, nació en un perol, como narró Jesús Cabrera, periodista de esta casa, por su 30 aniversario, acaecido hace unos años.

Vista aérea del Jardín de los Poetas

Vista aérea del Jardín de los PoetasGoogle Maps

Si ese es el plano cenital, el resto de los planos, del largo al corto, son muy distintos. Desde hace años, el Jardín de los Poetas es un lugar conflictivo. Tanto por el ocasional menudeo de drogas, más activo en determinadas épocas, como por la estancia diaria de elementos conflictivos procedentes de los comedores sociales de los Trinitarios. El ejercicio de esta excelente labor solidaria por parte de la orden tiene como consecuencia que determinadas personas sin hogar poco recomendables se repartan por aquí, como aparcacoches frente al centro de salud de Levante o en la plazuela conformada por las calles Cinco Caballeros y Pintor Pedro Romana. Algunos mendigos duermen en las atracciones infantiles, otros, durante los meses más calurosos, se bañan semidesnudos en las fuentes, algunos más permanecen en distintos puntos durante horas en estado de embriaguez, pese a la cercanía de los niños.

Precisamente, las familias quedan acotadas a la comentada zona infantil, siempre impresionantemente sucia, y sus alrededores, con todos los padres y abuelos ojo avizor ante semejante panorama. Por si fuera poco se le añaden los botellones, denunciados recientemente por VOX, como recoge este periódico. Aguzados desde la pandemia, provocaron uno de los mayores atentados contra el patrimonio histórico cordobés de los últimos años: el graffiti en el interior de la muralla realizado en octubre de 2020. Desde entonces son causa constante de conflictos, altercados y, llamémoslos elegantemente, actos insalubres procedentes del exceso de alcohol. Además, a buena parte de los jóvenes que beben allí se les puede aplicar el conocido tópico: se educaron en frente del colegio de pago.

Como guinda, desconocemos los motivos, los estanques están sin agua desde hace muchísimo tiempo, lo que redunda en el aspecto de suciedad y abandono en todos los sentidos. Sus suelos están llenos de tierra, con los conductos a la vista y repletos de frutas podridas, aun constituyendo parte principal de un jardín que más bien parece el de los poetas... muertos. ¿Falta algo? ¡Cómo no! El camino de tierra que va entre las dos puertas existentes, y la hierba que crece a su vera, se han convertido en retrete canino. Y es que no hay parque o jardín de la ciudad donde los perros no tengan su zona vip, además de poder campar a sus anchas por el resto del terreno.

Córdoba tiene la suerte de tener un singular y recoleto jardín como éste, tan original, cada uno a su estilo, como el de Orive. La dejadez del Ayuntamiento en todos los aspectos, desde la higiene a la estética, desde la seguridad a la protección del patrimonio o el mobiliario, resulta absolutamente incomprensible. Parece dar prioridad, por encima de niños, familias y vecinos, a incívicos botelloneros e inquietantes vagabundos. Los primeros deberían estar recluidos en el zoo, instalación de los macacos de Berbería; los segundos en un centro de día especializado que les atendiera con profesionalidad y esmero.

Mientras tanto, los poetas a los que habría que resucitar para que tocasen esa forma de guitarra que se percibe desde el cielo, permanecen sepultados entre cacas de perro, cristales rotos, barro, hojarasca, restos de mejor no saberlo y naranjas en descomposición. Quizá haya que dedicarles pronto una elegía fúnebre y buscar el patrocinio de una marca de whisky malo para nombrar el jardín.

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