El pretexto Milei
Conviene no llamarse a engaño: la ofensa del siervo del «puto amo» al presidente de la Republica de Argentina estaba perfectamente orquestada por el mayor agente polarizador de la política española. Había que poner a un «rottweiler» firme, seguro y obediente de su amo como provocador oficial en el fango en que Sánchez ha convertido el debate nacional. Y nadie mejor para ello que el depredador Oscar Puente.
El PSOE, como partido democrático, no existe. Solo consta la voluntad sacrosanta de un líder que, anclado en el populismo más rancio, ha ido laminando a sus adversarios y adueñándose de todo el espectro político ubicado a su izquierda. Y para conseguirlo ha ejecutado su deporte favorito: la confrontación con la extrema derecha. Ello le permite fagocitar a quienes circulan a su izquierda, al tiempo que lamina a la derecha en dos bloques que le garantizan su permanencia en el poder mezclándolas en sus diatribas populistas. Algunos no soportan tanta desmesura y reaccionan de forma rotunda y radical. Otros se resisten en caer en la trampa de la polarización y confían en que, más pronto que tarde, se caiga el muro sobre los hombros de quien, tan irresponsablemente, pretende dividir a los españoles en dos bandos radicalmente enfrentados.
Los números, hasta ahora, le han ido cuadrando al autócrata que pernocta en la Moncloa. El aireado miedo a la extrema derecha le sirve para estimular a la izquierda desencantada aunque ello profundice la fractura sociológica española, algo que no le perturba sino todo lo contrario. La deriva peronista, con una inclinación cada vez más clara hacia un populismo de corte bolivariano, no ofrece ya ninguna duda. Su falta de respeto a los comportamientos democráticos quedó patente cuando, lejos de refutar argumentos del candidato, ninguneó al propuesto por el Rey y lanzó al tal Puente a ofender, más que debatir, a Núñez Feijoo. Desde entonces los alaridos del «rottweiler» vallisoletano se producen porque su puto amo así lo tiene programado.
En plena campaña electoral, la ofensa inferida al presidente de un país hermano no es sorprendente porque forma parte del guion sanchista para estimular la aversión de algunos radicales contra la derecha española con el objetivo de difuminar el voto de las dos fuerzas afectadas, dificultando el triunfo electoral de una derecha más cohesionada y posibilista. El mínimo respeto a la cortesía y a las relaciones internacionales le traen al pairo a quien todo lo supedita a su interés personal.
Hoy Sánchez ya ha engullido prácticamente a toda la izquierda, de ahí las desesperadas proclamas de los distintos sumandos podemitas intentando recuperar un protagonismo que ya han perdido. No en balde, Sánchez da protagonismo a lo más radical y populista de su grupo: los alaridos de Puente y Montero, de un lado, y por el otro, la creciente actividad del melifluo Zapatero, aquel que dejó ruina y paro en España, amigo de Maduro y líder del populismo iberoamericano identificado como Grupo de Puebla. Todo ello deja patente que, si por Sánchez fuera, nuestro futuro inmediato sería similar al del chavismo venezolano.
Por todo ello, la ofensa a Milei tiene esa finalidad frentista y polarizadora tan querida por Pedro Sánchez. Y si la mayoría templada de los españoles, que rehuyen los muros como fuentes de discordia, cayeran en la trampa de dejarse llevar por la corriente polarizadora, tendremos sanchismo por mucho tiempo más.