La historia del alumbrado en Madrid, de los faroleros a apagar escaparates y centros públicos
Los madrileños tienen la esperanza puesta en Isabel Díaz Ayuso para salvarles de esta tormenta que ha irrumpido en la capital llamada Pedro Sánchez, que quiere apagar la llama que aviva a la ciudad
El decreto de ahorro energético que aprobó el Gobierno de Pedro Sánchez ha traído una contundente polémica y controversia, entre todas ellas, el apagón de escaparates a las 22:00 y de los edificios públicos que estén desocupados, fue una de las medidas a las que la Comunidad de Madrid se opuso rotundamente porque «espanta al turismo y consumo».
Una polémica relacionada con la iluminación en la capital tuvo lugar hace 305 años, por aquel entonces, España no era lo segura que es hoy y los bandoleros aprovechaban la oscuridad para asaltar a sus víctimas. Esta situación generó un gran malestar en la población, lo que provocó que en 1717, Felipe V ordenase que cada vecino de la capital fijara un farol en la fachada de su casa. Este debía estar separado de la pared por una vara y entre cada uno no debería haber más de cien metros aproximadamente.
Estos luminosos objetos no terminaron de funcionar ya que necesitan diversos combustibles, desde aceites hasta grasas o betunes. Además, los gastos y el mantenimiento corrían a cargo de cada vecino y eso de aportar y compartir algo positivo para un servicio público no era algo que agradase a los madrileños.
No fue hasta 1765 cuando Carlos III llegó al trono de España y ordenó instalar un sistema de alumbrado público. Esto daba lugar a una nueva profesión, el farolero, quien tenía el oficio de encender y apagar las farolas de la calle. De esta manera, los propietarios de las casas ya no tenían el gasto y la responsabilidad de cuidar y mantener los faroles.
Madrid disponía de un equipo de 115 faroleros que atendían 4.600 farolas. Cada atardecer se reunían en la Puerta del Sol con los celadores, ellos les proporcionaban el material necesario: escaleras, mecha de algodón, guantes, paños, aceite, gorras… Su modus operandi era muy sencillo, cada día se subían a su escalera, limpiaban los cristales y encendían el farol. Cuando amanecía, su función era únicamente apagar sus correspondientes 23 faroles.
Cada farolero asumía el estado de su alumbrado y debía pagar los desperfectos en el caso de que se produjesen. Su sueldo era de 90 reales, tres diarios.
En 1797 se crea el cuerpo de serenos, ellos eran los encargados de vigilar las calles y regular el alumbrado público por las noches. Esta profesión ha estado vigente en nuestro país hasta hace poco, en los años 50, 60 y 70 se podían ver a estos agentes por las calles de España.
Años más tarde llegaría el petróleo que sustituyó al aceite y poco a poco el alumbrado fue convirtiéndose en farolas de gas. En 1922, el Ayuntamiento de Madrid firmó un contrato con la empresa Gas Madrid S.A, la desaparición de los faroleros fue igual de rápida que el soplido para apagar sus faroles. En 1930, la profesión quedó obsoleta, pero en su lugar quedaron sus hermanos los serenos, que aguantarían hasta los años 70.
Los mayores todavía recuerdan a estos hombres paseando por las calles de Madrid, moviéndose entre la penumbra de la noche y escuchando sus pasos al caminar. Muchas personas afirman que los faroles de aceite o de gas desprenden cierta nostalgia que no genera el moderno alumbrado.
En la actualidad se utilizan lámparas de tecnología SAP (Lámpara de vapor de sodio de Alta Presión) y farolas led que cuentan con una o más luminarias que están conectadas a las salidas de un centro de mando que se alimenta de la energía de una compañía eléctrica.
En cuanto a su encendido y apagado se ejecutan mediante células fotoeléctricas y por un reloj astronómico que determinan su funcionamiento. Este reloj se tiene que ajustar al cambio de hora todos los años, de ahí que unos días más tarde veamos las farolas encendidas durante las primeras horas de la mañana.
Los avances técnicos han jubilado a estas dos profesiones y se han encargado de automatizar el encendido y apagado de las farolas. Ahora los madrileños esperan que llegue «otro Carlos III», con la esperanza puesta en la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, para que les salve de esta tormenta que ha irrumpido en la capital llamada Pedro Sánchez, que quiere apagar la llama que aviva la ciudad.