De comienzo en comienzoElena Murillo

Providencia

Actualizada 04:30

En la antesala de la Semana Santa, cuando transcurre la última semana del Tiempo de Cuaresma y se percibe el agotamiento de esos cuarenta días que se nos ofrecen para crecer en el amor de Dios y del prójimo, cuarenta días de conversión que pronto llegarán a su fin, se rinde culto a una bonita advocación: la del Santísimo Cristo de la Providencia. «Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección» (Catecismo de la Iglesia Católica, 302). Se intuye el recuerdo de aquellos que nos precedieron, especialmente del impulsor de una ingente obra social y que tanto hizo por el movimiento cofrade en nuestra ciudad.

A menudo tenemos «lapsus memoriae», esos fallos o resbalones de nuestra mente que nos impiden ser justos con los que apoyaron la causa de las cofradías. Conviene refrescar la capacidad de recuerdo y transferir a otros la figura de D. Antonio Gómez Aguilar, un sacerdote humilde y entregado a los demás como lo demuestra la obra social que fundó hace ya sesenta años y que no siempre ha contado con el merecido reconocimiento. Una obra social que él mismo quiso representar, en forma de crucificado, encargando la imagen que esculpiera el imaginero sevillano Luis Álvarez Duarte.

Desde hace trece años, la Fraternidad del Santísimo Cristo de la Providencia promueve la devoción a esta imagen titular con actos de culto a lo largo del año que encuentran su culminación en estos días, llegando a su punto álgido con el solemne Vía Crucis del Viernes de Dolores.

D. Antonio fue un santo en vida, así me permito calificarlo, pues considero que superó con creces los mandamientos: por supuesto amó al Señor sobre todas las cosas, pero estoy segura de algo, amó al prójimo no como a él mismo sino más que a él mismo. Esa bondad y entrega a sus semejantes le hizo realizar una labor incansable también en el ámbito cofrade. Acogió cuantos proyectos se le fueron planteando, siempre recibiéndolos con los brazos abiertos. Esta importante tarea se acentuó en el plano espiritual siendo consiliario de la Agrupación de Cofradías desde 1.974 hasta 1.989, organismo que le concedería el título de Cofrade ejemplar.

Fue una persona entregada por completo a la divina providencia. Se abandonó por entero, cumpliendo lo señalado en el Catecismo de la Iglesia Católica: «Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: «No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber? [...] Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6, 31-33; cf Mt 10, 29-31)» (CIC, 305).

Sigamos elevando oraciones al Señor a través de este sacerdote bueno, pidamos su intercesión para que se obren milagros. Quizá algún día la Iglesia reconozca su santidad.

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