A. y J., en la Casa de Acogida de Campo Madre de Dios.

A. y J., en la Casa de Acogida de Campo Madre de Dios.RVM

Testimonios de la Casa de Acogida

Una habitación en la calle: «Queremos salir de aquí, esta vida es un infierno»

Dos personas sin hogar relatan sus experiencias durante la ola de calor y su esperanza para escapar de la pobreza; «Es una mala racha», aseguran

A.y J., que prefieren mantener el anonimato por razones que se harán evidentes, se conocieron en una situación difícil. Con algo más de 40 años y una amplia experiencia laboral, los dos son parados de larga duración por diferentes motivos. Sin recursos ni nadie que les ampare, se vieron forzados a vivir en la calle, al resguardo de las sombras de un parque aislado en las afueras de Córdoba capital. Se conocieron en la Casa de Acogida del Ayuntamiento en Campo Madre de Dios, que les da cobijo durante las horas de más calor del verano. Son dos de los 300 sin techo que habitualmente subsisten en la ciudad, según el censo anual de la Red Cohabita, una plataforma que une los esfuerzos de entidades y asociaciones que trabajan por los más desfavorecidos.

En las instalaciones municipales A. y J. se han hecho amigos y pasan el día juntos refugiándose del calor. Descansan, charlan o ven la televisión en una sala con aire acondicionado. Es ahí también donde hacen planes para el futuro con un optimismo inquebrantable. «Queremos salir», repiten a lo largo de la entrevista. Y no se refieren solo a abandonar la Casa de Acogida, que también, sino a dejar atrás «una mala racha» que les ha llevado a vivir en la calle. «Nosotros queremos salir de aquí pero ya, hemos cometido nuestros errores pero queremos salir. No fumamos, no nos drogamos y no bebemos alcohol», afirman al alimón.

Allí se quedan A. y J. desde las 13 horas hasta que tienen que abandonar el recinto sobre las 20 horas. Son las normas de este centro de día para personas sin hogar. Después les espera una larga caminata hasta un parque lejano pero tranquilo, donde pueden pasar la noche. No tienen ni para el autobús. Lo poco que ingresan, con alguna chapuza o trabajos que cobran de la caja B, lo ahorran para intentar alquilar un piso juntos. «Los primeros 400 o 500 euros que consiga van a ser para un alquiler», asegura J., «y si me tengo que venir aquí a comer pues me vendré hasta que pueda llenar la nevera». Ambos confían en que en poco tiempo les salga un trabajo de lo que sea. «A ver si me llaman aunque sea para cobrar en negro y que pase ya agosto, porque esta vida es un infierno», y no sólo por el calor, aseguran.

Vidas personales

J. es un cordobés que hasta hace poco tiempo tenía su propia empresa de pintura. No le faltaba el dinero e incluso tenía empleados a su cargo. Tuvo que cerrar el negocio, después le llegó el divorcio y «me comí el paro pagando un piso de alquiler». Cuando se quedó sin dinero, no le quedó más remedio que dejar la vivienda y echarse a la calle, donde lleva casi tres meses. Ni su exmujer ni su hijo pequeño de 7 años, al que ve casi a diario, conocen su situación. Y J. quiere que siga siendo así, ya sea por orgullo o por vergüenza. «Si mi exmujer lo supiese a lo mejor me dice: ‘anda, tira para casa’», declara.

La situación de A. es distinta, aunque lleva casi el mismo tiempo que J. viviendo en la calle. De origen extranjero, llegó a España hace cinco años y lleva tres afincado en Córdoba. Aquí conoció a su expareja, una viuda con la que no podía casarse porque la mujer no quería perder su pensión. Tras romperse la relación estuvo un tiempo trabajando, pero terminó como su amigo J. en las listas del paro y, ya sin ingresos, tuvo que abandonar un piso de alquiler. Ocurrió hace dos meses.

A.se ha topado además con la triste elefantiasis de la burocracia, que tarda eones en firmar un documento o darle a una tecla aunque eso suponga mantener en la indigencia a una persona. Como no tiene papeles, ningún empresario lo contrata; «se arriesgan a una multa de 20.000 euros». Y como no tiene trabajo, no le dan el permiso de residencia. Un círculo vicioso perfecto. No le falta perspicacia cuando se pregunta: «¿No sería mejor que yo estuviera dado de alta y pagando impuestos en vez de estar aquí y tener que trabajar en negro?». Por eso no quiere que se conozca su identidad.

El perfil del usuario

A.y J. son dos de los 52 sin techo que han ocupado algunas de las plazas que ofrece la Casa de Acogida de Campo Madre de Dios durante el verano, desde el 1 de junio y hasta el 30 de septiembre. La directora del centro, María Blázquez, explica que hay capacidad para atender a 10 personas en la estancia de día, además de las 45 camas para personas sin hogar que siempre están ocupadas y para las que hay lista de espera. Desde que comenzó el plan, se han realizado 703 atenciones a esas 52 personas. La mayoría de ellas, 49 en este verano, han tenido que acudir a este servicio en más de una ocasión.

María Blázquez, a la derecha, conversa con la cocinera de la Casa de Acogida.

María Blázquez, a la derecha, conversa con la cocinera de la Casa de Acogida.RVM

El perfil de los usuario de la Casa de Acogida es muy similar al que presentan A. y J. Por lo general, son varones de unos 40 años, en paro y de diversa procedencia. Los acogidos este verano se reparten a partes iguales entre cordobeses, nacidos en algún otro punto del país y extranjeros. Reciben atención social, además del almuerzo y la merienda, el servicio de ducha y un lugar para descansar. «Suelen dormir mucho porque no descansan bien por la noche», apunta Blázquez. Sólo pueden estar unas horas, pero al menos en la Casa de Acogida pueden escapar de los peores momentos de esta última ola de calor, que ayer dejó las calles de Córdoba con casi 45 grados a la sombra.

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