Macarras, quinquis, litroneros y cacos
«Antes era otra cosa. Existía el delito. Y los homicidios, claro. Pero con otro color»
Ya no quedan macarras como los de antes. Eso es una evidencia. Como también que el landismo -aquella legendaria y castiza tribu urbana por reivindicar- se ve agonizante, asediado por la cultura de la cancelación y por panolis -trágicas, casi que también- políticas wokeras y de igualdad en sus múltiples géneros fluidos. Dicen mis contactos en las cloacas del Estado que se está estudiando seriamente la posibilidad de aprobar en las próximas semanas el género póngame-media-de-oreja-jefe. Pues miren. Algo que ganamos.
Y es que en aquellos años de macarrismo y elegante chorizo de barrio de toda la vida quizás había cierta elegancia, una postura, una forma de encarar la vida -guste o no- pero lo que nunca tuvieron aquellos pendencieros fue conciencia igualitaria. Aquellos elegantes y chungos dandis de barrio de pañuelo de seda al cuello, zapatos de tacón cubano y faca en el bolsillo de atrás de los vaqueros acampanados marca Rok y litrona de El Águila en ristre que ya no volverán.
Leo en las páginas de este periódico marciano que generosamente me acoge que el asalto a viviendas, las peleas con navajas traicioneras, los intentos de homicidio y el número de fiambres consecuencia de ello ha aumentado en Córdoba. También que las maras Salvatruchas tiran ya de pincho y machete por las calles de nuestra ciudad. Uno, que cree en la Hispanidad como sujeto geopolítico, se acuerda entonces del presidente Bukele. Al parecer, ya hay bandas organizadas albano-kosovares trepando por muros imposibles de casas en busca de cajas fuertes escondidas detrás de cuadros de dudoso gusto.
Antes era otra cosa. Existía el delito. Y los homicidios, claro. Pero con otro color. Chorizos, como los de antes, que se parecían más a Los Apandadores intentando saquear el banco de Tío Gilito que a los actuales que cotizan en esa entelequia llamada Ibex-35.
Antes, hasta ese inigualable caco llamado el Dioni grababa discos tras atracar un furgón blindado.
Sería ridículo decir que querría ser un quinqui como los de antes si Dios me concediera otra oportunidad. Cosa que dudo. Las malgasté todas. Pero sí me conformaría con tener una pizca de la dignidad de aquellos bucaneros urbanos.
De sus épicas y tragedias, de su altivez y sus greñas recortadas sobre sus nucas de barrio.