Luis Togores y Gustavo Morales en la presentación de una de sus obras comunes.GM

Crónicas Castizas

El chantajista y la fiscal de Menores

La fiscal me pidió que dejara el libro como prueba de nuestra inocencia, a lo que le contesté que podía encontrarlo en cualquier librería al precio de €50 pero ese ejemplar era mío y me lo llevaba

Tras el éxito de ventas y de crítica de un libro histórico de fotografías de la más famosa unidad española en la Segunda Guerra Mundial, la División Azul, que editamos mi amigo Luis, ilustre biógrafo de los militares africanistas españoles, y yo con La Esfera de los Libros, nos encargaron otro sobre sobre el falangismo y los falangistas en la sociedad española, ahí es nada. Luis y yo fuimos recopilando imágenes: recorriendo archivos públicos y domicilios particulares hasta hacernos con una buena base de datos fotográficos digitalizados.

En una de esas, Luis pasó por un domicilio particular de un presunto compañero, donde le dieron un pequeño puñado de fotos sin indicarle otra cosa. Tiempo después, aquel aparentemente generoso donante nos pidió dinero por su escasa aportación. Y le dijimos que, como le habíamos advertido desde el principio a él y a todos, la colaboración era gratuita y que además la mayor parte del libro no tenía nada que ver con las escasas fotos que él nos había dado. Entonces nos advirtió que una de las instantáneas publicadas en que se vislumbraba bastante lejos un grupo de la Organización Juvenil Española (OJE), el descafeinamiento del Frente de Juventudes, no era en realidad una foto antigua, sino reciente y en dicha imagen salían menores de edad, cosa que nos había ocultado de forma consciente y, como demostraron los hechos, planificada para después intentar chantajearnos.

Nos escribió un correo que aún conservo con sus exigencias puramente financieras, además de pedirnos guardar el secreto de su misiva pedigüeña, pretensiones monetarias a las que nos negamos porque la única forma de responder a un vil chantaje -¿los hay de otro tipo?- es rechazarlo y eso hicimos. Entonces ciego de rabia y verde de avaricia nos demandó, pero no ante los tribunales ordinarios, sino ante la Fiscalía de Menores nada más y nada menos por haber publicado una foto que nos hizo creer antigua de unos jóvenes en un campamento de OJE sin el preceptivo permiso de sus padres aunque ni su madre hubiera sido capaz de reconocerlos en ese tamaño cabeza de alfiler.

Todavía recuerdo la cara de Luis y la mía en la siniestra sala de espera pintada de blanco impoluto para negar su destino, aguardando nerviosos a que nos llamaran a declarar, rodeados de individuos de sospechosas facciones en las que creíamos advertir la perversión moral y miradas acuosas de aspecto ambiguo, que realmente sí tenían algo que ver con la corrupción de menores y no eran sencillamente víctimas de un perillán avaricioso que pretendía aprovecharse de nuestro trabajo. Cuando entré indignado en la sala ante la fiscal, parecía un torbellino, indignado, braceando, gritón. A pesar de que íbamos acompañados por el abogado Enrique Fisac, que sabe más de esas cosas y de otras que yo, tomé la palabra y le expliqué a la magistrada, o lo que fuera la ilustre dama, pues Luis la recuerda como jueza, la trampa saducea que nos había puesto el avaro. Y le mostré la difícil identificación por su reducido tamaño, de los menores de esa pequeña foto, explicándole atropelladamente que creíamos que era una imagen histórica y no hecha recientemente casi ex profeso para demandarnos posteriormente.

Otra cosa que la desconcertó era que las fotos nos las había dado voluntariamente el denunciante que además era de la misma cuerda que nosotros, la incredulidad se apoderó de su faz. Ella me pidió que dejara el libro como prueba indudable de nuestra inocencia, a lo que le contesté que podría encontrarlo en cualquier librería al precio de 50 euros, pero ese ejemplar era mío y me lo llevaba. Sorprendida por mi negativa, entonces me solicitó permiso para hacer copias de las fotos. Y le dije que eso era un asunto suyo con la Sociedad General de Autores o con CEDRO. Cogí el voluminoso libro, cuando su asistente terminó de copiarlo, y sin nada más que añadir, salí de esa fetidez a escape, que no es lugar que uno frecuente por gusto con esas miasmas, mientras mi pobre y paciente amigo Luis permanecía con el abogado Fisac detallando la entrevista-emboscada que tuvo con el chantajista, a la que le había acompañado un amigo que en los posteriores documentales que hizo para el CEU asumió el papel de Yagüe, tiene un aire . Antes de la publicación del libro, no contento con esto, con una perseverancia digna de mejor causa, el codicioso extorsionador se dirigió también a la editorial sin conseguir más que obligarlos a imprimir y distribuir una segunda edición sin que el mezquino y contumaz embaucador se llevara nada más que nuestro desdén ya atemperado con el tiempo que todo lo cura o lo rabino,tras sembrar cizaña y perjudicar cuanto pudo a lo que era muy propenso.

Como Luis es generoso y de paso largo para los desquites siguió saludando al ruin al que yo desdeño y olvido y eso que ni siquiera no ha sido el peor con que traté pero hay que ser infame para que te lleven sin justificación alguna por un puñado de euros que no olió ni de lejos ante la Fiscalía de Menores que rechazó el caso y que lo incluyó en los anales de la majadería.

También hubo quien con un libro mío ya escrito y en imprenta, «Irán en el mundo», me dijo a porta gayola, de firmarlo él como autor por la cara a cambio de nada, oferta que me hizo sin titubear por la osadía y descaro , y me dejó estupefacto, que este mundo tiene recovecos tenebrosos que por fortuna para ellos se escapan a los lectores.Pero esas son ya historias viejas y que hoy nos hagan casi gracia demuestra una veteranía en estas lides.

Libro Falangistas de La Esfera de los Libros