Mártires de la guerra civil, Beatos para ser venerados
Los Beatos Mártires franciscanos de Fuente Obejuna serán introducidos el día 23 de noviembre en el «altare pauperum» que será consagrado por el Obispo de Córdoba en la Iglesia de San Francisco
«Ahora, si que puedo verdaderamente decir, que tengo cinco hermanos menores». Esta frase es pronunciada en vida por San Francisco de Asís, al enterarse del martirio de los primeros mártires franciscanos, son también las que gritaban el corazón de los presentes que en la mañana del 24 de octubre, fiesta de san Rafael, custodio de la ciudad de Córdoba, asistieron al traslado de los restos mortales de los Beatos Mártires franciscanos de Fuente Obejuna a las urnas donde serán venerados a partir del próximo 23 de noviembre que serán introducidas en el «altare pauperum» que será consagrado por el señor Obispo a las 12 del mediodía en la Iglesia de San Francisco.
El traslado de los restos a sus nuevas urnas fue llevado a cabo por D. Miguel Varona Villar, director del secretariado diocesano para las causa de los Santos. Con la presencia de los párrocos Abraham Luque y Pedro del Pino, además de contar con una representación formada por Julia Quintana y Loli Pulgarín, Hermana Mayor y Vice Hermana Mayor de la Hermandad de la Soledad, encargada de custodiar la Iglesia de San Francisco.
Hace 17 años fueron elevados a los altares los Beatos Fr. Félix Echevarría Gorostiaga (43 años), Fr. José María Azurmendi Mugarza (66 años), Fr. Miguel Zarragua Iturrízaga (66 años), Fr. Francisco Jesús Carlés González (42 años), Fr. Luis Echevarría Gorostizaga (41 años), Fr. Simón Miguel Rodríguez (23 años) y Fr. Antonio Sáez de Ibarra y López de Arcaute (22 años).
Estos hermanos menores fueron beatificados el 28 de octubre, por el Papa Benedicto XVI en el año 2007. Su testimonio de entrega y de amor apasionado a Jesucristo es aliciente y esperanza en el ofrecimiento diario al Señor.
Asesinados por los republicanos al negarse a blasfemar
Cuentan las crónicas que fueron inmolados en aras de confesar la fe el día 21 y la madrugada del 22 de septiembre de 1936, en la cárcel y en el cementerio de Azuaga (Badajoz).
Al declararse la Guerra Civil de 1936, las autoridades marxistas de la ciudad realizaron varios registros en el convento los días 20 y 22 de julio, buscando armas escondidas en el convento y que en ningún momento lograron hallar. El día 27, so pretexto de protección de sus personas, los sacaron del convento -que al día siguiente fue saqueado por las turbas- y les tuvieron detenidos en las oficinas de Telégrafos, hasta ser llevados el 14 de agosto al palacio de la marquesa de Valdeloro, lugar convertido en prisión.
El 20 de septiembre por la noche fueron trasladados fuera de la ciudad, en 7 camiones, con cincuenta seglares. Cuarenta y tres de ellos fueron fusilados a pocos kilómetros de la ciudad, mientras que los siete restantes y los religiosos fueron trasladados al cercano pueblo de Azuaga (Badajoz) y dejados en la cárcel.
Fr. José Azurmendi fue el primero en ser asesinado a tiros en la cárcel, a mediodía del 21 de septiembre, después de negarse a blasfemar contra el Señor y al grito de «¡Viva Cristo Rey!»
Hacia las 9 de la noche cinco de los religiosos -Luis, Francisco, Antonio, Miguel y Simón- y los siete seglares sufrieron varios interrogatorios y les obligaron a blasfemar. Ante su negativa rotunda, los sacaron de la cárcel en grupos de cuatro -en tres viajes de camioneta- atados de dos en dos, y los llevaron al cementerio de la ciudad. Allí, en la madrugada del día 22, fueron vilmente fusilados, después de negarse repetidamente a blasfemar.
Quedaba vivo en la cárcel Fr. Félix Echevarría, guardián del convento, religioso piadoso e inteligente. Según confesión del testigo Baldomero, un miliciano, intentaron por todos los medios hacerle blasfemar (le dieron dos palizas y dos tiros en las piernas, le sacaron los dos ojos, le cortaron una oreja y al final la lengua). Al no conseguirlo, acabaron con él rematándole a culatazos de fusil en la boca y en la cabeza. Después de cuatro horas de martirio, murió heroicamente en la madrugada del 22 de septiembre de 1936.
Al difundirse rápidamente por las ciudades de Azuaga, Fuente Obejuna y otros lugares de España la noticia de su feroz matanza, se despertó en el ánimo de muchos un sentimiento de horror por las crueldades cometidas con aquellos religiosos, considerado como verdaderos mártires, pues habían preferido la muerte antes que proferir una blasfemia. Enterrados en fosa común en cementerio de Azuaya hasta que dos meses más tarde se produce la exhumación de los restos por familiares, frailes y médicos y llevados al convento de Fuente Obejuna.