Un obispo al que le cayó el Gordo de Navidad hace 50 años
Demetrio Fernández celebra sus bodas de oro con el sacerdocio y dedica la carta pastoral de esta semana a este aniversario
«Cuando llega esta fecha cada año, doy gracias a Dios y recuerdo el ambiente de mi casa familiar […] es el día de la Lotería nacional, y a mí me tocó el Gordo». El obispo de Córdoba Demetrio Fernández celebra 50 años de sacerdocio y de esta manera , anecdótica y festiva, inicia su carta pastoral , recordando aquel día de 1974 en el que recibió la ordenación presbiteral. «Nos dieron a elegir tres fechas, y elegimos esta. Para mí, era una fecha entrañable y familiar», rememora el obispo evocando la coincidencia de su ordenación con el cumpleaños de su padre, la festividad de San Demetrio y la cercanía de la Navidad.
Aquella jornada, cuarta semana de Adviento, resultó «feliz, fría con niebla desde la mañana en Toledo». Fernández fue ordenado en la capital castellana y el mismo día celebró su primera Misa en su pueblo natal, Puente del Arzobispo. La vocación recién estrenada desbordaba entusiasmo: «Estaba deseando ejercer como cura, y disfruté mucho en aquella primera parroquia», donde se entregó sin reservas a la catequesis, la atención a enfermos, las confesiones y el acompañamiento juvenil.
Su medio siglo de sacerdocio no ha estado exento de pruebas. Apenas cumplidos nueve años de cura, contrajo «una enfermedad incurable, que me postró en cama durante un año completo». Con 33 años, Fernández se preparó «para la muerte que llegaba inminente». Sin embargo, tras un largo proceso de tratamiento, fue curado de forma inexplicable. «Por intercesión del venerable José María García Lahiguera y la oración de sus hijas Oblatas, fui curado milagrosamente de la noche a la mañana».
Esta experiencia marcó su vida espiritual. «La enfermedad fue una fuerte experiencia de impotencia […] Fue verdaderamente un desposorio en la Cruz, que me ha marcado definitivamente». Hoy, con la mirada serena del que ha experimentado el dolor y la gracia, confiesa que «miro la muerte con deseo sereno, con alegría de encontrarme con el amor de mi vida, Jesucristo mi Señor».
En estos 50 años como sacerdote y obispo, Demetrio Fernández destaca la alegría de haber ordenado «75 presbíteros en Córdoba, además de otros 15 en Tarazona». Pero por encima de las cifras, late el gozo de haber encontrado rostros llenos de luz al anunciar el Evangelio: «Miles y miles de personas, niños, jóvenes, adultos y ancianos, cuyos ojos han brillado al predicarles y hablarles de Jesucristo».
En el aniversario de aquel «Gordo» que le tocó en 1974, el obispo concluye su carta con un ruego: «Quiero pediros que me ayudéis a dar gracias a Dios por este gran regalo para mí y para su Iglesia. […] Rezad por mí».
Y así, con la misma ilusión que hace cinco décadas, Demetrio Fernández sigue ofreciéndose a Dios y a los demás.