En la antesala del Triduo Pascual
Cuando llegamos al ecuador de la Semana Santa, aún en el tiempo que la Iglesia denomina Cuaresma, nos encontramos en la antesala de los días grandes para la celebración litúrgica. Durante toda la Cuaresma no se ha hecho otra cosa que la preparación para el Triduo Pascual. Así, en estos prolegómenos, en la víspera del Jueves Santo, conviene hacer un alto en el camino y centrarnos en el misterio que se va a vivir en las parroquias.
Mañana tendrá lugar la Misa vespertina de la Cena del Señor, celebrada al modo de la Cena Pascual pero cambiando el contenido y el sentido. No es el recuerdo de la liberación de Egipto sino el paso de la muerte a la vida, la propia Pascua. Esta eucaristía nos sitúa en la Nueva Alianza que Dios establece con los hombres. La Iglesia se reúne en una sola eucaristía para conmemorar la institución de la eucaristía, la institución del sacerdocio y también para recordar el mandato del amor fraterno. Lo importante llegará con la noche de la Pascua. La solemnidad del Jueves Santo es un apunte de lo que tiene que ser la solemnidad de la Vigilia en la noche de las noches.
Mañana harán presencia de nuevo las flores, suprimidas durante el periodo cuaresmal, se cantará el Gloria y tocarán las campanas, quedando ya mudas hasta la noche de Pascua. El lavatorio de los pies, pese a no ser obligatorio, representa aquello que hizo el Señor; con éste dice a los discípulos que van a ser purificados por la redención de la cruz, por tanto, es algo más que un gesto de servicio y amor fraterno.
Mañana, tras la oración de poscomunión, se omite la bendición y el Santísimo se lleva en procesión hasta el monumento. Se acaba en silencio. El Señor ha quedado guardado en el tabernáculo. Después, la tradición que iniciara San Felipe Neri en Roma visitando las siete iglesias históricas romanas (San Pedro, San Juan de Letrán, Santa María la Mayor, San Pablo Extramuros, San Lorenzo, Santa Cruz y San Sebastián), marca la visita a los siete monumentos de siete iglesias. En cada uno de ellos se hace una breve meditación y se rezan, en acción de gracias, seis padrenuestros, seis avemarías y una oración.
El Viernes Santo es la inmolación del cordero. La cruz elevada sobre la tierra trae a todos hacia Cristo. Esta celebración, de lo más austero, consta de tres partes: la Palabra proclamada; la adoración de la cruz; y la Sagrada Comunión, como elemento relevante ante el ayuno pascual.
El Sábado Santo la Iglesia vela junto al sepulcro en un silencio interior y exterior. Es día de contemplación. Por la noche, cuando cae la luz, se celebra el oficio, la Vigilia Pascual, nota característica de nuestra fe. Se estructura en cuatro partes: el lucernario, la liturgia de la Palabra, la liturgia bautismal y la eucaristía. Merece atención el pregón pascual, una joya literaria. Se unen teología y poesía, espiritualidad y mística. La tierra entera está invitada al júbilo. La noche se configura como un tiempo de gracia. El Domingo de Resurrección cerrará el Triduo Pascual.
Hay tiempo para todo. No nos quedemos en las procesiones, los Santos Oficios nos esperan en las parroquias.