Crónicas Castizas
Diferencia de opiniones en la cárcel: la matanza que no fue pero casi
Llegó de director del penal uno con inquina a los ultras porque uno le había puesto la cara como un mapa en la Facultad de Derecho por un 'quítame tú esa bandera'
En la cárcel había condenados de amplio espectro, tanto político como social, eso sí que era diversidad, de un multiculturalismo incluso plurinacional. Vamos, que había de todo como en botica. El penal entonces estaba dividido por un campo de fútbol y en un lado albergaba a los presos comunes y los fascistas o parecidos y en el otro, los terroristas de ETA y del Grapo.
Y no iban a llevarse todos bien, que la gente, y los presos también son gente, no sólo las ministras podadoras, es muy suya, maniática e intolerante y propensa a los delitos de odio. Total que para evitar problemas en algunas salas compartidas, como la del cine, había horarios y días para unos y para otros, sobre todo los «hunos». Los comunes podían ir el mismo día que los fachas a a ver pelis porque no surgían roces graves que desembocaran en riñas tumultuarias al borde del motín con ecos en la prensa, pero no podían coincidir con los bolcheviques.
Pero he ahí que llegó de director del penal un miembro del nuevo mester de progresía que le tenía especial inquina a los presos ultras porque un ultra –eso decía a quien quisiera oírle y en la cárcel tienes pocas opciones de irte– le había puesto la cara como un mapa en la Facultad de Derecho de la Complutense por un 'quítame tú esa bandera', que es sabido que la tribu de los ultras es muy sentida con sus tótems, la de los bolches también pero se airea menos. El caso es que el nuevo director, a pesar de todo lo que no había llovido y el tiempo pasado, respiraba aún por la herida y tenía el odio por doctrina y el resultado de todo eso no podía ser más que, Jarcha dixit, muerte y dolor.
Y cavilando, el jefecillo pensó en cambiar días y horas de las salas comunes para facilitar que los presos de distintas sensibilidades se encontrasen y propiciar un estallido de violencia. Para asegurar el resultado del encontronazo provocado, prometió mejoras en la estancia a algunos de ellos que estaban allí por violencia terrorista marxista y separatista, Grapo y ETA, los más duros y bregados que hacían pocos ascos a la puñalada por la espalda o al golpe en la nuca con vileza y a traición. Y aunque no les pudo armar directamente porque hubiera cantado más que Raphael en un concierto de la Tercera Edad, suspendió los registros en las celdas de etarras y rojillos a la búsqueda de cepillos de dientes, calcetines con pastillas de jabón o monedas y otros instrumentos susceptibles de transformación en armas y punzones para pinchar o desnucar al prójimo, que la imaginación es mucha cuando los instrumentos escasean.
La cosa ya estaba dispuesta y la víctima seleccionada entre la pequeña colonia facha, menos de una docena de hombres, que habitaba esa chirona muy a su pesar. Pero el cotilleo es universal y no se ciñe a los periodistas y las porteras, profesionales del mismo, sino que se extiende como un virus chino. Y un vigilante que adivinó más que escuchó la conversación entre el director del presidio y los agresores elegidos, fue con el cuento a un pandillero de Miami en las cocinas que lo trasladó a su jefe, un hispano que entrenaba en el gimnasio con uno de los azules a quien le tenía ley. Y ese ultra justo era la víctima propiciatoria de la felonía planificada por el alto funcionario.
Total, que el día D elegido para el mortal atentado los conjurados armados y decididos, esperaban a diez fachas como mucho y aparecieron cuarenta entre españoles, indios y americanos, también de bandas latinas que eran conocidos por su extremada violencia y no por su afición a la repostería. Y como hasta los rojos saben que la Fortuna ayuda a los buenos cuando son más que los malos, los profesionales del terror se quedaron quietos como estatuas del Jardín Botánico en la letra de Radio Futura y aquí paz y después gloria.
Pero la cosa no quedó ahí. El caso transcendió y el que era nuevo director de la cárcel pasó a ser el antiguo director de forma fulminante por decreto ministerial, trasladado vaya usted a saber dónde. La idea de la matanza que hubiera podido tener lugar en una prisión del Estado puso nerviosos a más de uno en Instituciones Penitenciarias y más arriba incluso. Y en este caso excepcional la mierda en lugar de fluir hacia abajo, como es tradicional, ascendió hasta el despacho del principal y lo sacó de él.