De comienzo en comienzoElena Murillo

Año Jubilar, año de esperanza

Actualizada 04:30

En la ciudad de Roma, según lo previsto, han ido abriendo sus Puertas Santas las cuatro Basílicas Mayores: San Pedro del Vaticano el día 24 de diciembre, San Juan de Letrán el día 29 del mismo mes, Santa María la Mayor el día 1 de enero y San Pablo Extramuros el día 5.

La Solemnidad de la Ascensión del Señor, el pasado 9 de mayo de 2024, fue la fecha elegida por el Santo Padre para convocar el Jubileo de la Esperanza. Lo hacía con la publicación de la Bula Spes non confundit (La esperanza no defrauda), en la que ya eran anunciadas las fechas que ahora se acaban de cumplir. Todo un año por delante para ponerse en camino, para peregrinar, «elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar» en palabras de Francisco, expresión que recuerda la necesidad de situarnos en posición de salida, de abrir el corazón y considerar como algo factible la meta deseada.

Un cuarto de siglo después, tenemos por delante un nuevo Año Jubilar. Más de siete centurias han pasado desde que en el año 1300 fuera instituido el primero de estos años santos por el Papa Bonifacio VIII, una propuesta para ir haciendo altos en el camino de la vida cristiana; si bien, como recuerda esta Bula del pasado año, hubo ocasiones anteriores de celebración jubilar: «en el año 1216, el Papa Honorio III había acogido la súplica de San Francisco que pedía la indulgencia para cuantos fuesen a visitar la Porciúncula durante los dos primeros días de agosto. Lo mismo se puede afirmar para la peregrinación a Santiago de Compostela; en efecto, el Papa Calixto II, en 1122, concedió que se celebrara el Jubileo en ese Santuario cada vez que la fiesta del apóstol Santiago coincidiese con el domingo» (Bula Spes non confundit, 5).

Tomando como primer signo de esperanza la paz, el entusiasmo o la recuperación de la alegría de vivir, el Santo Padre invita a descubrir los referidos signos en presos, enfermos, jóvenes, ancianos, pobres…

Y un recordatorio, como en cada ocasión jubilar: la posibilidad de ganar la indulgencia en este tiempo de gracia. «La indulgencia, en efecto, permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la antigüedad el término «misericordia» era intercambiable con el de «indulgencia», precisamente porque pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites» (Bula Spes non confundit, 23).

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